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CAPÍTULO 10

—¿ESTÁS SEGURA DE QUE QUIERES seguir adelante con esto? Todavía estás a tiempo de arrepentirte.

—Sí, estoy segura —respondió Heather enseguida.

Si había podido levantarse de la cama con esa nube de malos presagios sobre la cabeza, si había podido vestirse e ir hasta allí, hasta esta prisión y hasta este cuartito anónimo sin mirar atrás, de ninguna manera iba a acobardarse entonces.

El inspector Ben Parker la miró con expresión seria, como intentado identificar sus temores. Era un par de centímetros más alto que ella, más bien fornido, de pelo claro y ojos de color avellana; no era su tipo en absoluto en general, pero su aspecto desaliñado resultaba ligeramente atractivo: el nudo de la corbata estaba algo torcido y parecía haber querido peinarse de manera llamativa pero luego haber abandonado el intento debido a que tenía cosas más importantes en las que pensar.

—¿Tiene algún consejo para darme? ¿Alguna regla? ¿Tengo que evitar mirarlo a los ojos, o algo así?

—Es un asesino en serie, no Tom Cruise. No somos monstruos. —Le dedicó una sonrisa más con las cejas que con la boca—. Solamente recuerde que puede irse cuando lo desee. Él no la puede tocar y no está sola. Veamos, trate de hacerle hablar. Pero no lo provoque. No lo lleve de manera intencional hacia conversaciones que no pueda manejar. Y si le digo que se levante y se marche, hágalo inmediatamente.

—Bien. Perfecto. ¿Algo más?

—Todo va a salir bien. Si está lista...

Heather asintió para no soltar ninguna respuesta sarcástica. El inspector Parker la guio hasta una sala pequeña con paredes de un color amarillo pastel. Dentro había un par de fornidos agentes penitenciarios que la observaron con interés. Y sentado ante una ancha mesa gris estaba Jack del Prado, el Lobo Rojo. Michael Reave.

Heather se había preparado mentalmente para que le resultara patético, pequeño en la vida real y, de algún modo, digno de compasión, o al menos, eso era lo que había esperado. Pero en vivo parecía aún más vital y amenazador. Era alto y ancho de espaldas; el cabello negro estaba salpicado de gris, pero seguía siendo grueso y abundante, y aunque el hombre estaba pálido, tenía aspecto saludable. Vestía una sencilla camiseta blanca y un par de pantalones negros de deporte y calcetines, pero no zapatos. Tenía esposas alrededor de las muñecas.

—Michael, le hemos traído una visita.

Reave había estado contemplando la mesa, y cuando levantó la cabeza, Heather tuvo la extraña sensación de que se estaba preparando para un golpe. Y ciertamente, cuando sus miradas se encontraron, una expresión que ella no pudo identificar le cruzó por el rostro sin afeitar. Lo vio parpadear varias veces mientras se sentaba frente a él. El inspector Parker estaba cerca, con los brazos cruzados sobre el pecho. Había una pequeña caja negra sobre la mesa que Heather supuso que era algún dispositivo de grabación.

—Señor Reave, gracias por hablar conmigo hoy.

Llevaba un sobre con copias de las cartas, que colocó sobre la mesa.

—Eres la hija de Colleen. —No era una pregunta. Hablaba con un suave acento del norte que en una situación normal a Heather le habría resultado atractivo—. Tuvo una niña.

—Así es. Soy Heather, señor Reave, y mi madre...

Hizo una mueca, como si ella lo hubiera abofeteado.

—Soy Michael. Para ti, soy Michael.

Por motivos que no podía descifrar, Heather sintió que se le erizaban los pelos de la nuca y bajó la vista hacia las manos de él; manos grandes, fuertes, con cicatrices en los nudillos. A pesar de sus bravuconadas y la confianza de que pasaría esta prueba como una periodista eximia, la idea de tutearse con un asesino en serie le helaba la sangre y no pudo responder nada. Extrañamente, fue Michael Reave el que la rescató.

—Lo siento, muchacha —dijo—. Quiero decir, siento haberme enterado de lo de tu madre.

