Читать книгу La economía de Perón - Javier Ortiz - Страница 28

II. Las condiciones iniciales y el clima de época

Оглавление

A fines de la Segunda Guerra Mundial, la dirigencia de la mayoría de los países se preguntaba hacia dónde se dirigía el mundo. Pese a que las especulaciones eran muchas y variadas, había cierto consenso en lo que se refiere a los principales lineamientos económicos y sociales que había que seguir. La palabra mágica del momento era “planeamiento”, que, entre otras cuestiones, significaba una mayor presencia del Estado en la vida económica de las naciones. Más allá de una URSS con mayor influencia y poder político y territorial después de la guerra –y en donde la presencia del Estado era obvia–, esa influencia también empezó a ser mucho más notoria en los grandes países de Europa, decididos a nacionalizar empresas –sobre todo de servicios públicos pero también bancos, de aviación y algunas industrias– y a lograr una sustancial mejora de la protección social –pensiones, salud, vivienda y educación–, a través de grandes aumentos del presupuesto dirigido a esas áreas. La aparición de esos lineamientos en programas de gobierno de partidos políticos con distinta orientación ideológica era una manifestación palpable de esos consensos generalizados. También lo era –en el campo político– la importancia creciente que iban adquiriendo los partidos políticos socialistas y comunistas de Europa.

Había también un cierto consenso en que la crisis de la década de 1930 y, en cierta medida, la Segunda Guerra habían sido el resultado de la ausencia de instituciones mundiales que facilitaran la concreción e implementación de acuerdos internacionales. De allí la reunión mantenida en julio de 1944 en Bretton Woods, que dio nacimiento al FMI y al Banco Mundial, aunque con rasgos claramente deficitarios respecto del establecimiento de mecanismos que asegurasen un ajuste semiautomático de la balanza de pago y recursos suficientes para aliviar los costos socioeconómicos de la corrección de los desequilibrios, como pretendía la propuesta de Keynes desestimada por Estados Unidos. Las deficiencias de los nuevos organismos internacionales tuvieron como resultado el surgimiento del Plan Marshall, en 1947, y pusieron en alerta a Perón, quien entendió que el “nuevo orden internacional” sería incapaz de lidiar con el problema europeo. Esa convicción, junto con el bloqueo a Berlín por once meses en 1947-1948, terminó de convencerlo de que existía la probabilidad de una nueva contienda mundial. Ese convencimiento alentó el intento de profundizar la autarquía y aceleró la necesidad de importar insumos y bienes de capital.

Por otra parte, aun antes de asumir la presidencia, desde su despacho en la Secretaría de Trabajo, Perón seguramente evaluó no sólo el contexto internacional en que le tocaría gobernar sino también la experiencia económica argentina de los tres lustros previos. El devastador shock externo provocado por la Depresión habría de dejar una profunda huella en la economía argentina. Pese a la relativa recuperación experimentada en la segunda mitad de la década del treinta, el crecimiento del 1,4% anual promedio fue, de hecho, el menor de los seis decenios previos. Además, en contraste con lo ocurrido en esas décadas, por primera vez sucedía que el ingreso argentino no aumentaba por encima del de la mayor parte de los países de la región, entre ellos Brasil y México. En la visión de muchos observadores –y no sólo de Perón–, la economía argentina, pese a la sustitución de importaciones ya ocurrida durante la crisis, era todavía muy abierta, y eso la tornaba demasiado vulnerable frente a un comercio mundial en franco colapso que, se creía, no iba a recuperarse en la posguerra. En esa visión, los elevados coeficientes de apertura comercial generaban un espacio importante para intentar una estrategia industrial proteccionista. Durante el conflicto bélico, el crecimiento volvió a ser menor que el de América Latina, aunque el 2,5% anual implicó una mejora sustancial si se lo compara con la caída que tuvo durante la Primera Guerra y con las expectativas negativas que había a inicios de la contienda.

El menor ritmo de crecimiento económico explica sólo parcialmente que el salario real no aumentase entre 1928 y 1942. A esto último contribuyó, sin duda, la creciente migración del campo a la ciudad, explicada por la fuerte caída de ingresos reales que afectaba a la producción agropecuaria, pero también la escasa preocupación por la distribución del ingreso de los gobiernos conservadores. Las frecuentes huelgas en los dos o tres años previos a la guerra eran una manifestación del descontento de los trabajadores, una insatisfacción que era previsible que se volviera a manifestar con el fin de la guerra.

Las dificultades para importar durante la guerra, que fueron mayores para la Argentina dadas las tensiones con Estados Unidos por la demora en romper relaciones con los países del Eje, junto con el aumento en el precio de los alimentos, generaron un abultado superávit en la cuenta corriente.2 A ello contribuyó también la “desaparición” de los Estados Unidos de los mercados de la región dado que su prioridad era ocupar las bodegas de los barcos con el transporte de armamentos. Ello permitió a la Argentina no sólo aumentar sus exportaciones a los países de América Latina sino también al propio mercado norteamericano. Las exportaciones industriales llegaron, en ese contexto, a representar el 20% de las exportaciones totales. Pero, como el fin de la guerra dejaría claro, la captura de esos mercados para las exportaciones industriales era transitoria y sólo duró el tiempo que los Estados Unidos necesitaron para recuperarlos, un proceso en el que la Argentina desgraciadamente colaboró con una política económica poco atractiva para las exportaciones.

En síntesis, a la salida de la guerra había una oportunidad y un desafío: estaban las divisas y faltaban los bienes; los salarios reales no crecían hacía quince años y había una abundante mano de obra que, en parte como consecuencia de las dificultades del sector agrícola-ganadero, había empezado a emigrar masivamente desde el interior hacia los grandes centros urbanos. Además, la perspectiva era la de una economía y un comercio mundiales que Perón imaginaba estancados y con renovadas presiones proteccionistas (Gerchunoff y Llach, 2018).

En tales condiciones, parecía que sólo se requería aumentar la demanda interna, y en esa tarea Perón pondría toda su energía, convencido de que esa estrategia era, al mismo tiempo, un elemento esencial para la viabilidad de su proyecto político. Con esas perspectivas, con un clima de ideas propicio y ayudado por las holguras iniciales, utilizó distintos mecanismos para satisfacer sus objetivos industrializadores, expansivos y redistributivos: el aumento de los salarios y del gasto público, la expansión de la cantidad de dinero y el crédito, el subsidio a los alimentos, el atraso de las tarifas de las empresas públicas y el congelamiento de los alquileres. Esa tarea, como se dijo, se vio facilitada por la presencia de instituciones e instrumentos heredados de la década de 1930 y de los años de la Segunda Guerra Mundial que Perón utilizaría más intensa y osadamente, como el control de cambios, los tipos de cambio múltiples, las juntas reguladoras, los precios máximos, y los redescuentos del BCRA que adoptaron, sin embargo, modalidades enteramente alejadas de su función tradicional de asistencia financiera por iliquidez (Gerchunoff y Machinea, 2018).3 Había también varios impuestos relevantes heredados de los gobiernos de comienzos de la década de 1940, que ayudaban al financiamiento de las cuentas públicas y, al menos parcialmente, contribuían a mejorar la distribución del ingreso.

La economía de Perón

Подняться наверх