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2.2 Los dos planos de un lenguaje 2.2.1 Expresión y contenido
ОглавлениеDesde que la perspectiva del signo es abandonada, es la de los lengua jes, tales como aparecen en los discursos, la que toma su lugar. Un len guaje es la puesta en relación de, al menos, dos dimensiones llamadas plano de la expresión y plano del contenido, y que corresponden res pectivamente a eso que hemos designado hasta el presente por “mun do exterior” y “mundo interior”.
Este cambio de denominación amerita algunos comentarios: la fronte ra entre el “interior” y el “exterior” no está dada de antemano, no es la frontera de una “conciencia” sino simplemente la que un sujeto pone en juego cada vez que otorga una significación a un acontecimiento o a un objeto. Si, por ejemplo, observo que los cambios de color de un fru to pueden ser puestos en relación con sus grados de madurez, los pri meros pertenecerán al plano de la expresión y los segundos al plano del contenido. Pero puedo también poner en relación los mismos grados de madurez con una de las dimensiones del tiempo, la duración; y, es ta vez, los grados de madurez pertenecen al plano de la expresión y el tiempo al plano del contenido.
Esta “frontera” no es otra que la posición que el sujeto de la percepción se atribuye en el mundo cuando se esfuerza por desprender su sen tido. A partir de esta posición perceptiva, se diseñan un dominio interior y un dominio exterior entre los cuales se va a instaurar el diálogo semiótico; pero ningún contenido está, fuera de esta toma de posición del sujeto, destinado a pertenecer a un dominio más que a otro, pues to que la posición de la frontera, por definición, depende de la posición de un cuerpo que se desplaza.
Ciertos lenguajes, particularmente verbales, son regidos o regulados por lenguas en las que la distribución entre la expresión (fonemática o grafemática) y el contenido (semántica y sintáctica) parece estable y fijada de antemano. Pero es suficiente tomar en con sideración lo que pasa en los discursos concretos, particularmente literarios, para cons tatar que, entre la expresión y el contenido, además de la división propiamente lingüística, otras distribuciones son igualmente posibles, y que “contenidos” figurativos, por ejem plo, pueden convertirse en expresiones para contenidos narrativos o simbólicos. Más aún, en el caso de los lenguajes no verbales se llega con gran esfuerzo a fijar los límites de una “gramática de la expresión”: cada realización concreta desplaza, en efec to, la línea divisoria entre lo que pertenece al contenido y lo que pertenece a la ex pre sión.
Tal concepción podría llevar a pensar que la semiosis, cuyo operador es taría siempre desplazándose entre dos mundos cuya frontera es sin ce sar renegociada, es una función inaprehensible. Pero sólo es inaprehensible en la perspectiva de una teoría del signo: esto puede ex pli car por qué los semiólogos de los años sesenta estaban tan frecuentemente li mi ta dos por los sistemas de comunicación rígidos y normativos, como los sis temas de señalización de caminos; se puede también comprender por qué las semiologías no verbales estaban entonces puestas bajo la férula de la semiología lingüística, la única que parecía entonces aprehensible a través de convenciones gramaticales y lexicales y, que, por ese hecho, se convirtió demasiado pronto en modelo de todas las otras.
Pero, en la perspectiva del discurso en acto, si nos atenemos a una teo ría del campo del discurso y a una teoría de la enunciación, entonces la “toma de posición” que determina la división entre expresión y contenido se convierte en el primer acto de la instancia de discurso, por el cual instala su campo de enunciación y su deixis.