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IV. Los excesos de demanda

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Tal como se documenta en la sección anterior, durante el gobierno peronista el comportamiento de la política fiscal fue muy procíclico, en especial, en 1946-48. En ese primer trienio el producto crecía al 8% anual, el ingreso nacional de la mano de la mejora de los términos del intercambio lo hacía al 11% y la absorción interna al 14,5%, al tiempo que las cuentas públicas mostraban un deterioro. Ese extraordinario crecimiento de la demanda produjo, asimismo, un fuerte empeoramiento de las cuentas externas y de la posición de reservas, agravada por las nacionalizaciones de los servicios públicos y la cancelación anticipada de la deuda externa.34

A partir de entonces quedó claro que la restricción externa se había convertido en el principal límite al crecimiento. La más clara manifestación de esa restricción fue la decisión de los Estados Unidos de mayo de 1948 de dejar de financiar las exportaciones a la Argentina debido a la acumulación de deudas por ese concepto. Desde entonces sólo se podrían importar bienes si se pagaban por anticipado. Un crédito del Eximbank de 1950 permitió saldar la deuda acumulada hasta 1948.

La restricción en el sector externo se manifestaría con especial virulencia en el sector energético por el incremento de la producción y el mayor consumo de bienes durables que utilizaban electricidad. A comienzos de la década de 1950 las compras de petróleo llegaron a representar el 20% de las importaciones.

Pero esas malas noticias no vendrían solas. La inflación argentina, aunque ya se había insinuado, aumentó sensiblemente después de la guerra. Algo similar ocurrió en los países que habían combatido en el conflicto: por ejemplo, entre 1945 y 1947, la inflación de la Argentina fue similar a la de los Estados Unidos. Pero si en otras latitudes los aumentos de precios reflejaban la escasez transitoria de productos en una economía que buscaba reconvertirse hacia la producción civil, los males argentinos tenían una raíz distinta. Por ende, no es de extrañar que en 1949, mientras la inflación comenzaba a descender en Estados Unidos, aumentara hasta llegar al 30% en la Argentina. El elevado déficit fiscal, la expansión monetaria y crediticia junto con el aumento del orden del 50% de los salarios reales entre 1946 y 1949, son naturalmente parte de la explicación. Con la asunción de Gómez Morales en reemplazo de Miranda en 1949, comienzan políticas fiscales y monetarias más austeras, lo que prepararía las condiciones para el programa antinflacionario de 1952.

Esos problemas –restricciones recurrentes en el sector externo y elevada inflación– inaugurarían una época del comportamiento macroeconómico y nos acompañarían, con mayor o menor intensidad, por décadas, hasta la actualidad. Por ello, es razonable preguntarse por qué se llegó a esa situación. Mientras en la sección 2 discutimos las razones de por qué Perón aumentó de forma considerable la demanda y los salarios, aquí trataremos de encontrar explicación a estos “excesos”.

La primera explicación se vincula con las cuestiones que llevaban a acelerar el gasto en el corto plazo. Por un lado, las expectativas de mantenimiento de los altos precios internacionales de los productos de exportación que el país experimentó en el primer trienio de gobierno. Esa idea resultaba por lo menos opinable y estaba lejos de ser generalizada: ya un informe del Banco Mundial de junio de 1947 señalaba que el shock favorable sería de naturaleza transitoria (Anderson et al., 1947). Poco después, Prebisch señalaría el previsible deterioro que cabía esperar de los términos del intercambio de los países exportadores de materias primas. Por otro lado, las expectativas del gobierno por la participación en el Plan Marshall se vieron frustradas debido a que el gobierno de los Estados Unidos, posiblemente como represalia por la demora de Argentina en romper relaciones con el Eje, decidió excluir a nuestro país de dicho plan.

A pesar de que las expectativas de la continuidad de un contexto favorable se estaban viendo desmentidas, todavía se podía argumentar que era conveniente acelerar la compra de insumos y bienes de capital en el exterior. La explicación en este caso se vinculaba con el pronóstico de Perón de que el mundo se deslizaba hacia otro conflicto bélico. Si ello era así, cabía presumir que aumentarían las dificultades para importar, como había ocurrido en las dos conflagraciones previas. Las tensiones entre Estados Unidos y Rusia –que llevaron al bloqueo de Berlín en 1947 e incluso a la Guerra de Corea en 1950– parecieron darle la razón a este punto de vista. Pero afortunadamente no se desencadenó otra guerra mundial. Además, dadas esas expectativas es difícil explicar por qué el país canceló casi todos los créditos externos de forma anticipada. Hubiese sido razonable guardar esos recursos para enfrentar tiempos difíciles. El argumento de que se utilizaba esa política para ahorrar un flujo de divisas futuro reduciendo la carga de intereses de la deuda parece poco plausible. Parece tener más asidero la idea de que la prioridad era cumplir con el objetivo político de proclamar la “independencia económica nacional” en julio de 1947. Algo similar puede decirse respecto de reducir la remisión de utilidades de las empresas de capital extranjero a través de su nacionalización, ya que seguramente aquellas serían restringidas en caso de un nuevo conflicto bélico.

