Читать книгу Gente en las sombras - Jaime Collyer Canales - Страница 12

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Pocos creían, cuando lo anunció, que el tema iba en serio y que terminaría en efecto escribiendo sus memorias, aunque sea aún difícil precisar si al final las escribió o no. El manuscrito brilla hoy por su ausencia –seis meses después de que anunciara el propósito en la prensa, ahora que yace entubado en su cama del hospital– y nadie puede alardear con un mínimo de credibilidad de que haya tenido acceso a sus páginas.

Menos extraño, aunque no menos dramático, resulta verlo ahora adosado a la maquinaria de supervivencia y la serie de pantallas que reflejan sin cesar sus constantes vitales, los varios puntos luminosos que discurren en silencio de izquierda a derecha y, en ocasiones, cuando la enfermera presiona el botón del volumen, con un pitido intermitente, a ratos inmisericorde, que logra enervar al médico de turno al venir a chequear su estado o incluso a quienes lo visitan para verlo allí inmóvil y quedar todos pensativos, haciendo una vaga conexión entre sus presuntas memorias (¿las habrá escrito o no?) y el atentado sufrido hace unos días, una forma igual algo drástica de crítica literaria, todo hay que decirlo, el gesto ese de sus agresores de coronar su empeño memorístico con un tiro en la cabeza, así no hay incentivos, nadie puede.

Cuesta imaginar al autor en las sombras de ese disparo. Las especulaciones hablan esperablemente del marxismo internacional y sus ansias de vendetta, de los antiguos adversarios ideológicos de Prada viniendo al fin a pasarle la cuenta, de trotskistas descolgados de otras facciones tan descolgadas como ellos del tronco principal, pero no son los únicos que los medios de comunicación citan; se menciona a la vez a la ultraderecha y la Internacional Fascista, la Internacional Negra, dicen, con la que el coronel habría tenido deudas pendientes, viejas pendencias entre los servicios de contrainsurgencia de Latinoamérica y los neofascistas italianos, o los anticastristas con sede en Miami, gente que solía hacer su aporte a las maniobras de Prada y a la que él no habría respondido con reciprocidad: yo te maté a un dirigente sindical, ¿tú qué hiciste por mí, a ver…?

Se ha hablado además de antiguas deudas de juego, pero la hipótesis se debilita al informarse que Prada no apostaba ni solía abocarse a esos menesteres; han sido traídas a colación antiguas rivalidades con otros servicios de inteligencia; malas intenciones de su Comandante en Jefe, que lo habría preferido muerto o entubado a que siguiera haciendo declaraciones ambiguas a la prensa; se habla hasta de viejas rencillas en el regimiento donde Prada y varios oficiales de su generación estuvieron destinados en su juventud, cuando todos ellos habían recién contraído nupcias y cundían las fiestas y ocasiones sociales entre su promoción. Allí donde Prada sí ejerció sus aptitudes seductoras, pero no necesariamente con su esposa, dicen, sino de preferencia con la de algún colega uniformado, mujer casquivana a la que ha comenzado a mencionarse ahora por el alias maledicente de «El colchón del regimiento», en alusión a su actitud tan receptiva a la hora de acoger a los guerreros jóvenes deseosos de reposo y solaz sobre su cuerpo, entre ellos, en lugar preferente, el entonces teniente Efraín Prada.

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