Heather asintió mientras reflexionaba en lo extraño de recibir condolencias de un asesino en serie. Todo parecía demasiado estrafalario para ser real: el cuerpo de su madre aplastado contra las rocas, décadas de correspondencia con un asesino convicto. Esta sala amarilla y el hombre sentado allí. Heather carraspeó y se movió en la silla, tratando de no temblar.

—Gracias —repuso—. No la había visto demasiado en los últimos años, pero ha sido un golpe.

Estaba al tanto de que el inspector Parker no le había contado a Reave cómo había muerto su madre; Parker pensaba que oírlo de boca de Heather provocaría alguna reacción.

—Se suicidó.

Michael Reave asintió lentamente, sin apartar la mirada. No había un ápice de sorpresa en su rostro y, de pronto, Heather se alegró de haber tenido el valor de enfrentarse a él. Tenía que estar relacionado con todo el asunto. Allí podría descubrir las respuestas.

—No parece sorprendido. —Al ver que él no respondía, continuó—: ¿Le contó ella que tenía intención de hacerlo? ¿En las cartas?

—No, muchacha. —Reave le sostenía la mirada, sin apartar los ojos en ningún momento—. Pero la vida es dura, y a algunas personas las... las destroza.

—“Destrozar” es una forma interesante de decirlo. —Heather sintió, más que ver, el movimiento del inspector Parker a sus espaldas—. Señor Reave, ¿puede decirme algo sobre por qué se suicidó? A juzgar por las cartas, usted la conocía bastante bien.

La idea de que pudiera conocer esa respuesta, de que pudiera de algún modo hacer parecer lógica y comprensible la muerte de su madre y, sin embargo, decidiera negarle la información le resultaba insoportable. Respiró lentamente, concentrándose en lo que tenía delante. ¿Qué le había dicho su jefa, la editora Diane, años atrás, cuando Heather había sido asistente en el periódico y repartía cafés y tomaba pedidos para el almuerzo? “Oídos y ojos abiertos, siempre, Heather. Es la primera parte de tu trabajo”.

Michael Reave ladeó la cabeza ligeramente y la miró con algo en los ojos que se parecía sospechosamente a la lástima.

—Eres su hija. Diría que deberías tener más idea que yo de lo que pasaba por la cabeza de tu madre.

Heather asintió despacio, dándole la razón.

—Es cierto. Pero es difícil perder a alguien de esa manera, con tantas preguntas sin respuesta en el aire. Creo que no hay pérdida más difícil que esa.

Michael Reave no respondió. Heather observó que sus ojos eran de un color verde oscuro, como el de agujas de pino contra la nieve.

—¿Por qué le escribía mi madre?

—Era una amiga. Una buena amiga.

—¿Se conocían desde hace mucho tiempo?

Él se encogió de hombros.

—Diría que sí.

—No tenía ni idea. —Heather esbozó una sonrisa forzada, que sintió pequeña y extraña en los labios—. Tantos años de correspondencia y jamás me lo mencionó. Tal vez podría ayudarme a comprender el motivo.

—Todos tienen secretos, muchacha. —La observaba con tanta intensidad que Heather sintió que se le ponía la piel de gallina—. Supongo que es difícil para los hijos comprenderlo, pero hasta los padres ocultan cosas a veces. Tu madre tenía una vida antes de que nacieras, Heather.

Su nombre en boca de Reave le sonó como una amenaza. Heather se miró las manos, con una repentina desesperación por alejar la conversación de sí misma.

—Entonces, ¿usted le contaba sus cosas a mi madre? ¿Tan amigos eran? Verá, la madre que conocí nunca tuvo el menor interés por crímenes ni asesinatos. Ni siquiera quería ver las noticias porque le resultaban demasiado deprimentes. ¿Por qué hablaba con usted, entonces?

—Era mi amiga. Una vieja amiga. Y aquí no tengo nadie más con quien hablar, muchacha.