Hemos argumentado brevemente que las distintas hipótesis para explicar los excesos pueden rebatirse, al menos parcialmente. Sin embargo, hay una que puede explicar mejor que cualquier otra los excesos económicos de ese momento; ella se vincula con la intención de Perón de ser reelecto, para lo cual convocó a una Asamblea Constituyente para reformar la Constitución. La elección tuvo lugar en diciembre de 1948 y la victoria del gobierno fue contundente. Unas semanas más tarde Perón despedía a Miranda y nombraba en su lugar a Gómez Morales. A partir de entonces hubo un cambio bastante ostensible de la política económica. Podría afirmarse que, en la típica lógica del ciclo político, Perón esperó el resultado de las elecciones para corregir una situación económica que –él mismo– intuía insostenible.35

Utilizando un razonamiento distinto a lo planteado hasta aquí, Raymond Aaron argumenta que, pese a que no siempre se le da cabal cabida, muchas veces los hechos históricos pueden explicarse por impericia o ineptitud. Más allá de los comentarios previos, este parece ser el caso de la administración de Miranda, una persona con gran habilidad para los negocios pero con limitada capacidad para manejar la economía de un país. Que la salida de Miranda fuera tan repentina podría explicarse por el hecho de que Perón, a partir de determinado punto, percibió que la acumulación de errores en la conducción de la política económica había dejado a la economía del país en una situación crítica.36

En términos generales, da la impresión de que Miranda se manejaba de forma permanente con “soft budgets”. Siempre había expectativas de buenas noticias y la mayoría de las veces esas buenas noticias no llegaban; siempre había una explicación para gastar por arriba de las posibilidades, ya sea por las expectativas de un conflicto militar o para ganar las elecciones que permitieran la reforma constitucional y, por ende, la reelección.37

En síntesis, los “soft budgets” fueron en buena medida la respuesta a las demandas políticas y a los errores en las proyecciones. Obviamente la ausencia de instituciones fuertes que sirvieran de contrapeso y limitaran el poder de los políticos de turno facilitaron esos excesos. De hecho, las mayorías absolutas en el Congreso y el lento pero permanente intento de acallar las voces de la oposición facilitaron la creación de una tesorería paralela cuyas actividades quedaban fuera de la vista del Congreso y de la crítica de los medios de comunicación. Por allí pasaron, como se mostró en este trabajo, gastos que alcanzaron magnitudes equivalentes a varios puntos del producto.

Pero hubo, al mismo tiempo, diagnósticos equivocados que inducían a las autoridades a tratar a las restricciones de presupuesto como “blandas” hasta que la escasez de divisas –una restricción “dura”, difícil de eludir para una economía como la argentina– se imponía por su propio peso. Esa podría ser la lectura respecto a las medidas que adoptó la conducción económica entre 1949 y 1951: un ajuste fiscal gradual y la ausencia de una estrategia integral para reducir el ritmo de crecimiento de los precios, o sea, intentar seguir adelante implementando correcciones pero sin una firme voluntad estabilizadora. En esta lectura los límites –impuestos por la sequía de 1951-52– se habrían hecho visibles cuando ya era demasiado tarde y la restricción externa se hizo plenamente operativa.

Sin embargo, hay otra lectura posible: lo que hizo Gómez Morales fue reducir sensiblemente el papel que el IAPI había cumplido en los primeros años, disminuir el déficit fiscal, moderar de forma gradual pero constante el ritmo de crecimiento de la cantidad de dinero, revertir el crecimiento no sostenible de los salarios reales –que, de hecho, disminuyeron un 20% entre 1949 y 1952– y cambiar los incentivos en favor del sector agropecuario a través de mejores precios relativos y de un gran aumento del financiamiento al sector. A partir de esos cambios fue posible implementar una estrategia antinflacionaria como la puesta en marcha en 1952, cuando Perón ya había conseguido la reelección.38 Esa parece ser la hipótesis que más se ajusta a los hechos, lo cual no invalida que la restricción externa asociada a la sequía haya acelerado la toma de decisiones.

Lo cierto es que los desequilibrios acumulados durante los primeros tres años resultaron, por razones económicas y políticas, difíciles de solucionar en los años posteriores. Recién en 1954 y 1955 da la impresión que la economía se ponía nuevamente en marcha. El golpe militar dejó esa historia inconclusa, pero es evidente que varios de los errores recién identificados explican en buena medida por qué después del extraordinario crecimiento de los primeros tres años el ingreso por habitante de 1955 era igual al de 1948.

La economía de Perón

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