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Prólogo
ОглавлениеEste libro es un manual dirigido a los estudiantes del segundo y tercer ci clos, así como a todos los que, ya un poco informados de las teorías y de los métodos propios de las ciencias del lenguaje, se in te resan por la teoría de la significación. En efecto, este libro se propone ha cer la sín tesis de las adquisiciones de la investigación en semiótica. Otros manuales de semiótica, concebidos y publicados en el curso de los años se tenta y ochenta, dan ya una visión de conjunto de la disciplina, en la pers pectiva del análisis estructural de textos. Éste se esfuerza por presentar, en suma, “lo que ha pasado” luego, en los años ochenta y noventa, conser van d o en segundo plano las anteriores adquisiciones.
Es cierto que estas diferentes investigaciones han sido desarrolladas des de perspectivas con frecuencia divergentes, a veces incluso francamente polémicas. Pretender hacer la síntesis es, pues, aceptar borrar en par te estas divergencias, para conservar las grandes líneas de conver gencia; es, también, renunciar a tomar en cuenta ciertas propuestas más di fíciles de integrar. Cada una de las investigaciones que han contribuido a la elaboración de este libro —par ticu larmente las de Denis Ber trand, Jean-François Bordron, Jean Claude Coquet, Jean-Marie Floch, Jac ques Geninasca y Claude Zilberberg— pierden en especificidad, es cier to, pero la disciplina en su conjunto ganará en “legibilidad”; así lo es peramos.
¿Qué es, pues, lo que ha pasado? En los años sesenta, la semiótica se cons tituyó como una rama de las ciencias del lenguaje, en la confluencia de la lingüística, de la antropología y de la lógica formal. Como to das las otras ciencias del lenguaje, la semiótica ha atravesado el período llamado “estructuralista”, del que ha salido dotada de una teoría fuerte, de un método coherente… y de algunos problemas no resueltos. El pe ríodo estructuralista ha pasado; no obstante, eso no significa que las no ciones de “estructura” y de “sistema” no sigan siendo pertinentes.
El contexto en el cual evolucionan hoy las ciencias del lenguaje es otro: las estructuras se han hecho “dinámicas”, los sistemas “se auto-organizan”, las formas se inscriben en “topologías”, y el campo de las inves tigaciones cognitivas ha tomado, nos guste o no, el lugar del estructuralismo en sentido estricto. En varios aspectos, este cambio sigue siendo superficial y no modifica en profundidad las hipótesis y los métodos que, más allá de las modas intelectuales, definen en profundidad el espíritu de las ciencias del lenguaje. Sin embargo, y solidariamente con sus vecinas más próximas, la semiótica ha encontrado en el curso de los úl timos quince años, nuevas cuestiones; descubre nuevos campos de investigación y desplaza progresivamente sus centros de interés.
Desde un punto de vista general, una episteme puede ser considerada como una jerarquía de sistemas que organizan el campo del saber. Pe ro, desde el punto de vista de una disciplina particular, una episteme es, también, un principio de selección y de regulación de lo que, en una épo ca dada, debe ser considerado como pertinente y “científico” para esa disciplina. De ahí que el cambio adquiere con frecuencia el aspecto de una ampliación de perspectivas, cuando no el de una concertada trans gresión de coerciones epistemológicas: lo que estaba prohibido es, en tonces, cuestionado y se hace, de nuevo, posible; y lo que estaba excluido vuelve al campo de las preocupaciones. La “innovación” teórica y metodológica es, con cierta frecuencia, un efecto de sentido del olvido o de una exclusión anterior. La prudencia exigiría, pues, que nos guar demos cuidadosamente de decretar rupturas epistemológicas y cam bios de paradigmas, cuando de lo que se trata es del “retorno de lo re primido”.
Renovación no es, pues, negación. Por ejemplo, el estructuralismo ha planteado como principio que sólo los fenómenos discontinuos y las opo siciones llamadas “discretas” son pertinentes. Pero no contaba con los procesos de emergencia y de instalación de estos fenómenos y de es tas oposiciones, procesos en el curso de los cuales atraviesan fases en las que las modulaciones continuas y las tensiones graduales predominan. Desde el punto de vista de la lengua, concebida como un sistema abs tracto y cerrado, estas fases anteriores no son pertinentes; pero el dis curso y su enunciación no son sólo el reflejo de la lengua y de su sis tema; comprenden, ante todo, los procesos que ponen en forma el sis tema, los procesos de emergencia y de esquematización del sistema. Hoy matizaríamos, pues, el propósito y diríamos que, ciertamente, sólo las discontinuidades son inteligibles, pero no lo son del todo si no se to man en cuenta los procesos que conducen a ellas. Esto significa, enton ces, que estos procesos son pertinentes, lo mismo que las oposiciones discretas que resultan de ellos.
