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CAPÍTULO 8

AL ENTRAR EN LA SALA de estar de Nikki, a Heather le gustó ver varias estanterías llenas de libros y una televisión tan grande que dominaba una pared. El mobiliario era agradable y reconfortante y claramente había sido elegido por alguien a quien no le interesaba demasiado la decoración de interiores. Heather se detuvo frente a una pequeña vitrina y sonrió.

—Las recuerdo de la casa de tu madre. ¿Es algo genético o qué?

Nikki hizo una mueca. La vitrina contenía una pequeña colección de figurillas de cerámica de colores pastel que incluía cisnes, pastores, lecheras y damas con vestidos de encaje.

—Ni lo menciones. Mamá me compra una para cada cumpleaños y cada Navidad. No sé qué hacer con ellas. ¿Quieres una taza de té?

—Sí, gracias. —Heather siguió a Nikki hasta la alargada cocina al fondo de la casa, que olía a alguna agradable comida reciente con especias—. ¿Qué tal la escuela?

—Todo bien, los melodramas de siempre. —Nikki echó agua caliente sobre las bolsitas de té y un vapor fragante invadió la cocina—. ¿Estás bien? Parecías rara por teléfono.

Heather abrió la mochila y extrajo la lata de galletas. Entonces que sabía lo que contenía, le pareció más pesada, como si estuviera acarreando una cabeza cortada más que un fajo de cartas. Abrió la tapa y miró con pavor la letra descuidada.

—Encontré estas cartas en el desván de mi madre, debajo de un montón de discos viejos.

—¿Cartas? ¿Qué clase de cartas?

—Bueno, yo... Creo que es mejor que les eches un vistazo.

Nikki tomó el fajo y comenzó a leer. Heather observó su rostro. Cuando Nikki hizo un gesto de desconcierto, Heather se puso de pie y terminó de preparar el té. Al volver donde estaba Nikki, vio que su amiga sostenía el papel como si pudiera morderla.

—¿Esto es lo que creo que es?

Heather lanzó una especie de risotada, aunque no estaba nada contenta.

—Tal cual. Puede que no haya estado muy en contacto con mi madre en los últimos años, ¿pero esto? Me ha dejado helada.

—Michael Reave. El Lobo Rojo. —Nikki sacudió la cabeza despacio, como para aclararse las ideas—. Heather, ¿no has escuchado las noticias?

—No. ¿A qué te refieres? —Parpadeó.

Por lo general, seguía de cerca las noticias; puesto que le gustaba seguir refiriéndose en broma a ella misma como periodista, tomaba como parte de su trabajo mantenerse al tanto de los acontecimientos, pero se dio cuenta entonces de que en los últimos días había estado evitando al mundo, escuchando los viejos CD de su madre y viendo películas antiguas. Era fácil hacerlo cuando no había internet en la casa.

Nikki dejó las cartas y regresó a la sala de estar. Volvió con un periódico y se lo alcanzó a Heather. El titular decía: “el lobo rojo ataca desde la cárcel” y la introducción debajo aclaraba: “La policía teme que se trate de un imitador”. Heather siguió leyendo, sintiendo la cabeza extrañamente ligera, como si fuera a elevarse flotando hasta el techo en cualquier momento.

—¡Estás de coña! —exclamó minutos después.

Mientras tanto, Nikki había ido en busca de su portátil y estaba leyendo rápidamente el mismo artículo de Wikipedia que había visto Heather. Tenía los ojos como platos.

—Oye, este tipo era un monstruo. Exhibía los cuerpos de esas pobres mujeres de manera elaborada, todos mezclados con plantas y..., no me jodas, creo que he visto un episodio de CSI basado en eso. Nunca encontraron algunas partes de los cuerpos. Creen que todavía hay víctimas que no han sido encontradas. Hev, ¿tu madre lo sabía? ¿Sabía lo que hacía este hombre antes de que lo arrestaran? ¿Crees que esto pudo haber tenido algo que ver con su..., bueno..., con...?

Heather negó con la cabeza.