—Me cuesta creerle. —Una expresión de sorpresa cruzó por el rostro de Reave rápidamente y Heather sintió que había obtenido una pequeña victoria—. Ahora que su nombre está de nuevo en los medios, seguramente mucha gente querrá hablar con usted sobre los asesinatos que han sucedido más al norte.

El esbozó una sonrisita y tironeó suavemente de la cadena que unía las esposas, haciéndolas tintinear.

—No sé nada de eso. ¿Cómo podría saberlo? He estado en la cárcel desde antes de que nacieras, creo. ¿Cuántos años tienes? Todos me parecéis jóvenes últimamente. —Asintió en dirección al inspector Parker—. Como aquel. Todavía ni se afeita y allí está, echándome el mal de ojo.

—Cuando empiece a afeitarme, le pediré consejo —ironizó Parker.

—Bien, entonces... —Heather se inclinó hacia adelante y volvió a captar la atención de Reave. Él esbozó una media sonrisa y ella reprimió un escalofrío. Había algo en la forma en que la miraba: como una urraca que ha visto algo brillante entre la hierba. Parecía complacido con ella y Heather no sabía por qué.

—¿Qué hay de su pasado? ¿Puede decirme algo de los antiguos crímenes?

Él se echó hacia atrás en la silla y extendió los brazos delante del cuerpo.

—¿Quieres que te cuente una historia?

Heather se enderezó en la silla. ¿Dónde quería ir a parar?

—Si lo desea, señor Reave.

—Llámame Michael, por favor. —Se llevó la mano a la boca, ocultando la expresión por un instante—. Había una vez un hermano y una hermana cuya madre murió, dejándolos a cargo de su madrastra, que era una bruja. Ella les pegaba y los mataba de hambre, por lo que ambos huyeron lejos, al campo, donde esperaban encontrar la felicidad. Pero el viaje fue arduo y no habían llevado nada, así que pronto sintieron hambre y sed y no podían pensar con claridad. Después de un tiempo llegaron a un arroyo y se inclinaron para beber de él, pero justo antes de hacerlo, la chica oyó en el ruido del agua una voz que decía: “El que beba de mí se convertirá en un tigre. El que beba de mí se convertirá en un tigre”.

Heather parpadeó. Lo extraño de la situación y las palabras de él la hacían sentir que estaba dormida, en medio de un sueño particularmente perturbador.

—Señor Reave..., creo que no...

—Verás, la bruja había echado un maleficio sobre todos los arroyos. La hermanita dijo: “Hermano, no bebas de ese arroyo o te convertirás en un tigre y me comerás”. El hermano accedió a esperar, pero cuando llegaron al siguiente arroyo, ella volvió a escuchar la voz del agua, que cantaba: “El que beba de mí se convertirá en un oso. El que beba de mí se convertirá en un oso”. De nuevo, la hermana le pidió al hermano que no bebiera, y esa vez, él accedió de mala gana. “Tendremos que beber pronto”, le dijo, “o moriremos”. Tiempo después llegaron a un tercer arroyo, uno muy ancho y acogedor rebosante de agua clara, y cayeron de rodillas, desesperados por la sed, con los labios agrietados y la boca seca. Esa vez, la niña escuchó: “El que beba de mí se convertirá en un lobo, el que beba de mí se convertirá en un lobo”. Le suplicó a su hermano, con lágrimas en los ojos, pero esa vez no pudo detenerlo. El chico bebió el agua, se convirtió en un lobo y despedazó a su hermana.

Hubo unos segundos de silencio, en los que uno de los agentes tosió. Detrás de Heather, el inspector Parker suspiró levemente.

—Ajá. Qué historia tan encantadora. —Heather carraspeó—. Señor Reave, voy a ser franca: contar historias sobre chicas a las que se las comen no es la mejor forma de convencer a nadie de su inocencia.

Michael Reave rio por lo bajo y su rostro se iluminó con una diversión aparentemente genuina.

—Lo sé. La mayoría de los cuentos antiguos, los que coleccionaban los hermanos Grimm, parecen haber sido escritos por asesinos. Esa historia se llamaba “Hermano y hermana” y era una de las que coleccionaba tu madre. Tenía montones de cuentos, copiados de viejos libros o escritos de memoria.

