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El lujo que no interesa

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Esta semana ha ocurrido algo divertido. Y todo a raíz de un mísero tuit: «No soporto que las revistas de lifestyle den la brasa con la lista de celebrities que durmieron en el hotel de turno. ¿Qué más dará?». Bien. Tan inocente aleteo de aquella mariposa azul desencadenó el cabreo de algún amigo responsable de a) Hotel de 5 estrellas y b) Revista de lifestyle. Que no tengo razón, decían. Que una celebrity pise tu hotel es sinónimo de lujo. Alcurnia, es decir. Pompa de esta —extraña— época de caché medido en número de followers. Así que aquí estamos, compadre. Tómese este artículo como mi particular «recogió el guante».

Hablemos del lujo que no interesa:

Condes, princesas, monarcas, armiño, zarzuelas y realezas. Ahora en serio, ¿qué han hecho (de verdad) para que importe algo su vida?

Lo predecible. Elijan una publicación de lujo masculina, la que quieran. Las que hay y las que vendrán. Pues bien, ya les chivo yo el índice: relojes, F1, vela, golf, espirituosos, cigarros habanos. Ya está. Eso es el «lujo» para el periodismo especializado en lujo.

Vertu. Los supuestos «móviles de lujo». Las incrustaciones de Swarovski en el gadget de turno, los mil siete diamantes engastados en el móvil de Tag Heuer. Lujo es el diseño de Jonathan Ive o una app que te haga la vida más fácil, más bonita.

Los maîtres estirados. Que sí, que todos —yo el primero— tenemos días de bespoke y exigir un servicio impecable. Pero de ahí a la tontería y el toffee-nosed, del —chusco— abolengo de Conde Orgaz y la miradita condescendiente hay un mundo. Un servicio de sala con una sonrisa pegada en la cara y un gesto de cariño sincero. Eso es un lujo.

Pagar dos mil pavos por un Pomerania. El pedigrí en los perros. Un chucho fiel es un lujo.

El champagne con pepitas de oro. El vodka de Armani. La botella de diseño firmada por no sé quién (¿acaso se bebe la botella?). Toda esa confusión entre continente y contenido. Un chardonnay viejo de Montrachet, en cambio, sí que es un lujo.

Las habitaciones de hotel con Voss en la mesita de noche perfumadas con ambientador de fragancias florales. Unas flores frescas (rosas o jacarandas) y un jardín cuidado sí es un lujo.

La carta de aguas. Y miren que yo lo entiendo todo. Que vale que te encapriches (qué voy a decir yo) con el Petrus de tres mil eurazos o el IWC con el podrías regalarte un coche. Es tu dinero y es tu vida. Pero ¿carta de aguas? ¿En serio? ¿En serio son necesarias 9.750 gotas de agua pura de lluvia de Tasmania en Australia?

Lo cool. Lo cool nunca es un lujo.

Viejos amigos, buenos vinos y el café de cada mañana. Las canciones de la adolescencia. Los polvos que justifican un día (una semana, un mes, una vida) de mierda. Cruzar la meta de lo que era (parecía) imposible. El Padrino en Blu-ray. Los sábados por la mañana. El placer de oír llover. Una mujer difícil. Los quesos de Xavier. Las portadas de los vinilos de Blue Note Records. Los besos robados. Los libros viejos. Las cosas hechas a mano. Todo eso es un lujo. Lo de antes no.

Nada importa

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