—No he leído todas las cartas, pero en las que he visto, no hablan de que él haya matado a nadie. Pero, bueno..., yo qué sé. ¿Conocía acaso a mi madre? Este hombre, que cumple cadena perpetua por cortar mujeres en pedacitos, por lo visto conoce toda una faceta de mi madre que yo nunca he visto. —Heather tomó la taza caliente de té y la volvió a dejar—. Ella debió de conocerlo en el período en que mataba a esas mujeres, ¿pero sabía lo que estaba haciendo? No tengo idea. Además, no tengo ninguna de las cartas de ella. Quién sabe lo que le preguntaba. Quiero decir..., ¿sabía él que ella tenía familia? ¿Marido? ¿Sabía mi padre en qué estaba metida mi madre? —Lanzó una risa extraña y se volvió a sentir descompuesta—. De repente, me resulta una desconocida.

—Heather, no sé qué decir.

—Y también está esa nota que dejó. “Para vosotros dos. ¿Los monstruos del bosque?”. Quiero decir, que todo eso ya me parecía extraño antes de encontrar las cartas, y ahora...

Se hizo un segundo de silencio. Heather oyó el tictac de un reloj en el pasillo. Sacudió la cabeza. Contárselo todo a Nikki no hacía más que volverlo más inverosímil.

—¿Dices que ha salido en las noticias últimamente? ¿Qué ha pasado?

Nikki abrió en el portátil uno de los sitios más acreditados de noticias y empujó el dispositivo hacia Heather.

—“Una anciana encontró un cadáver en el campo en Lancashire, o al menos gran parte de un cuerpo. Había sido desmembrado y colocado en alcorque de un árbol. Es lo mismo que solía hacer el Lobo Rojo, excepto que el Lobo Rojo hace décadas que está encerrado en la cárcel”. —Nikki hizo una pausa y apretó los labios formando una delgada línea—. “Y no es la primera. ¿Recuerdan, hace unas semanas, esa joven que desapareció en Manchester? Todos la estaban buscando”.

Heather sintió frío.

—Sharon Barlow. La encontraron junto a un río, ¿verdad? Recuerdo que...

Pero lo horrible era que no recordaba demasiado. Una vez que la búsqueda terminó, la atención de los medios se disipó y Sharon Barlow se convirtió en otra mujer muerta a manos de un monstruo desconocido.

—La policía parece creer que fue el mismo tipo.

—Seguramente tienen información que no han dado a la prensa, cosas que conectan los dos casos. —Heather recordó sus días en el periódico, cuando husmeaba todos los pequeños detalles que la policía dejaba escapar—. Ay, Dios, no quiero ni pensarlo. —Levantó la vista del portátil, tratando de no imaginar lo que le había sucedido a Sharon Barlow—. Y entonces, ¿qué pasa? ¿Alguien le está rindiendo un homenaje?

—Desde el primer día dijo que no fue él, ¿sabes? —comentó Nikki—. Aun después de todos estos años, sigue diciendo que es inocente. ¿Y si tuvieran preso al hombre equivocado y tal vez... y tal vez tu madre lo sabía?

Heather cerró la mano alrededor de la taza caliente, buscando seguridad en ese contacto familiar. Un nuevo asesino en serie al acecho o una injusticia, un error judicial. ¿Sabría también ese hombre, que también había conocido una faceta de su madre que era completamente invisible para Heather, por qué ella se había suicidado? Lo supiera o no, necesitaba desesperadamente respuestas a esas preguntas.

—Oye —dijo Nikki al cabo de unos instantes—, tienes que entregar estas cartas a la policía. Pueden contener información que les resulte útil. Mira, hay un número aquí para que llame cualquiera que posea información.

Heather asintió lentamente. Pensó en el hombre de la fotografía de la ficha policial y se preguntó qué aspecto tendría entonces.

—Nikki —dijo—, ¿crees que me dejarían hablar con él?

—¿Qué?

—Este hombre sabe más sobre mi madre que cualquier otra persona en el planeta. ¡Por Dios, podrían haber estado hablando por teléfono, Nikki! Si ella lo hubiera visitado, yo no me habría enterado. Estoy segura de que si alguien sabe por qué se suicidó, tiene que ser él. Tal vez se refería a eso en su carta de despedida. Quiero hablar con él.

Nikki apoyó las manos abiertas sobre la mesa y suspiró.