Otro ejemplo: la semiótica estructural, lo mismo que otras disciplinas de orientación estructuralista, preconizaba la formalización: el formalismo, que se presenta, entre otras, bajo la forma de una notación simbólica explícita y codificada, traduce el carácter puramente conceptual, fijo y acabado de las formas descritas. Pero, conforme a la observación precedente, estas formas acabadas han atravesado otras fases en las que eran aún inestables y en devenir. Además, en el curso de esas fases anteriores, han adquirido propiedades “sensibles” e “impresivas” que, luego, la formalización les hace perder. El formalismo simbólico no se adap ta a estas nuevas preocupaciones; la “forma”, ciertamente, sigue sien do el objetivo, así como su descripción más explícita; pero, en este ejer cicio, la representación topológica, por ejemplo, ocupará ventajosamente el lugar de la notación simbólica; más generalmente, se preferirá una esquematización de la significación en devenir a su formalización aca bada.
Todas las ciencias del lenguaje que han buscado rendir cuenta a la vez de las formas y de las operaciones que las suscitan, que han querido tener en cuenta tanto las fases del proceso como su resultado, han da do el paso: las posiciones en un espacio abstracto, deformable pero con trolado por parámetros conocidos, reemplazan de aquí en adelante las series de símbolos y sus correlatos terminológicos.
Lo que ha pasado en los años ochenta-noventa es, además y sobre todo, la aparición de nuevos temas de investigación que anteriormente ha bían sido con frecuencia descartados. Descartados porque, si bien ya dependían de la semiótica en cuanto disciplina, habían sido, sin embargo, excluidos en nombre de los principios del estructuralismo. La objetividad científica prohibía, por ejemplo, que alguien se interesase por lo im plícito y por lo sobreentendido del discurso: sin embargo, se les ha in troducido, en el curso de los años ochenta, en el movimiento inspirado, de un lado, por la pragmática, y, del otro, por la lingüística de la enun ciación. Ello no impide que, ya en los años treinta, Bajtin opusiera a la lingüística formal el estatuto implícito y sobreentendido del sentido mismo de lo que él llamaba el “enunciado”, y de la orientación axiológi ca e ideológica del discurso.
Uno de los pecados capitales de la práctica científica era, para el estructuralismo, el “mentalismo”; estaban así excluidas del campo de la reflexión científica la impresión subjetiva, la introspección, la psicología in tuitiva, etc., y, en consecuencia, todo lo que, de cerca o de lejos, podía parecer dar pruebas de esos errores del pensamiento. Gustave Guillaume era con frecuencia rechazado porque inscribía en el psiquismo de los sujetos del lenguaje el “tiempo operativo”, necesario, según él, pa ra la formación de las realidades lingüísticas. Noam Chomsky era vivamente discutido porque atribuía los juicios de gramaticalidad a la intui ción de los sujetos hablantes —de hecho: a la introspección de los lin güistas profesionales—. En fin, Gérard Genette rechazaba la noción de “punto de vista” por considerarla demasiado dependiente de la psicología de la percepción.
Se comprende, pues, por qué la semiótica ha necesitado tiempo para re descubrir las emociones y las pasiones, la percepción y su rol en la sig nificación, las relaciones con el mundo sensible, y su connivencia con la fenomenología. Sin embargo, a nadie escapa que los discursos con cretos ponen en escena acon te ci mientos y estados afectivos, y que la percepción organiza las descripciones y los ritmos textuales. La semiótica ha necesitado tiempo porque tenía que descubrir los medios para tratar todos esos temas como propiedades del discurso, y no como pro piedades del “espíritu”; como temas propios de una teoría de la significación, y no de una rama de la psicología cognitiva. Los fenómenos eran reconocidos; faltaba construirlos como objetos de co no cimiento des de el punto de vista de la semiótica del discurso.
Esto es hoy cosa hecha, así parece: se puede, en adelante, hablar de pa siones y de emociones discursivas, con el mismo derecho con el que se puede hablar de enunciación del discurso, o de una lógica narrativa o argumentativa del discurso. Y esto, sin reducir el discurso al estatuto de un simple síntoma, revelador de un estado psíquico que le sería exterior. La semiótica, que ha hecho del discurso no solamente su dominio de exploración, sino, mejor aún, el objeto de su proyecto científico, tiene, pues, ahora, la capacidad de abordar estas nuevas cuestiones sin renunciar por ello a lo que la funda enteramente como disciplina.
