Читать книгу Tiempo de lobos (versión española) - Jen Williams - Страница 13
ОглавлениеCAPÍTULO 6
FIONA DEJÓ POR FIN DE corregir trabajos y sonrió al ver el pequeño montón de tarjetas y obsequios sobre su escritorio. Sus alumnas de nivel avanzado habían estado trabajando sobre preguntas de exámenes anteriores y estaba bastante convencida de que el repentino interés que habían demostrado por su cumpleaños era una treta para ganarse su favor, pero esos objetos no eran lo peor que se podía encontrar sobre el escritorio al final del día; muchos profesores podían contar historias de terror al respecto. Además, Fiona estaba de humor generoso y dispuesta a perdonar el intento de soborno explícito; sentía tanto interés por leer ensayos sobre “Oportunidades de llevar una vida saludable y activa y sus efectos sobre la persona” como las alumnas por escribirlos.
Junto a ella, el radiador susurraba; acercó la silla un poco más hacia él. Seguramente haría más calor en su casa y el gato se ofendería porque tardaba en llegar, pero quería tener abiertas todas las tarjetas para no decepcionar a las chicas a la mañana siguiente.
Avanzó por el montón, sonriendo ante los mensajes de “Feliz cumpleaños, señorita Graham” y “¡Que tengas un gran día, Colo!”.. Ser maestra y tener cualquier característica distintiva podía ser desastroso —un lunar facial, un leve ceceo, cejas muy pobladas—, pero Fiona sentía que no había pagado demasiado caro el hecho de ser pelirroja. Había escuchado algunos apodos antipáticos como “cabeza de zanahoria”, un regalo de un grupo de desagradables niñas de octavo, pero a las chicas mayores parecía resultarles algo digno de admiración. Nada sorprendente, puesto que tenían la costumbre de teñirse el cabello de diferentes colores todas las semanas.
Los obsequios eran pequeños objetos: cajitas de bombones, un juego de protectores labiales de sabores. Una chica, Sarah, le había regalado una tarjeta de compras de la parafarmacia Boots, entre otras cosas.
—Cuando era niña, las maestras tenían suerte si les regalaban una manzana —murmuró al aula vacía.
Uno de los obsequios no tenía etiqueta ni estaba adherido a ninguna de las tarjetas. El papel de envoltorio era extraño: un estampado búlgaro anticuado, parecido al papel con olor a lavanda del guardarropa de su abuela, y había dos flores rosadas secas sobre el paquete.
Arrugando levemente el gesto, lo abrió; adentro solo había un guijarro grande y liso. Estaba frío y al tacto, y la hizo pensar en la playa. Alguien, con bastante torpeza, había rayado un corazón sobre una de las caras.
—Ajá. —Fiona arrugó más la frente, tratando de identificar quién podría haberlo hecho.
Cada cierto tiempo aparecía alguna chica artística, que disfrutaba de ser la que podía crear cosas osadas o distintas. Pero, sinceramente, muy pocas de ellas terminaban en una clase de Educación Física Avanzada. Todas optaban por Arte o Teatro.
Finalmente, puso todas las tarjetas en fila sobre la parte delantera del escritorio, y colocó la piedra junto a ellas, con el corazón hacia la clase. Luego se fue a su casa.