—¿Mi madre? —Heather esbozó una media sonrisa de incredulidad—. Imposible. A mi madre no le gustaba que viese la tele después de las nueve de la noche. Todos los libros que me compraba cuando era niña eran de hadas del bosque y unicornios. Debe de estar confundido con otra persona.

Pero mientras hablaba, pensó en la página arrancada de un libro y hecha una bola que estaba sobre el tocador de su madre. Y en el libro viejo que había rescatado de debajo del sofá y dejado a un lado.

Michael Reave negó con la cabeza despacio, sin dejar de sonreír.

—Querías que te hablase sobre tu madre, ¿no es así? Le encantaban esos cuentos. En aquel entonces, amaba el campo igual que yo, no quería hacer otra cosa que estar bajo el cielo y caminar por los bosques. Esos cuentos eran para ella una conexión con aquel tiempo en el que vivíamos así. Un tiempo en el que le temíamos al bosque y conocíamos los ritmos del mundo. Lo que quiero decir es que seguramente hay muchas cosas que no sabías sobre tu madre, muchacha. La gente es así. Muchas capas, algunas más oscuras que otras. A tu madre se le daba bien ocultar las cosas. Mejor que a cualquier otro.

Heather cayó en la cuenta de que tenía las manos entrelazadas con fuerza debajo de la mesa, tan fuerte como para que se le estuvieran poniendo blancos los dedos. Las separó con algo de dificultad. Los recuerdos del día en la morgue seguían muy nítidos, cercanos, como si fuera a volverse hacia la derecha y ver una mesa blanca y fría, los rostros de los empleados funerarios blancos y fríos. Cerró los puños debajo de la mesa, concentrándose en el dolor sordo de las uñas contra la palma de la mano.

—La campiña, sí. En las cartas, usted habla de un lugar donde ambos vivieron durante un tiempo, una especie de comuna hippy en el norte. Creía que todo eso había desaparecido en los años sesenta, pero, al parecer, siguió durante algún tiempo. ¿Fue allí donde se conocieron? ¿Me puede contar algo sobre eso?

Michael Reave bajó la mirada a la mesa. La expresión animada que había tenido en el rostro mientras contaba el cuento macabro se había disipado.

—No hay razón para hablar de eso. Es agua pasada.

—¿Por qué? Todo eso de volver a la naturaleza, escapar de la lucha por la supervivencia y demás. En las cartas usted hablaba de un lugar llamado Fiddler’s Mill. ¿Cómo era?

El hombre giró la cabeza hacia la pared, como si hubiera una ventana por la cual mirar hacia fuera.

—Creo que he terminado —dijo en voz baja—. Creo que quiero volver a mi celda ya. Basta de hablar. —Heather parpadeó, sorprendida por el repentino cambio de actitud. Cuando el inspector Parker le tocó el hombro, invitándola a retirarse, Michael Reave la miró a los ojos por última vez—. ¿Has entendido la historia, Heather? ¿Comprendes lo que debería haber hecho la hermana?

Heather no respondió.

—Debería haber bebido el agua ella también —dijo Reave.

El inspector Parker le ofreció llevarla en su coche, puesto que iba en la misma dirección, y Heather aceptó de buen grado, contenta de no tener que coger autobuses con esas nubes oscuras que anunciaban lluvia. El interior del coche estaba más desordenado de lo que hubiera esperado de un miembro de la policía: vasos aplastados del McDonald’s, táperes vacíos, envoltorios de chocolatinas arrugados. Vio que Parker se ruborizaba ligeramente cuando ella quitó una tapa de plástico del asiento. Le pareció algo adorable.

—Disculpe el desorden —dijo él con una mueca mientras salían hacia las calles mojadas.

—No se preocupe, debería ver mi casa. —Heather hizo una pausa, divertida y horrorizada a la vez por la forma en la que la frase pareció quedar colgando en el aire entre ellos. “Joder, no puedo creer que ya lo esté invitando a mi casa”—. ¿Tiene una sirena escondida por aquí en algún sitio? Volver a casa como si estuviera en Policía de barrio significaría que no he perdido todo el día.

