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Lo importante

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El 10 de abril de este 2013 tan velado fallecía Paco Guz­­mán. Humanista. Vividor. Físico. Filósofo: traba­­jaba como investigador en el Instituto de Filosofía del CSIC. Gran escritor. Llegué a Guzmán a través de Rosa Montero (maravillosa articulista, no se la pierdan). Este fin de semana ha escrito sobre él en El País y he recordado algo. Para nosotros —hablo de mis amigos— la voz de Guzmán era una referencia en el complicado arte-de-vivir, como lo podían ser Hemingway, Churchill, Frank, Jack o Wilde. Un connoisseur de lo importante. Antes de morir, escribió un panegírico que, para mí, es una pequeña Biblia. Una lámpara incandescente en este hoy de penumbra y lloriqueos. No se lo pierdan:

He visto y he hecho cosas que jamás imaginaríais, lo supe por vuestro asombro cada vez que os las contaba.

He visto las nubes pasar como algodones bajo mis pies sobre el valle del río Deva, en Cantabria.

He amado mucho, hasta querer morirme, fijaos qué dis­­parate… Y no tengo noticia de haber sido correspondido, tan solo indicios, destellos confusos, y algún que otro chasco.

Me he asomado a los misterios del Cosmos. Aprendí que el Universo es muy grande y las posibilidades infinitas, así que no desesperéis. Pero decidir es hacer camino, y nunca se puede retroceder, aunque lo parezca, podemos volver a un mismo tiempo y lugar, pero siempre pagaremos un precio y nunca seremos los mismos. Eso se llama entropía.

He recorrido los otoñales bosques de la cultura de papel, la Historia, la Literatura y la Filosofía, y descubierto con regocijo que no todo está dicho. Me serví de muchos libros, aunque creo que pasé por más erudito de lo que en realidad era. La mayor parte de mi cultura provenía del cine y la televisión y de una impulsiva curiosidad por todo. Ningún libro o película me pudo dar más que algunos buenos indicios sobre quién era y por qué estaba aquí.

Practiqué la política desde el activismo y desde mi vida cotidiana, que es desde donde mejor se puede hacer sin necesidad de adherirse al poder y al dinero, para poner un granito de arena a eso de cambiar el mundo. Tuve la gran fortuna de vivir como lo hice precisamente porque me permitieron aceptarme y vivir tal cual era.

Lamento al fin dejaros, ahora que empezaba a dejar de tener miedo. Que me desembarazaba de cautelas y obligaciones. Que me permitía, a veces, presentarme ante quien fuera tal cual soy, sin ostentosas demostraciones de paciencia o resistencia, y sin preocuparme demasiado por el futuro.

El artículo de Rosa es sincero hasta el dolor. Dice «sus palabras están entre las más hermosas que jamás he leído. Entre las más sabias. Más tiernas. Más valientes. Inmensas palabras sanadoras que deberían ser oídas por todo el mundo, porque curan de la tristeza del vivir». Estoy de acuerdo. A mí, como a ella, «Panegírico» me estalló en la cabeza. Y me enfado con ese gris con el que, tantas veces, queremos ocultar todos los colores del mundo. Y sus palabras cascabelean en mi memoria y no encuentro la forma —ni quiero— de apagar su voz:

Emborracharse de vida. Descubrir —no es fácil— que no está todo dicho. Poner un granito de arena a eso de cambiar el mundo. Dejar de tener miedo.

Nada importa

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