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1.1.3 ¿Por qué optar?
ОглавлениеLa solución que consiste en separar la cuestión del sentido en dos o tres órdenes de significación sólo puede ser una solución provisoria, una solución históricamente necesaria, pero que choca pronto con cues tiones que vale la pena resolver. Por ejemplo, todo el mundo se pone de acuerdo en distinguir el “sentido en lengua” de una unidad y su “sen tido en discurso”; la distinción no plantea problemas insuperables en cuanto a que el “sentido en discurso” es una de las acepciones posibles del “sentido en lengua”: se dirá entonces que el discurso selecciona una de las acepciones de la palabra; pero ¿qué sucede cuando las dos sig nificaciones no se superponen? Es cierto que un “sentido en discurso”, que no está previsto “en lengua”, exige un esfuerzo suplementario de interpretación y una gestión de la interpretación diferente de la que con siste solamente en sacar elementos de un stock de formas virtuales, pe ro ésa otra gestión es posible y legítima. De modo muy frecuente, aun que no necesariamente, esta nueva acepción es producida por una fi gura de retórica. Sucede lo mismo cuando algunas de esas acepciones imprevisibles aparecen en la lengua, por ejemplo, bajo la forma de catacresis (un trombón, o un ala de edificio).
Esta última acotación indica claramente el nivel de pertinencia de las dis tinciones que hemos mencionado hasta ahora: se trata de procedimientos de codificación y de decodificación de los lenguajes, codificación facilitada o trabada, automatizada o más elaborada, según que el sen tido de las unidades sea o no sea ya conocido. Pero esas distinciones en tre las muchas modalidades de codificación y de decodificación de los lenguajes no nos dicen nada del proceso de significación mismo, tal co mo es puesto en marcha por los actos de discurso.
Además, el razonamiento no debe, en esta consideración, apoyarse so lamente en el lenguaje verbal, que dispone de un stock muy extendido de formas codificadas, pues, cuando se abordan los lenguajes no ver bales —gestuales, visuales, etc.—, estamos obligados a admitir que el lugar de la invención, por el discurso, de expresiones y de su significación es mucho más importante. Porque, desde el punto de vista de la organización de las unidades en sistema, los lenguajes están lejos de ser homogéneos. Si podemos establecer las “lenguas” de un lenguaje ver bal, estamos muy lejos de ello en lo que concierne a la pintura, la ópe ra o la gestualidad en general, que, sin embargo, son igualmente prác ticas significantes; nos preguntaremos incluso si la empresa que con sistiría en establecer el sistema de unidades provistas de sentido tiene alguna pertinencia en el caso de los lenguajes no verbales. Y, si tuvie se alguna, deberíamos, tal como en los lenguajes verbales, esperar to davía algunos siglos, si no algunos milenios, antes de que la necesidad de una traducción entre sistemas —como se ha dado entre el sistema de lo oral y el sistema de lo escrito— dé lugar a un recorte estable de unidades y a la producción de gramáticas aceptables.
La aproximación a los fenómenos de significación por la vía de los signos (las unidades) ha persistido por tiempo: pero se revela poco operatoria pues, una vez establecidas las unidades—signos, habría que inventar sus articulaciones y particularmente la aso ciación entre canales sensoriales extraños los unos a los otros; ello ha conducido al ato mismo, hasta a clasificaciones vertiginosas (en una carta a Lady Welby, Peirce se felicita de poder reducir (!) las 59.049 clases de signos aritméticamente calculables a 66 cla ses realmente pertinentes). Además, esta aproximación es un factor de balcani zación de la disciplina y de sus métodos, puesto que la integración de todas las clases de sig nos en un solo discurso, al momento del análisis, es particularmente ardua, y los estudios semióticos en esos casos tienden a especializarse por clases de signos (semiótica literaria, semiótica pictórica, semiótica del cine, etc.).
De otro lado, las ciencias del lenguaje en su conjunto se orientan hacia una formalización de las operaciones y de los procesos y la semióti ca participa de ese movimiento: la semiótica peirceana pone hoy el acen to sobre el “recorrido interpretativo” más que sobre la clasificación de los signos; la semiótica del discurso se dirige hacia una exploración de los actos fundamentales, particularmente la predicación y la asunción más que hacia una clasificación, cualitativa o estadística, de los predicados y de los sustantivos correspondientes. Globalmente, esta nueva preo cupación se interesa por la praxis, praxis semiótica o praxis enunciativa.
Por consiguiente, presentaremos ahora brevemente las dos principales teorías del signo, la de Saussure y la de Peirce, en la perspectiva que he mos escogido, la de una teoría del discurso, a fin de llegar a una teoría de la significación sintética que habría superado el mero recorte de los signos.