—Las sirenas son para emergencias, señorita Evans —masculló el inspector Parker—. Oiga, no se lo tome tan a la tremenda. Hizo un buen trabajo.

—¿En serio?

Parker levantó un hombro.

—Por algo se empieza. Debo decir que nunca le oí hablar tanto con alguien. Le interesa hablar con usted y puede que eso abra algunas vías de investigación nuevas. Tal vez deje escapar alguna información. Me gustaría que volviera a intentarlo, si no le parece mal.

Heather miraba por la ventanilla. Las gotas de lluvia habían convertido el mundo exterior en algo difuso, manchado de luces rojas y amarillas. A pesar de que había descrito la sesión como una pérdida de tiempo, tenía que admitir que le había resultado fascinante: tanto por Reave en sí, con su confianza perturbadora, como por las pizcas de información que había revelado sobre su madre.

—Fue algo increíble, hablar con... con alguien así. Si lo viera en un pub, no lo miraría dos veces, pero, aun así, tengo la sensación de que se está guardando cosas. Cosas sobre mi madre. —Miró brevemente a Parker, sintiéndose avergonzada—. Por Dios, una entrevista y ya me creo Miss Marple, ¿no?

El inspector Parker sonrió divertido.

—En fin, ese hombre me da miedo, inspector Parker, pero que haya estado hablando con mi madre durante tantos años, que exista toda esa faceta de ella sobre la cual no tengo la menor idea y que luego ella, sin venir a cuento, se suicide... —Sacudió ligeramente la cabeza—. Y encima este asesino nuevo... ¿Investigaron Fiddler’s Mill? En el pasado, quiero decir.

—Se investigó cuando Reave fue arrestado. Al menos hasta donde pudo investigarse, es un terreno enorme. Y el Departamento de Investigaciones Criminales de Lancashire le volvió a echar un vistazo cuando detectaron la conexión con estas desapariciones recientes. Ahora está muy cambiado, sería difícil darse cuenta de que allí hubo una comuna. —Parker apretó el volante—. Tenemos muy poca información sobre el pasado de Reave. Todos aquellos que pudieron haberlo conocido de niño ya han muerto y casi no hay registros sobre él de aquella época, y nada de su vida adulta. Existe un certificado de nacimiento, una matrícula para preescolar y primaria y luego parece haber desaparecido de la faz de la tierra.

Heather frunció los labios mientras asimilaba la información.

—Reave tiene que saber algo. ¿Cuándo quiere usted que vuelva?

—Démosle un día o dos para que lo piense, pero lo antes posible.

—¿De verdad cree que podría servir? Para los crímenes recientes, digo.

—Hay muchas probabilidades de que Reave tenga información vital. —Parker tamborileó sobre el volante durante unos segundos—. Sea quien fuere esta nueva persona, creemos que tiene alguna conexión personal con Reave. Los asesinatos son demasiado parecidos.

—¿Se refiere a cosas que solo el asesino podría saber?

Parker resopló suavemente y se pasó la mano por el pelo. De pronto, Heather se dio cuenta de lo cansado que estaba.

—No puedo hablar de eso, pero sí. Los asesinatos originales del Lobo Rojo eran, bueno, singularmente raros, muy particulares. Michael Reave es un monstruo especialmente extraño y es muy positivo que esté preso. Pero sea quien sea este nuevo asesino, le ha estudiado, y mucho. —Carraspeó, como si se hubiera dado cuenta de que estaba siendo poco profesional—. De todos modos, ni a Elizabeth Bunyon ni a Sharon Barlow las encontraron en Londres, claro, pero nuestra mejor fuente de información hasta el momento está en una celda en Belmarsh. Estoy trabajando con el Departamento de Investigaciones Criminales de Lancashire en esto, dándoles toda la asistencia posible, pero... —Fuera, un semáforo se puso en verde y, por un instante, el coche se llenó del ruido de motores que aceleraban. El inspector Parker aparentemente conducía a más velocidad cuando estaba nervioso—. Los asesinos en serie son totalmente impredecibles.

