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1.2.2 El signo peirceano
ОглавлениеMientras que Saussure concebía el signo como la presuposición recíproca entre dos caras distintas, Peirce lo define de inmediato por una relación disimétrica: alguna cosa que, para alguien, toma el lugar de cualquier otra cosa bajo cualquier correspondencia o bajo cualquier as pec to. Se dice generalmente que el signo saussuriano es diádico (dos ca ras: un sig nificante y un significado) y el signo peirceano, triádico. Pero si se obser va atentamente la definición propuesta por el mismo Peirce, se constata que comporta, de hecho, cuatro elementos: (1) “alguna co sa” que toma el lugar (2) de “otra cosa” (3) para “alguien”, y (4) bajo “cual quier co rrespondencia” o bajo “cualquier aspecto”. Se dice también co rrien temente que Saussure ha excluido el referente de la definición del sig no, y, en consecuencia, de la lingüística y de la semiología, mientras que Peir ce lo tendría en cuenta. Esta mención tan breve no permite juz gar so bre el asunto. Observemos más bien el conjunto de la definición:
Un signo o representamen es alguna cosa que, para alguien, to ma el lu gar de otra cosa bajo cualquier correspondencia o ba jo cualquier as pec to. Al dirigirse a alguien crea en su es pí ri tu un signo equivalente o tal vez un signo más desarrollado. Ese signo que crea, lo llamo el interpre tan te del primer signo. Ese signo toma el lugar de cualquier cosa: de su ob jeto. Toma el lugar de ese objeto no bajo todas las conexiones sino por re ferencia a una suerte de idea, que he llamado alguna vez el fundamento del representamen.
Contemos: (1) representamen, (2) objeto, (3) interpretante, (4) fundamento; esto hace cuatro. A lo que se añade a veces la distinción entre ob jeto dinámico (el objeto enfocado por el representamen) y objeto inmediato (lo que es seleccionado en el objeto por el interpretante); o sea, cinco elementos.
El funcionamiento del signo puede ser resumido así: un objeto di námi co —objeto o situación percibidos en toda su complejidad— es puesto en relación con un representamen—eso que lo representa—, pero solamente bajo un punto de vista (bajo cualquier correspondencia o ba jo cual quier aspecto), designado aquí como el fundamento; este punto de vis ta, o fundamento, selecciona en el objeto dinámico un aspecto pertinente de él, llamado objeto inmediato, y la reunión del representamen y del objeto inmediato se hace “en nombre de”, o “por”, o “gracias a” un quin to elemento: el interpretante.
Umberto Eco llega incluso a seis elementos: (1) el fundamento procura, de un lado, un punto de vista sobre el objeto dinámico, pero delimita, de otra parte, el contenido de un significado; (2) el objeto inmediato es, de un lado, seleccionado en el objeto dinámico por el fundamento, e interpretado, del otro lado, por el interpretante; (3) el objeto dinámico motiva la elección del representamen, que, asociado él mismo al interpretante, per mite desprender de ahí el significado. Eco termina reduciendo todo a tres elementos, decretando que fundamento, significado e interpretante son ¡una sola y misma co sa!
Estas observaciones deben incitar a la prudencia: (1) el signo peir ceano sólo comporta tres elementos para aquellos exégetas que han de ci dido que así sea; (2) la obra de Peirce es tan vasta y diversa que mu chas glosas e interpretaciones pueden cohabitar; unos se satisfacen en ge neral con algunas soluciones simples que otros recusan con el mismo de recho.
Al menos queda claro que el “referente”, en el sentido en el que se le entiende habitualmente, es decir, la realidad a la cual el signo remite, es tá aquí fuera de alcance: el objeto dinámico es ya del orden de la percepción, y el objeto inmediato, su aspecto pertinente, sólo existe bajo una condición semiótica, el “punto de vista” que impone el “fundamento”. El objeto no es más que un puro artefacto suscitado en el es pí ritu de un sujeto por el representamen; y, como lo precisa U. Eco, el ob jeto di námico es sólo un conjunto de posibles sometido a una instrucción semántica. En cuanto al objeto inmediato, no es más que una imagen men tal del precedente, y una imagen empobrecida, en el sentido de que solamente una parte de los posibles son retenidos y presentados al es píritu. El mundo encarado, en la concepción peirceana del sig no, es un conjunto virtual de posibles, o un mundo percibido, o aún una parte ex traída de un mundo categorizado: es decir, que el referente, si es que hay referente, es ya un universo semiótico sometido a concep ciones mo dales, perceptivas y categoriales. La teoría del signo no nos re lata la emer gencia de una nueva significación sino que sólo capta un mo mento en una vasta semiosis infinita.
En consecuencia, si se pone entre paréntesis la cuestión del recorte en unidades, se advierte inmediatamente que la concepción peirceana del signo plantea también la cuestión de las relaciones entre la percepción y la significación, pero considerándolas de alguna manera “en el mo vimiento” que suscita la segunda a partir de la primera y no como ins tancias bien delimitadas. En efecto, dos elementos sensibles, el representamen y el objeto dinámico, están sometidos a un principio de selección recíproca: el representamen sólo puede ser asociado al objeto bajo el control de un interpretante y el objeto sólo puede ser asociado al representamen bajo un cierto punto de vista, el fundamento.
En los dos casos, esta selección de relaciones pertinentes se presenta como una guía del flujo de atención. En el primer caso, el interpretan te —lo que es finalmente enfocado por el conjunto del proceso— indica en qué dirección la elección del representamen debe conducir la sig ni ficación; en el segundo, el fundamento —aquello a partir de lo cual el objeto es captado— indica lo que debe retenerse del objeto dinámico.
Esta guía del flujo de atención puede ser comprendida (1) de una par te, como la indicación de una dirección y de una tensión que ya hemos definido como una intencionalidad, y, (2) de otra parte, como la de finición de un dominio de pertinencia.
Estas operaciones de guía semiótica, corresponden, la primera, la ten sión intencional, a la mira, y la segunda, la delimitación del dominio de per tinencia, a la captación; la mira concierne aquí al eje [representamen-objeto inmediato-interpretante], mientras que la captación con cierne al eje [objeto dinámico-fundamento-objeto inmediato]. La mira y la cap ta ción, independientemente de toda perspectiva peirceana, y des de un pun to de vista más generalmente fenomenológico, son las dos operaciones elementales gracias a las cuales la significación puede emer ger de la per cepción.
Pero aún faltan dos condiciones esenciales para que se pueda hablar de significación discursiva: de un lado el cuerpo, sede de percepciones y de emociones, y centro del discurso; y de otra parte el valor, los sistemas de valor, sin los cuales la significación no tiene nada de inteligible.