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El mundo simbólico y la esfera civil en las sociedades democráticas

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Esta forma de pensar la acción y la cultura tiene implicaciones relevantes para examinar los sistemas sociales y sus partes. La acción colectiva y la institucional expresan la presencia de una red de códigos, narrativas y símbolos que se encuentran en el fondo de la sociedad y que permiten la cohesión de esta última. Así, Alexander deja claro que su propuesta de sociología cultural se encuentra vinculada estrechamente con los últimos trabajos de Durkheim, en la medida en que pretende colocar el significado y los sentimientos en el centro del análisis social. Pero, por otro lado, también de Weber, quien mostró que la cuestión del significado es central para entender las dinámicas detrás de la organización de la sociedad, los motivos, las emociones y las creencias de los actores. Sin embargo, Alexander retomará el planteamiento de Durkheim sobre la sociología de la religión para señalar cómo los individuos y colectivos mantienen la división del mundo entre espacios sagrados y profanos, incluso en las sociedades modernas. Por otro lado, retomará de Weber el peso que tiene la definición del bien y el mal social en relación con los conceptos de lo justo y lo injusto en las sociedades contemporáneas. Para la sociología cultural estos son temas centrales que se encuentran pautados en las sociedades democráticas por las disputas que se dan en la esfera civil.

Por esfera civil Alexander entiende el campo en el que se sostienen de forma crítica e integrada las aspiraciones y capacidades universalistas de solidaridad, pertenencia, así como los procesos emocionales derivados de la conexión de las personas en colectividad. Es un campo de subjetividad y moralidad independiente, empíricamente diferenciado y más universal en sentido moral que las esferas no civiles, como el mercado, la religión o el Estado. La esfera civil, al ser un campo al mismo tiempo crítico e integrado de solidaridad, se convierte en un espacio en el que las acciones de personas y grupos están sujetos de continuo a interpretación abierta, lo que genera al interior de la esfera civil disputas sobre las cualidades y el sentido de la acción de sus actores. La estructura interna del código de la esfera civil conceptualiza el mundo, a decir de Alexander, entre aquellos que son merecedores de inclusión y aquellos que no lo son, de la misma manera que no existe religión que no divida el mundo entre lo sagrado y lo profano.

A veces a los actores se les considera buenos o malos, otras, amigos o enemigos, y otras más, ciudadanos o no ciudadanos. En la medida en que se les imputan estas categorías, sus acciones son valoradas de manera moralmente distinta. Actos de corrupción o violencia, de disculpa y perdón, manifestaciones de apoyo y protesta frente a problemas como la pobreza o el uso de la tecnología, son juzgadas de manera diferencial en la esfera civil. Para Alexander esta forma de tipificar la acción de personas y grupos se construye a partir de narrativas binarias en tres niveles. El primero es el de los motivos, donde se tipifica como civil, por ejemplo, si las inspiraciones que están detrás de los actores derivan de un proceso libre y autónomo, y donde se juzga como anticivil si las acciones son consideradas el resultado de fuerzas que controlan y manipulan a dichos actores. En el nivel de las relaciones, por otro lado, se categoriza el tipo de vínculos que construyen los actores, definiéndolas como civiles cuando se interpreta si son abiertas, críticas y francas, y anticiviles, si son cerradas, discrecionales y estratégicas. En el ámbito de las instituciones se clasifica, finalmente, el espacio donde los actores están inscritos: si están regulados por reglas y normas, si son incluyentes e impersonales, se les califica como civiles; por el contrario, si predomina el uso discrecional del poder, las lógicas de exclusión y las relaciones personales, se valora a las instituciones como anticiviles.

Así, por ejemplo, el comportamiento de un grupo o persona es juzgado por la sociedad en términos de: a) quién, por qué razón y para qué se comporta de esa manera (motivos); b) la forma en cómo estructuran sus vínculos con otros grupos, individuos o instituciones (relaciones), y c) su funcionamiento como parte de un colectivo (en tanto que institución). En la medida en que la tipificación y la clasificación de la acción generan distintas interpretaciones sobre los motivos, las relaciones y las instituciones de los actores, esto termina por provocar disputas por el sentido y el significado de la acción. Cada una de las posiciones en competencia crea una narrativa que trata de argumentar por qué ciertas acciones deben ser consideradas como civiles o anticiviles.

Esto permite comprender la razón por la que en una misma sociedad se pueden encontrar posiciones opuestas sobre un mismo tema; estas expresan la confrontación de mundos morales distintos, pero que comparten un marco de patrones, normas y códigos culturales, que provee a los grupos en conflicto de un medio común de comunicación, más allá de sus demandas diferenciadas y decisiones estratégicas (Alexander, 2018). Así, los intereses particulares están enmarcados en un conjunto de códigos democráticos que proporcionan un lenguaje común a los grupos en pugna. Al respecto, Kivisto y Sciortino (2015) han señalado que este es el punto más relevante del concepto de Alexander, ya que incluso en contextos de profunda desigualdad y opresión radical, hay una paradójica adherencia a los códigos y significados de la vida civil, no solo para los oprimidos, sino por los opresores: “Todos los grupos en la esfera civil poseen la capacidad moral de reconocimiento, y los conflictos sobre los recursos y la adscripción son siempre conflictos sobre la interpretación” (Kivisto y Sciortino, 2015: 13).

Estos conflictos sobre la interpretación si bien tienen relevancia por lo que ponen en juego en términos discursivos y morales, la tienen aún más por las consecuencias al generar procesos de solidaridad social en condiciones concretas. La esfera civil se institucionaliza por y a través de organizaciones que conectan los procesos emocionales, las aspiraciones y capacidades de solidaridad en categorías interpretativas en el tiempo y el espacio. La esfera civil no es, por tanto, solo un campo de subjetividad y moralidad, sino un complejo conjunto de instituciones comunicativas —medios de comunicación, la opinión pública y los movimientos sociales— y regulativas —partidos políticos, elecciones, cargos públicos y sistemas de justicia—, que traducen las disputas dentro de la esfera civil en acciones gubernamentales, reformas legislativas o en procesos de inclusión o exclusión social. En otras palabras, estas instituciones cristalizan de alguna manera la solidaridad, los derechos colectivos y las obligaciones morales. Transforman las concepciones acerca de la pureza e impureza de los motivos y las relaciones sociales, en mecanismos normativos de estas. Articulan las demandas de reparación civil, libertad y represión de manera concreta. Instituciones como la ley, la función pública, los partidos políticos, las organizaciones de la sociedad civil, los medios de comunicación proporcionan a la solidaridad medios institucionales específicos a través de sanciones y reconocimientos.

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