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Trasladado el coronel al hospital más cercano, sobreviene el parte médico de su estado. La bala ha ingresado por el flanco izquierdo del cráneo y desgarrado el lóbulo temporal, comprometiendo abundante masa encefálica en su trayectoria. Los médicos han hecho un prolongado intento de remover el proyectil, pero el paciente ha entrado previsiblemente en crisis y ha sido preciso descartar el empeño. La bala se queda donde está y habrá de permanecer allí posiblemente de por vida, la poca o mucha que le quede al paciente en estas circunstancias.

El daño neuronal provocado ha sido desde luego masivo, pero el afectado –militar de profesión y un hombre ya mayor, de 75 años y contextura recia, en buen estado físico general– ha logrado sobrevivir. Ahora se trata de mantenerlo con vida, aunque sea adosado a la maquinaria del hospital y en estado vegetativo.

Como era previsible, el hecho no provoca la congoja unánime de la ciudadanía, ni en los círculos de gobierno, donde nadie está por hacer de Prada un mártir y las declaraciones se suceden en tono de forzado pesar («Ninguna forma de violencia es justificable…», «Siempre es lamentable que ocurran estas cosas…»), con varios personeros públicos condenando el atentado pero aclarando a la par que era algo previsible, fruto de la misma violencia que Prada sembró en el país durante los últimos decenios, cuando estuvo a cargo de combatir –«con métodos muy poco ortodoxos», dice alguien crispado– a la oposición a la dictadura.

Quienes solían arrojarle, en días previos, desechos y cáscaras de naranja a la salida del tribunal hacen un intento de averiguar dónde serán las exequias para reiterar allí la maniobra, ahora contra el féretro, pero al final no hay exequias ni féretro y el ceremonial se pospone indefinidamente, visto que la condición de Prada es estable y la emergencia en sí ha pasado.

La muerte cerebral es, con todo, irrevocable: ya no volverá a respirar por su cuenta o recobrar la consciencia, y su esposa hace, al cabo de dos días del atentado, el noble anuncio de que no va a desconectarlo, ella se mantendrá a su lado para cuidarlo el tiempo que sea preciso, con la ayuda del Señor.

Luego de eso ya no hay más comunicados, salvo una declaración altisonante del ejército denunciando el estado de inseguridad existente hoy en el país por obra y gracia de la misma gente que aún sueña con reconducirlo al caos. La declaración institucional no es un modelo de originalidad, pero nadie espera originalidad en esos momentos, mucho menos por parte del ejército.

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