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CAPÍTULO 4

—ESTE LUGAR SIEMPRE FUE UN tugurio.

Heather puso los dos vasos sobre la mesa y dejó caer tres bolsas de patatas fritas junto a ellos. Nikki tomó uno de ellos, con sabor a sal y vinagre, y lo observó con aire crítico.

—Lo elegiste tú —le apuntó Nikki con serenidad.

Para fastidio de Heather, estaba igual que siempre. Llevaba el pelo negro trenzado y gafas más finas y elegantes; ambas cosas eran versiones más modernas del peinado y las gafas que había usado en la escuela. Hasta llevaba puesto un grueso suéter de punto azul que a Heather le recordaba el uniforme escolar.

—Sé que Balesford no está lleno de lugares de moda, pero sospecho que podríamos haber elegido algo mejor que Wetherspoons.

—Bueno, por los viejos tiempos.

Heather bebió un sorbo e hizo una mueca. Al llegar al bar, había vuelto a las antiguas costumbres y terminó pidiendo ron con Coca-Cola, la bebida que más asociaba con la época escolar. Nikki había pedido vino blanco con soda, aunque parecía más interesada en las patatas fritas.

—Siento no haberte avisado antes de que había regresado, pero... todo ha sido tan complicado. ¿Cómo te enteraste de mi vuelta? ¿Tienes espías vigilando la casa? ¿Trabajas para el MI5 ahora, acaso?

Nikki negó con la cabeza y sonrió.

—Mi tía vive en tu calle, ya sabes. Y ella es básicamente el MI5 de Balesford. Todo el mundo estaba esperando que aparecieras, después de que el señor Ramsey contó que ni siquiera tenías llaves de la casa de tu madre. —La sonrisa de Nikki vaciló—. Lo siento, Hev. Lo siento muchísimo. Es terrible. ¿Cómo estás?

Heather se encogió de hombros y abrió una bolsa de patatas fritas, evitando mirar a su amiga a los ojos. Nikki siempre había sido la buena, la amable, y ver bondad y comprensión en el rostro de otro ser humano era demasiado para ese momento, sobre todo después de haber estado en la casa. Materia orgánica.

—Estoy todo lo bien que se puede esperar, supongo. Hace un rato, mientras estaba en la casa, todo el tiempo me parecía que ella estaría allí, ¿sabes? Como si todo fuera un..., no lo sé, un error burocrático. Es... —Algo se le movió dentro del pecho y el local le resultó endeble, como si el suelo estuviera a punto de desmoronarse—. Hacía mucho que no venía a la casa. Y..., bueno, ya sabes que ella no era admiradora mía, precisamente.

—Eso no es lo importante.

—Sí, ya lo sé. —Heather bebió un sorbo de ron con cocacola y parpadeó al sentir el ardor en la garganta. El dolor de cabeza que había estado avecinándose se disipó y parte de la tensión se le aflojó de los hombros—. ¿Por qué se habrá suicidado, Nikki? No lo puedo comprender. Hay algo... hay algo que no parece estar bien. No tiene sentido.

Nikki parecía algo incómoda y se movió en la silla. El pub comenzaba a llenarse de gente que iba a almorzar, aprovechando el menú de curry por cinco libras.

—Al principio la tía Shanice no se lo quería creer. Decía que el señor Ramsey estaba delirando... Heather, el suicidio es difícil de entender. Tu madre debe de haberse sentido muy infeliz, muy atormentada, durante mucho tiempo, y es posible que nadie supiera que estaba sufriendo. Las enfermedades mentales pueden ser muy destructivas.

—Sí. Y yo iba a ser la última persona en enterarme, claro. Es solo que... —Heather se encogió de hombros—. Sé que recuerdas cómo era mi madre. Nunca armaba jaleo, siempre quería que todo fuera lo más tranquilo posible. Parece un gesto, como si me estuviera diciendo algo o quisiera..., no lo sé..., castigarme, quizá. —Al ver la expresión de Nikki, suspiró—. Lo sé, soy un cliché ambulante, negándome a aceptar lo que tengo delante porque la verdad es demasiado incómoda. Y haciendo que todo gire alrededor de mí, joder. Pero no puedo quitarme de encima la sensación de que algo se me está escapando. ¿Tu tía notó algo raro en ella? ¿Últimamente, quiero decir?

—Mira... —Nikki le apretó la mano por un instante y, de nuevo, Heather no pudo mirar a su amiga a los ojos—. Algunas cosas..., algunas cosas no pueden comprenderse ni desmenuzarse a fuerza de razonamiento.

Heather asintió, con los ojos fijos en la superficie pegajosa de la mesa.

—De todos modos, no hablemos más de esto, ¿de acuerdo? Son tonterías. ¿Cómo estás tú? Hace tiempo que no nos juntábamos así, a tomar algo sin haberlo planeado. ¿En qué andas? Sigues en la enseñanza, supongo.

