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El debate antropológico

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Al incorporar el giro dramatúrgico y discursivo al debate sociológico, Alexander prestó atención a las reflexiones más relevantes que la antropología había desarrollado hasta entonces en torno a la cultura, particularmente al concepto de acción simbólica sugerido por Kenneth Burke (1941) y difundido posteriormente por Clifford Geertz. Para el primer autor, la acción simbólica es cualquier acto que proyecta una actitud o estado mental —en otras palabras, que representa algo— y que somete al cuerpo a una actuación sujeta a interpretación. En tanto que la acción humana es simbólica, sugiere Geertz, pierde sentido la cuestión de saber si es una conducta estructurada, o una estructura de la mente, o hasta las dos cosas juntas o mezcladas, ya que es una acción que significa algo, “lo mismo que la fonación en el habla, el color en la pintura, las líneas en la escritura o el sonido en la música” (Geertz, 2003: 24). De esta manera, la acción termina por ser un proceso permanente de externalización o representación que está conectada naturalmente con la agencia.

Este planteamiento implica, siguiendo una línea de reflexión del filósofo francés Paul Ricoeur (1971), que las acciones —en tanto manifestaciones cargadas de sentido— deben ser tratadas como textos, explorando los códigos y narrativas, las metáforas, los metatemas, valores y rituales que se manifiestan en los distintos espacios de dominación institucional, como la religión, la clase, la raza, la familia, el género y la sexualidad. De esta manera —a decir de Alexander y Mast (2017)— la posición del filósofo francés resultó relevante para el proyecto de la sociología cultural, ya que permitió establecer qué es lo que hace importante el significado y qué hace que algunos hechos sociales estén tan llenos de sentido. Si la agencia está inherentemente conectada a la capacidad representacional y simbólica, la acción humana debe leerse a partir de sus propias reglas de enunciación e interpretación. Esas reglas se dan en el mundo de la cultura como un emplazamiento organizado de parámetros simbólicos entendidos significativamente. Esta reformulación que plantea Alexander enfatiza el ambiente cultural de la acción, la cual debe ser concebida como una estructura organizada interna del actor, en un sentido concreto.

Esto garantiza que la acción pueda ser interpretada como una experiencia de sentido entre otros actores. Pero, sobre todo, hace posible que la acción simbólica adquiera una forma cultural que se sustente a sí misma, independiente de las presiones que aparentemente ejercen otros sistemas —político y económico— sobre el propio mundo cultural. Este último debe ser entendido como socialmente relevante en el análisis sociológico porque está constituido de una narrativa y códigos particulares que lo autosostienen. Esto es lo que permite que la sociología cultural afirme la existencia de una autonomía de la esfera de la cultura con relación a otras de la vida social. Así, la sociología cultural puede sostener que las acciones no son totalmente racionales y estratégicas, y que las instituciones tampoco son coercitivas por necesidad. Una vez que se comprende el sentido de la acción social en términos culturales es posible intentar dar un paso más allá y observar cómo la cultura se conecta o imbrica con el poder, la razón estratégica y las estructuras del mundo de la producción económica.

Sociología cultural

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