—No lo sé, de verdad. Dudo que permitan que cualquiera se aparezca allí para hablar con esta gente.

—Bueno, pues no soy cualquiera, ¿no crees? —Heather cogió la tapa de la lata de galletas y la giró una y otra vez. Seguía con el estómago revuelto, pero entonces esa sensación se mezclaba con una tensa emoción en el pecho. Podía haber muchas respuestas allí—. Resulta que soy la única hija de la única amiga en el mundo que tenía. Nikki, necesito saber. Tengo que averiguar qué le sucedió a mi madre.

—Hev. —Nikki la miró a los ojos con firmeza y Heather volvió a ver en ellos esa expresión compasiva a la que costaba tanto enfrentarse—. A veces no hay respuestas. A veces la mierda simplemente sucede. Lo único que digo es... no te ilusiones demasiado, ¿de acuerdo?

Esa noche, Heather regresó a la casa como en trance. Había llamado a la policía desde el teléfono de Nikki y había logrado hablar con un hombre que se había presentado como el inspector Ben Parker. Al principio, había sonado impaciente, hasta molesto, pero a medida que ella comenzó a revelarle los detalles de lo que su madre tenía oculto en la buhardilla, la voz del policía se tornó más grave y pensativa. Heather había fotografiado varias cartas y se las envió, asegurándose de incluir las que habían sido escritas antes del arresto de Reave; él le agradeció su ayuda. Cuando Heather preguntó si podía ir a la cárcel a hablar con Reave, él descartó la sugerencia de inmediato, aunque con amabilidad. De pie en la puerta de la casa de su madre, peleando con llaves desconocidas, Heather se estremeció y miró con temor los árboles altos que la rodeaban.

—Como si esto no fuera ya lo suficientemente espeluznante.

Mientras travesaba el vestíbulo que daba a la sala de estar, se paró de pronto y sintió que una mano helada se le cerraba alrededor del corazón. El perfume de su madre colgaba en el aire, intenso e inconfundible, violetas y lirios, extraño y dulzón, el mismo aroma que cuando había volcado el frasco en el dormitorio de ella. Todas las Navidades, su padre le regalaba un frasco nuevo, y cuando él murió, su madre comenzó a comprárselos ella misma. Era el único perfume que había usado, a pesar de que era una fragancia que hacía pensar en ancianas.

Heather entro en la sala de estar olfateando el aire y, de pronto, el aroma desapareció.

“Debo de estar al borde de un derrame cerebral”, pensó; arrojó la mochila sobre el sofá e hizo una mueca al escuchar el tañido de la lata de galletas contra alguna otra cosa en el interior. Suspiró y se sentó junto a la mochila, sumergiéndose en los mullidos almohadones.

—Dicen que cuando tu mente comienza a desconectarse, hueles cosas extrañas.

Dado que el sofá de su madre estaba tapizado con una tela estampada, le llevó unos instantes ver las tres plumas de color pardo sobre la tela. Tres plumas, pequeñas y suaves, con los extremos salpicados de motas más oscuras. Heather se puso de pie de un salto y recorrió la sala con la mirada, aunque no podría haber dicho qué estaba buscando.

—¿Hay alguien aquí?

Salió de la habitación y recorrió rápidamente la casa, asomándose a la cocina, el baño de abajo, el lavadero..., nada. En el piso superior sucedió lo mismo: cada una de las habitaciones estaba sumida en su propio pozo de silencio, intacta. ¿Podía ser que no hubiera visto las plumas antes? Parecía poco probable. Sin su madre allí para regañarla, había comido casi siempre en el sofá, con un plato sobre las rodillas, viendo alguna antigua película en la televisión. Después de pensar unos momentos, recorrió la casa y revisó las ventanas, pero estaban cerradas. No había posibilidad de que hubiera entrado un pájaro, hubiera dejado algunas plumas sobre el sofá y hubiera vuelto a salir. Volvió a la sala de estar y se quedó mirando las plumas.

—No significa nada —dijo en voz alta.

La casa se mantenía en silencio; solamente se oía el suave zumbido del frigorífico. Pero eran plumas de color castaño. Con bordes redondeados moteados de negro. Tenía la sensación de que las había visto antes, hacía muchos años, que eran las mismas plumas...