—Así es, y me doy cuenta por la cara que pones cuando lo digo que te horroriza. —Nikki sonrió y bebió un sorbo de vino—. Ahora estoy dando algunas clases en una universidad, cosa que sabrías si alguna vez prestaras atención a mis publicaciones de Facebook. Estoy cubriendo los departamentos de Lengua e Historia. ¿Tú sigues en el periódico?

Heather hizo una mueca de desagrado y trató de ocultarla metiéndose varias patatas fritas en la boca al mismo tiempo.

—No funcionó. Hace un tiempo que estoy trabajando por mi cuenta, y lo prefiero así. —Más malos recuerdos. Se bebió el resto del vaso y arqueó las cejas—. ¿Otro?

Pasaron el resto de la tarde en el pub, y se cambiaron a los refrescos cuando la vista comenzó a nublárseles. En algún momento, una de las dos propuso pedir comida y pronto la mesa se llenó de platos y de manchas de salsa con curry de un amarillo alarmantemente intenso y trozos del pan plano, característico de la cocina india. Hablaron de la escuela y recordaron todas las viejas historias que por tradición deben ser rememoradas en momentos como ese. Poco a poco comenzó a llegar el público de la tarde y convinieron que era momento de regresar a casa, pues pasar todo un día en un pub no era —señaló Nikki— el aspecto ideal que debía mostrar una docente.

—Como tú digas, profesora.

Fuera, el día se había puesto gris y frío, y mientras Nikki llamaba a un taxi, Heather descubrió que la moderada cantidad de alegría que había podido acumular durante la tarde se le estaba escurriendo entre las sombras. No regresaría a su casa en ese momento, a su desordenada pero acogedora habitación en una casa compartida con otras personas desordenadas; volvería a la casa vacía de su madre, sin duda, a pasar una noche de malos recuerdos y preguntas sin respuestas. Algo debió de reflejarse en su rostro, ya que después de guardar el teléfono en el bolsillo, Nikki le tocó el brazo con suavidad.

—El taxi tardará unos minutos. ¿Todo bien?

Heather se encogió de hombros. Los refrescos burbujeantes se le habían acidificado en el estómago y se sentía demasiado cansada como para fingir.

—La carta de despedida fue realmente extraña, ¿te lo conté? —Nikki negó con la cabeza; sus ojos castaños parecían sombríos—. Como dijiste, se ve que no estaba bien y supongo que no se puede esperar que una carta de despedida tenga sentido.

Heather trató de sonreír, pero solo logró hacer una mueca desagradable, de modo que no siguió. Abrió el bolso y cogió un trozo de papel de su libreta. Era de color lila claro, con un dibujo de un pajarillo junto a un encabezado que decía “notas para ti”. Por motivos en los que no deseaba ahondar, la había llevado consigo desde que la policía se la había entregado junto con las pertenencias de su madre. La letra apretada de su madre ocupaba el centro de la hoja. Se la pasó a Nikki, que frunció el ceño y la alisó cuidadosamente con los dedos.

—“Para vosotros dos. Sé que esto será un golpe, y lamento que tengáis que lidiar con todo este desastre, pero ya no puedo vivir con esto, sabiendo lo que sé, ni con las decisiones que tuve que tomar. Dicen que elegir este final es de cobardes; pues bien, los que lo dicen no saben con lo que he tenido que vivir, esta sombra terrible bajo la que he vivido desde siempre. Todos aquellos monstruos del bosque nunca se fueron, al menos no para mí. Y tal vez me lo merezca. Realmente lamento todo lo que vendrá, por si sirve de algo. A pesar de lo que podáis creer, os amo a ambos, siempre os amé”.

Nikki no dijo nada; se limitó a fruncir los labios y mirar hacia la calle. Después de un instante, se llevó un dedo a la comisura del ojo y dejó escapar un suspiro lloroso.

—Hev, qué terrible. Pobrecita tu madre.

—¿Pero no lo ves? —Heather tomó la nota de sus manos, la dobló y la volvió a guardar en el bolso. Tenerla fuera de vista le hacía bien—. “Para vosotros dos. Os amo a ambos”. ¿Qué significa? Solo soy yo. No le quedaba ningún otro familiar. ¿Y a qué se refiere con eso de las decisiones?

Nikki sacudió la cabeza lentamente.

—De acuerdo, es raro. Pero ¿tal vez se refería a ti y a tu padre? Si estaba muy mal, puede que hubiera olvidado que había muerto, o... o tal vez le hablaba al que fuera a encontrar su cuerpo.

—Pero ambos suena demasiado específico. Como si se estuviera refiriéndo a dos personas. ¿Y eso de los monstruos del bosque? ¿Qué diablos significa eso? —Heather suspiró—. Tienes razón, puede haber estado hablando de mi padre, pero me da rabia no saberlo. Pienso que voy a pasarme la vida preguntándome de qué hablaba; como si lidiar con toda esta mierda no fuera suficiente, tuvo que dejarme una carta de despedida vaga y misteriosa.