—¿Están seguros de que se trata de un asesino en serie? ¿Se lleva recuerdos de las víctimas?

—¿A qué se dedica exactamente, señorita Evans?

—Hum..., bueno, soy escritora.

—Ah.

Heather se rio.

—Cositas aquí y allá. Por cuenta propia, por lo general. Redacto textos publicitarios, esas cosas... —Sonrió—. A veces escribo críticas de películas. De momento estoy haciendo mucha corrección de textos.

—Bien. —Tenía expresión pensativa y Heather tuvo la impresión de que estaba ordenando sus pensamientos en voz alta, casi como si ella no estuviera presente—. Les dedicaba mucho tiempo a los cadáveres y hay ciertas cosas, información que no fue revelada a la prensa sobre los crímenes originales del Lobo Rojo, que indican claramente que piensa seguir matando. —Carraspeo de nuevo, como si estuviese incómodo—. Estudié psicología criminal. Escribí algunos artículos sobre asesinos en serie. El asesino de Green River, Shipman. Cositas aquí y allá, como dijo usted.

—Si hay cosas en la forma de actuar de este nuevo asesino, y de las que el público nunca se enteró, que encajan con los asesinatos originales, ¿es posible que se haya tratado de otra persona desde un principio?

Durante varios segundos, Parker no dijo nada. Cuando volvió a hablar, parecía muy convencido.

—No. En última instancia, las pruebas contra Reave fueron contundentes, y mientras estuvo preso, no hubo más asesinatos como esos.

—Hasta ahora.

Parker hizo una mueca.

—Hasta ahora.

—Me encantaría saber más al respecto si tiene tiempo.

El tráfico se había ralentizado y el inspector pudo mirarla un instante.

—Por lo general no es un tema de conversación agradable, señorita Evans.

—Se nota que no conoces a demasiados escritores. Mejor nos tuteamos, ¿de acuerdo? A ese monstruo de Michael Reave le parece bien llamarme por mi nombre, así que supongo que tú también puedes hacerlo.

Parker no pudo contener una carcajada.

—De acuerdo.

Cuando llegaron a las afueras de Balesford, Heather le pidió que la dejara cerca de las tiendas. Por motivos que no comprendía del todo, no quería que la asociara con la casa de su madre. Al inclinarse para cerrar la puerta del coche, lo miró directamente a los ojos.

—Lo dije en serio, ¿sabes?, lo de tener una charla. Balesford es una mierda, pero hay un buen restaurante chino a pocos minutos de aquí. Tiene buenas costillitas Pekín.

—Pues... —Para sorpresa de Heather, él sonrió—. No sé si es lo adecuado, Heather. —Ella notó que no era ni un sí ni un no, técnicamente, así que le devolvió la sonrisa.

—Tienes mi número, inspector Parker.

De regreso a casa de su madre, Heather fue a la sala de estar y cogió el libro que había encontrado antes, el de cuentos de hadas con un lobo en la portada. Pensó en el tétrico cuento que le había contado Michael Reave del niño que se había convertido en lobo tras beber agua de un arroyo embrujado.

Así que Reave tenía razón. Su madre se había interesado por esos temas. ¿Pero por qué estaría el libro allí, debajo del sofá? Como si alguien le hubiera dado un puntapié.

Al recordar la página arrancada que había encontrado en el tocador de su madre, Heather se puso a hojear el libro, buscando el cuento que correspondía a esa página. Pero enseguida se dio cuenta de que iba a ser más difícil de lo que parecía: al libro le habían arrancado muchas páginas, que, por lo visto, habían ido a parar a la basura. Seguía habiendo ilustraciones de niños y niñas de mejillas regordetas, de osos, castillos y soldados, de hadas y duendes y espíritus malignos cada dos o tres páginas.

Pero no había lobos. No quedaba ni un solo lobo.

Tiempo de lobos (versión española)

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