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Por qué seguir

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Cambios. A lo largo de las últimas semanas han fallecido en mi entorno cercano dos personas; gente que quiero se me va fuera y crecen aquí dentro (tras la coraza). Más preguntas sin respuesta, esas que medran despacito tras el silencio; esas que no llevan a ningún sitio. Esas que son precisamente las que mejor te definen, y precisamente hoy un buen amigo me ruega unas palabras, negro sobre blanco. La respuesta a una pregunta: «¿Por qué seguir?». Tan fácil, tan difícil. Por qué seguir.

Imposible no arrancar este desarme con el recuerdo de aquella secuencia de Manhattan (1979) que tantos tenemos tatuada en el recuerdo. Woody Allen recostado en el sofá frente a una grabadora, un casete y la pre­­gunta, tan sencilla que duele: ¿Por qué merece la pena vivir? «Groucho Marx y Willie Mays; y el segundo movimiento de la “Sinfonía Júpiter”; y la grabación de “Potato Head Blues” por Louis Armstrong; y las películas suecas; y La educación sentimental de Flaubert; y Marlon Brando, Frank Sinatra, las fabulosas manzanas y peras de Cézanne, los cangrejos de Sam Wo, y el rostro de Tracy…».

Cézanne, sin duda, es un motivo por el que seguir (¿recuerdas la exposición en el Thyssen?). Recuerdo también, todavía, el callejeo sin rumbo aquella tarde de abril, el sonido de los pasos por Huertas y Echegaray hasta plaza Santa Ana; el eco de las voces frente al Pombo. Y sobre nosotros, el cielo de Madrid.

Por qué seguir. Por los colores del otoño; meses de recogimiento y curiosidades. Meses colmados de melancolías, vinos viejos y reencuentros; el otoño es la estación de la memoria y por tanto de aquel inmenso Love Songs de Chet Baker.

La gastronomía, la vida en torno a una mesa; los platos de cuchara, las sopas y la caza. Es momento de volver al arroz con trufa y setas de Arzábal, el tuétano en Askua o las mollejas de Alabaster. ¿Imaginas una mejor razón que el olor de la trufa?

Por los libros que no has leído. Ahora, más que nunca, hay que recordar a Carmen Balcells, culpable de tantas lecturas; «Quiero que el mundo sea grandioso», decías. Culpa tuya fueron Cortázar, Vázquez Montalbán, Gil de Biedma, Marsé o Delibes. Cada vez me gusta más Delibes, cada vez me gusta más su lenguaje contenido, sus paisajes y su compromiso inquebrantable por ninguna palabra de más. «El único escritor sin pose de escritor», Miguel era una escopeta y un cigarrillo.

Por ver de nuevo Tierras de penumbra, Dublineses, La última noche y Amour; la ternura de la doctora Melfi en Los Soprano y el silencio atronador en A dos metros bajo tierra. «Ozymandias», quizá la cuarta temporada de Mad Men y el último episodio de Hannibal. Live at Red Rocks, Camarón en el Cirque d’Hiver de París con Tomatito y, por qué no, 1989 de Ryan Adams.

Por la emoción ante el siguiente viaje. Por cada una de las marcas y las deudas (las de la piel, las otras sencillamente se pagan) tras cada marcha, tras cada maleta abierta sobre tu cama; «Travel changes you. Life —and travel— leaves marks on you. Most of the time, those marks are beautiful. Often, though, they hurt».

¿Que por qué seguir? Por los besos largos y húmedos, los abrazos sinceros y el calambre, la angustia de las cosas que aún no han sido. Por la fe en las personas que merecen la pena. Porque estás aquí, porque aún nos quedan cosas que decir. Porque es «Time to get drunk! On wine, virtue, poetry, whatever!». Porque hay tiempo —de levantarse, de mirar, de perdonar—; de dejar atrás el miedo.

¿Por qué seguir? Porque es momento de equivocarte, escribir y bailar sin descanso. De pagar otra ronda y ahogar este gris con todos los colores del mundo.

Nada importa

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