En algún lugar calle arriba, un perro ladraba; había comenzado a llover. La calle estaba casi desierta, pues la gente corría para escapar de la llovizna, pero cerca de la parada del autobús, una figura en la sombra se mantenía inmóvil. Un autobús pasó rugiendo, sin detenerse, y la figura apartó el rostro de la luz.

—Lo sé. Creo que te sentirás mejor después del funeral. Se supone que los funerales nos permiten pasar página, ¿no es así? —Nikki frunció los labios, como dudando de que fuera realmente así—. ¿Has comenzado a...?

—Ya está todo bastante encaminado. —Heather sonrió. Le hacía bien ver a Nikki, tener a alguien que la guiara de vuelta a las cuestiones prácticas—. Ya has visto cómo es de colaboradora la gente en este tipo de situaciones. El problema es que ella tenía el teléfono consigo, y... bueno, no sobrevivió. Así que necesito encontrar su libreta de direcciones, si es que la tenía. ¿La gente sigue anotando los números hoy en día? Supongo que si hay personas que lo hacen, mi madre sería una de ellas.

—Pues mi madre y la tía Shanice están más que dispuestas a ayudarte, así que cuenta con ellas para lo que necesites. Mira, allí está el taxi. —Nikki hizo un ademán con la cabeza en dirección a la acera.

***

Horas más tarde, Heather despertó en el dormitorio de invitados de la casa de su madre, y abrió los ojos a la oscuridad absoluta. Presa del pánico, cogió el teléfono de la mesilla de noche y la luz de la pantalla sumió la habitación en un conjunto de sombras grises. “Es solo el cuarto de invitados”, se dijo, “son solo las estúpidas cortinas gruesas”. La ventana del dormitorio de su propia casa daba a una farola de la calle, lo que hacía que nunca estuviera completamente a oscuras. Allí, con los árboles de fuera y las cortinas largas y pesadamente bordadas, se había despertado a una especie de ceguera. Temblando levemente, encendió la lámpara de la mesilla de noche y se incorporó, con el teléfono en las manos.

Oyó un ruido de movimientos directamente encima de su cabeza. Heather se frotó los ojos y se dijo que era una mujer adulta en una casa desconocida; era lógico que hubiera ruidos raros y que se sintiera asustada. El ruido se convirtió en una especie de aleteo y a Heather se le puso la piel de gallina.

—De acuerdo —dijo en voz alta—. Hay un pájaro en el desván. Se ha metido una paloma, o hay un nido de estorninos o algo así. —Su voz sonaba conocida, normal; asintió para darse ánimos—. Un pájaro no es más que un pájaro. No hay nada de qué preocuparse.

Permaneció en la cama unos minutos, escuchando los ruidos con creciente fastidio. Finalmente, hizo a un lado el edredón y salió del dormitorio al pasillo. Tal vez, pensó, el ruido de sus pasos asustaría al pájaro y lo haría irse. El pasillo le resultó particularmente oscuro después de la luminosidad de la luz de la lámpara, y Heather parpadeó varias veces, esperando que sus ojos se acostumbraran. Hacía frío y la alfombra debajo de sus pies estaba extrañamente helada.

—Puta casa.

La puerta del desván era una sombra casi invisible en el techo. Cuando Heather se detuvo debajo de ella, el ruido y el aleteo se detuvieron abruptamente, como si hubieran estado escuchando. Con curiosidad, y sintiéndose mucho más despierta que antes, permaneció allí unos instantes, escuchando y frotándose los brazos de tanto en tanto. Hacía tanto frío que le pareció que podía ver su aliento en el aire.

La casa estaba en completo silencio; hasta los golpeteos y crujidos de la estructura parecían haberse acallado.

Heather se volvió para regresar a la habitación y vio la ventana en el extremo del pasillo. Por un instante, captó un movimiento allí fuera, como si algo estuviera observando desde el espeso límite del bosque. Unos ojos, enormes, brillantes y absolutamente inhumanos escudriñaban desde el otro lado del cristal a oscuras.

—¿Qué...?

Un segundo después, una ráfaga de viento agitó los árboles y lo que fuera que hubiera causado esa ilusión se disolvió en la nada. “Porque era solamente eso”, se dijo Heather, “tus ojos jugándote una mala pasada, boba”. Aun así, se acercó a la ventana y miró fuera. No se veía nada salvo las luces de la calle filtrándose por entre las ramas de los árboles; el brillo de la luna creaba siluetas extrañas y a medio formar.

Enfadada consigo misma, volvió a la cama. Dejó la lámpara de noche encendida hasta la mañana. Y aunque no volvió a escuchar los ruidos esa noche, su mente seguía regresando a ellos, y cuando se durmió, soñó con plumas suaves y oscuras y con el rostro redondo de su padre, rojo de ira.

Tiempo de lobos (versión española)

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