Heather sacudió la cabeza. La imagen de su madre, con el cráneo hundido y arena mojada en la camisa, dejándole estas plumas allí para que las encontrara le vino a la mente con demasiada nitidez y claridad. Su madre, todavía con aroma a violetas y lirios aunque le chorreaban por el cuello trozos de masa cerebral, con las plumas aferradas con fuerza entre los dedos fracturados.

A Heather le sobrevino una arcada. Con las comisuras de la boca apretadas, fue a la cocina en busca de un paño. Lo utilizó para recoger las plumas, luego las arrojó por el inodoro y oprimió el botón de la cisterna. Cuando terminó, se lavó las manos y encendió todas las luces, para luego servirse un vaso grande de limonada con el que aplacar su estómago.

“Cálmate, Heather. No es más que tu imaginación y una tarde que pasaste buscando asesinos en serie en Google. Todo va bien. No existen los fantasmas”, se dijo.

Acababa de convencerse de que había reaccionado de manera exagerada cuando sonó su teléfono y se sobresaltó tanto que se derramó la bebida sobre la camisa. Mientras se dirigía a la pila de la cocina para dejar el vaso mojado, pulso el botón para recibir la llamada. No era de ningún número conocido.

—¿Sí?

—¿Señorita Evans? Soy el inspector Parker otra vez —carraspeó, incómodo—. Gracias por enviar las imágenes tan pronto.

—No hay de qué. —Heather se lamió una gota de limonada de la mano—. ¿Le resultaron útiles?

Nikki y ella habían pasado tiempo buscando más información en internet, y una mujer llamada Elizabeth Bunyon aparecía como la última víctima del supuesto imitador del Lobo Rojo. Habían visto la misma fotografía de la mujer en tantos sitios de noticias que Heather creía que nunca olvidaría ese rostro.

—Sí y no. Ya teníamos copias de algunas, desde luego, puesto que todo lo que Reave envía y recibe en prisión se supervisa.

—Me di cuenta, sí —interrumpió Heather—. Por los sellos.

—Pero las primeras cartas son interesantes. Señorita Evans, creo que la clave de esto no está en las cartas, sino más bien en la reacción de él a las cartas. No sabía que su madre había muerto.

Heather sintió que un escalofrío le bajaba desde la nuca.

—¿Se lo contaron? ¿Qué dijo?

Hubo un instante de silencio mientras el inspector Parker tomaba aire.

—Muy poco, la verdad. Michael Reave casi nunca dice nada, lo que siempre ha sido muy frustrante. Pero necesitamos que hable cuanto antes. Seguramente usted entiende por qué digo esto.

En la cocina, Heather hizo una mueca de preocupación, preguntándose adónde quería llegar el detective con eso.

—Me lo imagino.

—Tampoco estaba enterado de su existencia, de que Colleen Evans tenía una hija. Ante la mención de su nombre, el comportamiento de Reave cambió. Yo... —El inspector Parker volvió a carraspear—. Sé que ya lo mencionamos antes, pero ¿usted estaría realmente dispuesta a ir a hablar con él? No es algo que solicitemos a la ligera, se lo aseguro.

Heather parpadeó. Esto era exactamente lo que había querido cuando se lo había mencionado a Nikki, pero entonces que se lo servían en bandeja, le parecía un tanto descabellado.

—¿Dice que él hablaría conmigo?

—Quiere hablar con usted. —Parker dejó escapar un gruñido entre divertido e irónico—. Solo acepta hablar con usted. Y como le dije, señorita Evans, necesitamos con urgencia averiguar qué sabe de estos nuevos... incidentes. Si es que sabe algo.

Heather levantó la vista hacia la ventana de la cocina y vio su propio reflejo. Estaba pálida y con los ojos perdidos dentro de oscuras ojeras. Recordó el último día en el periódico y la fuerza y furia que había sentido antes de que todo se hubiera ido a la mierda. Aquella Heather ni siquiera lo habría dudado.

—¿Puedo ver las otras cartas? ¿Las que le envió mi madre?

Hubo una pausa del otro lado.

—... Podría ser.

Heather asintió. Era un punto de partida.

—¿Cuándo puedo ir?

Tiempo de lobos (versión española)

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