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Elogio del domingo tarde

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Siempre pensé que libertad de no moverse, la libertad de no tomar partido ni alzar la copa cuando algún tarugo exige un brindis es la más sagrada de las libertades. La libertad de no elegir, de meter la cabeza bajo la almohada y plegarse a aquel «I would prefer not to» de Melville en Bartleby, el escribiente. La misma apatía que reina cualquier domingo tarde apático, porque el domingo nadie espera nada de nosotros ni el mundo exige de ti más que silencio.

Quizá por eso mismo el domingo tarde es terreno pantanoso para tanto ruido y para ese ejército de braceros anónimos que abarrotan cada rincón de cada calle virtual de cualquier red social a la que decidas asomarte: ¡Opina! ¡Mójate! ¡Escúchame! ¡Pelea!

Empieza a cansar tanta ambición y tanta tensión constante, tanta guerra no elegida; tanto lunes por la mañana. Pienso un poco como Antonio Muñoz Molina: «Nunca hemos vivido días así. Tenemos miedo a mirar las noticias en el teléfono móvil y abrimos con alarma el correo electrónico. Ponemos la radio con urgencia y con aprensión, con la certeza de que vamos a recibir un sobresalto. Leemos artículos y escuchamos voces buscando información, o algo de tranquilidad, o respiro, o esperanza, y rara vez encontramos algo que no sea desolador o alarmante».

No hay lugar para el «déjame pensarlo» ni mucho menos para ese «ya lo haré mañana» tan de cualquier domingo de cualquier otoño, tantos maravillosos domingos entre la resaca y el abandono. Estoy hablando de los domingos de café, prensa y revista; de este dulce aburrimiento, de pasar el día en la cama o, mejor (infinitamente mejor), entre el sofá, las sábanas y la deserción. Sin más tú que tú mismo ni más batallas que las elegidas, («¿Seguirá pensando en mí?»). Los domingos tarde de HBO, las botellas vacías y la casa por hacer; de Iván Ferreiro y Love of Lesbian, de Peaky Blinders, Tierra de campos de David Trueba y de tantos libros por leer; ¿en serio crees que la vida es lo que sucede fuera?

¿En qué momento dejamos que el fragor entrase en nuestra casa y nuestra intimidad se cobijara bajo el ruido? Si en realidad no existe más mundo que este domingo por la tarde, no existe:

No es que el mundo esté bien: es que no existe.

No hay nada alrededor:

solo tu sueño.

Nada tiene más ley que tu abandono,

tu suave abjuración,

la dulce apostasía que te ausenta.

No hemos fundado el mundo: nunca cambia.

«La pequeña durmiente», Carlos Marzal

Nada importa

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