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El pensamiento económico

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Sin embargo, al tiempo que políticos y economistas tuvieron un amplio apoyo en sectores del pensamiento, la dura experiencia de la Primera Guerra y la crisis del 30 había convencido a muchos que el modelo de economía abierta basada en las exportaciones sobre el que el país había crecido, al menos hasta 1930, no tenía vigencia en la nueva división internacional del trabajo, en la que ya no se intercambiaban alimentos y materias primas de los países menos desarrollados por manufacturas de los más adelantados. En la nueva conformación de comercio mundial se intercambiaban manufacturas por otras. No se trataba solamente de la caída de los flujos de mercancías sino también los de capitales. La difícil experiencia del país desde los 30 lo mostraba. Por otra parte, según Bunge el país había alcanzado en la primera década del siglo XX un límite a la expansión de su frontera agropecuaria y, en adelante, la tasa de crecimiento de la población sería mayor a la de la extensión de la superficie cultivada. En ese caso, se debían producir manufacturas que antes se importaban, por lo que el Estado debía intervenir con políticas industrialistas. Se señalaba que la difícil experiencia argentina tras la crisis de 1930 así lo mostraba. A estos argumentos se agregaron otros más adelante, como la tesis de Prebisch-Singer sobre la desigual tendencia de los términos de intercambio entre países productores primarios e industriales (Fernández López, 1997, p. 449).

Junto con ello y no menos importante, alcanzaron una notable influencia los pensadores del campo católico, coincidiendo con la posición social de la Iglesia y los nacionalistas, que desde mucho antes favorecían el proteccionismo y la autarquía como un medio de defensa de los intereses nacionales.

A principios de los años cincuenta del siglo XX y tras haber atravesado con una economía abierta y dos shocks externos –el de la Primera Guerra y el de la crisis del 30–, que al parecer se habían superado exitosamente cerrando la economía (aunque hubieran sido implementadas como medidas de excepción), pocos dudaban de la ventaja de aislarse de los shocks externos. Aunque ya en 1949 había aparecido la primera crisis de balance de pagos, no se conocían aún las consecuencias de la protección industrial, el desaliento a la actividad agrícola y la represión financiera, que llevaron a repetidas crisis de las balanzas de pago. Además, el proteccionismo generaría un aislamiento de los shocks externos desfavorables, pero también entre los 50 y los 70 de los que en el mundo fueron favorables (Cortés Conde, 1997).

La economía de Perón

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