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¿Merece la pena?

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«El descubrimiento más consistente que hecho tras cumplir sesenta y cinco años es que no puedo perder tiempo en hacer cosas que no quiero hacer», cosas de Jep Gambardella —protagonista de La gran belleza, maravillosa sexta película de Paolo Sorrentino. No es solo que sea una película enorme (que lo es), es que nos ha presentado a Jep, nuestro Jep, nuestro cínico y tierno y triste y cansado Jep; que desde ya —¿alguien lo duda?— forma parte de nuestro imaginario cinematográfico. Gambardella se queda con nosotros y lo estará siempre en nuestras conversaciones de gin tonic, noches tristes y codo en barra, en nuestros artículos, nuestras preguntas y nuestras respuestas. Jep y su discurso facepalm frente a su amiga Stefania en esa terraza frente al Coliseo. Jep y su paseo con Sabrina Ferilli entre las catacumbas de la Città Eterna. Jep y su infinita melancolía ante su sesenta y cinco aniversario.

¿Qué le pasa a Jep?

Es el propio Sorrentino quien planta sobre la mesa la referencia ineludible: el Marcello Mastroianni de La dol­­ce vita y la Roma procaz de Fellini. Marcos Ordóñez, en un artículo imprescindible, nos recuerda los años de Umbral (¿por qué no?) y el desencanto ante lo mundano. Peter Bradshaw en The Guardian remarca la beatitud —como el propio Paolo, lo sagrado que (ante el encuentro con la anciana) le conduce a la suspensión y al silencio—. Luis Martínez traza otra línea, la que conecta a nuestro Gambardella con otros ojos tristes, los del príncipe don Fabrizio Salina en El gatopardo o a Alberto de Los inútiles. Una cosa les une: todo en este mundo les es ajeno. Solo el instante de placer vivido y perdido en un solo segundo de la juventud valió la pena. Y su recuerdo mantiene el inconfundible aroma de la muerte.

Algo pasó en aquella cala del mediterráneo, aquella noche estrellada en la que un joven Jeppino descubre los pechos desnudos de Elisa. El azul proustiano del mar sobre la pared desnuda del techo de un Gambardella cansado. Intuyo que aquel primer calambre (el vértigo, el sexo, el escalofrío, la belleza) es el McGuffin de todas las demás noches, de todos los cuerpos, de todos los mañanas. De todas las farras frente al Coliseo y todas las Sabrinas sobre sus sábanas arrugadas. Dicen que buscamos en cada beso el recuerdo de aquel primer beso, que vivir es habituarse, que nada importa, que esto pasará, que nos queda la memoria. Mentira. Escribe mi Antonio Lucas sobre Chet Baker: «Di algo que no sepas decir», como pedía Carlos Edmundo de Ory. O sea, dame sorpresa. Regálame vértigo.

Y eso es.

Dame sorpresa. Regálame vértigo.

Nada importa

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