No insistiremos aquí en estas nuevas preocupaciones: estos diferentes aspectos serán largamente evocados a continuación, o han sido ya tra tados en alguna otra parte. Queremos solamente recordar dos dimensiones esenciales de este desplazamiento de interés: (1) un desplazamiento del interés por las estructuras hacia las operaciones y los actos; (2) un desplazamiento desde las oposiciones discretas hacia las diferencias tensivas y graduales. El primer desplazamiento conduce a una sintaxis general de las operaciones discursivas; se considerará, entonces, el uni verso de la significación más bien como una praxis que como un amon tonamiento estable de formas fijas. El segundo desplazamiento conduce a una semántica de las tensiones y de los grados, que es compatible pero en concurrencia con la clásica semántica diferencial.
Decimos que este libro es un manual. Un manual debe obedecer a al gu nos principios de base para facilitar el acceso a los resultados presen ta dos: las adquisiciones de la investigación deben aparecer bajo una for ma sistemática y coherente, explícita y operatoria. Lo más frecuente es que se deja al tiempo el cuidado de este trabajo, y a los didácticos y pe da gogos, el de recoger los resultados. La consecuencia de esa actitud es, casi siempre, que las adquisiciones de la investigación sólo son utili za bles en la enseñanza 10 o 15 años más tarde.
Corremos el riesgo de no esperar a que el tiempo trabaje en lu gar nuestro. Es un riesgo, porque el tiempo valida o invalida, retiene o relega al olvido, hipótesis y proposiciones de la investigación; el tiempo filtra, hace la selección, y construye poco a poco las condiciones de una coherencia, de una sistematicidad y de una explicitación completa. Nosotros debemos también filtrar, escoger, retener, rechazar y organizar: en reemplazo del tiempo, adoptaremos, pues, un punto de vista.
Es la elección de un punto de vista de conjunto, y sostenido con perseverancia, la que otorgará su coherencia, su sistematicidad y su carácter explícito a nuestra tentativa de síntesis. Este punto de vista será el del discurso en acto, el del discurso viviente, el de la significación en de venir.
Esta elección será primero presentada y justificada en el primer capítulo (Del signo al discurso): escoger el punto de vista del discurso en ac to, es, en efecto, optar por observar la manera en que la praxis semiótica esquematiza nuestra experiencia para hacer lenguajes a partir de ella, más que observar y recortar unidades mínimas. La semiótica que avi zoramos, en la perspectiva definida por Greimas hace una treintena de años, es la de los conjuntos significantes, pero de los conjuntos significantes en construcción y en devenir.
Esta elección será luego puesta en marcha a propósito de las formas de base de las que debe dotarse toda teoría semiótica: Las estructuras ele mentales. En efecto, si la unidad pertinente de la semiótica del discurso no puede ser el signo, es porque ella investiga el sistema de valores que organiza cada “conjunto significante”; y este sistema de valores adquie re aquí la forma de la estructura tensiva.
En el tercer capítulo se consideran todas las consecuencias de la op ción propuesta: se titula El discurso, y propone una representación glo bal del discurso como campo (una forma topológica), así como el examen de diferentes tipos y niveles de esquematización, esquemas de tensión y esquemas canónicos.
En el cuarto y quinto capítulos (respectivamente: Actantes y Acción, pa sión, cognición), a propósito de temas que son clásicos en la teoría se miótica, serán extraídas otras consecuencias de esta opción inicial. A pro pósito de la teoría actancial, se mostrará que la competencia entre dos lógicas, la lógica de los lugares y la lógica de las fuerzas, nos conduce a distinguir los actantes posicionales del discurso y los actantes transformacionales del relato. A propósito de las grandes dimensiones del dis curso, mostraremos en qué la perspectiva del discurso en acto modifica las lógicas respectivas de la acción, de la pasión y de la cognición.
Finalmente, el capítulo de conclusión se esforzará por hacer un lugar al concepto de enunciación. En efecto, este último concepto ha sufrido mu chos desengaños: después de haber sido “olvidado” por el estructuralismo, se ha vuelto preponderante en las lingüísticas postestructurales; has ta el guillaumismo se ha reconvertido, después de todo, en teoría enun ciativa. Después de haber sido poco, la enunciación sería, ahora “to do” —todo lo que no es reductible a un sistema cerrado y fijo—. Así, a veces, el sujeto de la enunciación está estrictamente identificado con la instancia de discurso en general. Explicar todo, como todo mundo sabe, equivale a no explicar nada. Es por lo que, en la perspectiva del discurso en acto, nos esforzaremos, para terminar, por especificar el concepto de enunciación.