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2 «MÁS EINSTEINIANO QUE EINSTEIN»

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«Cuando Albert Einstein salió rumbo a París en marzo de 1922, sabía que iba a estar en la cuerda floja», escribió un biógrafo1. La visita de Einstein era muy simbólica para los dos países2. Era un periodo de tensión extrema entre Francia y Alemania, que todavía estaban recomponiéndose de la Gran Guerra (1914-1918) y se encontraban bajo el influjo de rencores persistentes y acusaciones violentas. Hablando sobre la visita, un ultranacionalista alemán y rival del físico se percató de que simplemente no era «el momento adecuado» para que Einstein fuera a Francia:

Desde el fin de la guerra los franceses han aplastado al pueblo alemán con la máxima brutalidad. Han desmembrado su cuerpo pieza a pieza, han encadenado un acto de extorsión detrás de otro, han apostado tropas de color para vigilar Renania y han hecho demandas insufribles al pueblo alemán a través de la comisión de reparación. Y justo en este preciso instante, Einstein está viajando a París para dar conferencias3.

El científico Max Planck tildó la decisión de Einstein de viajar allí de «heroica», pero susceptible de causar todavía más problemas. «Pese a las ventajas que ofrece, [te traerá] mil enemistades escritas y no escritas», le explicó4. Otros tenían justo la opinión contraria y creían que la visita de Einstein podía allanar las relaciones entre ambas naciones, anunciando «la victoria del arcángel sobre el demonio del abismo»5.

Einstein había censurado la Gran Guerra; Bergson había defendido patrióticamente las acciones de su país. Einstein había cumplido cuarenta y tres años el mes anterior; Bergson tenía sesenta y dos años.

Después de que periódicos y círculos eruditos hablaran largo y tendido sobre la obra de Einstein, llegó la primera ocasión de departir sobre la relatividad «en presencia del monstruo en persona»6. Muchos albergaban la esperanza de que, en un espacio íntimo de preguntas y respuestas, Einstein revelaría «más sus principios recónditos y sus auténticas ideas motrices que en su obra escrita»7. Esperaban poder obtener «aclaraciones directas del propio autor» sobre los aspectos más controvertidos de su teoría8. La perspectiva de que Einstein se encontraría con Bergson solo añadía alicientes a su visita, suscitando «un debate que, en su interés eterno, supera infinitamente la mediocre imbecilidad política [político-nigologiques] y las modestas controversias pecuniarias del sustento habitual que estamos acostumbrados a tener que rumiar»9.

Einstein recibió tres invitaciones, pero las rechazó todas10. Sin embargo, se lo repensó con la última, pues le llegó de un amigo suyo del Collège de France. Estas dudas se intensificaron tras una conversación con el ministro de Exteriores, Walther Rathenau, que trabajaba para mejorar las relaciones entre estos dos países hasta que fue brutalmente asesinado. Rathenau le instó a participar. Poco después, Einstein revocó su anterior respuesta, notificó a la Academia Prusiana de las Ciencias su decisión y empezó a prepararse para el viaje11.

Einstein fue invitado a Francia con el propósito expreso de que su visita sirviera «para restaurar las relaciones entre los académicos alemanes y franceses». Al notificar su viaje a la Academia Prusiana de las Ciencias, citó la carta de invitación de Paul Langevin: «En interés de la ciencia, es necesario restablecer las relaciones entre los científicos alemanes y nosotros». Langevin, su futuro anfitrión, íntimo colega y viejo amigo, creía firmemente que Einstein contribuiría «mejor que nadie»12.

Unos años antes del encuentro en París, Einstein se había convertido en una verdadera estrella. Fue catapultado a la fama en 1919, al final de la guerra13. Su nombre apareció en la portada de numerosos periódicos de todo el mundo, que le responsabilizaron de revolucionar no solo la física sino las nociones cotidianas del tiempo y el espacio. El titular de Times del 7 de noviembre decía: «Revolución en la ciencia / Nueva teoría sobre el universo / Se derrocan las ideas de Newton»; tres días más tarde, The New York Times anunció: «las luces del cielo se tuercen»14. Los periódicos contaron que las observaciones de un eclipse habían demostrado que los conceptos tradicionales del tiempo y el espacio se tenían que revisar por completo. Un historiador reciente sostenía que el «mundo moderno empezó el 29 de mayo de 1919, cuando las fotografías de un eclipse solar confirmaron una nueva teoría del universo»15. En otoño de 1920, Einstein veía a «cada cochero y camarero debatir sobre si la teoría de la relatividad es correcta»16. En los primeros seis años posteriores al eclipse se publicaron más de seiscientos libros y artículos sobre la relatividad17.

Antes de convertirse en una estrella mundial, Einstein se esmeró mucho por divulgar la relevancia de su teoría de la relatividad para que transcendiera a la comunidad de los físicos. En 1917 publicó una versión «gemeinverständlich» tanto de la teoría especial como de la general. Su fama enseguida eclipsó sus propios intentos de popularización. Tras esta fecha proliferaron casi automáticamente las exposiciones populares y especializadas de la relatividad. Su libro Über die spezielle und die allgemeine Relativitätstheorie (gemeinverständlich) fue traducido al inglés, al francés, al español y al italiano. Luego llegó El significado de la relatividad, presentado en la Universidad de Princeton en 1921.

Bergson tenía buenos motivos para sentirse más poderoso que su rival, al menos en los círculos filosóficos. Durante su encuentro, se sometió al científico a un tercer grado sobre prácticamente todo, desde los detalles matemáticos de su teoría hasta sus implicaciones filosóficas generales18. El foro planteaba una barrera lingüística, dado que Einstein hablaba bien francés pero no con fluidez. «No cabe duda de que el idioma me traerá algunos problemas», le explicó a Langevin, que había tenido la generosidad de invitarlo19. Antes de que empezara todo, Einstein urdió una estrategia para minimizar los efectos «perjudiciales» que pudieran surgir por sus carencias al expresarse en francés. «Tengo que hablar en París, en el Collège de France y… tiemblo solo con decirlo… en francés», confesó20. «Ojalá mi francés fuera más refinado», se lamentó21. Al fin y al cabo, ese idioma siempre había sido la asignatura que menos había gustado a Einstein en la escuela. Siempre sacó malas notas en francés, lo cual ha llevado a muchos a pensar que fue un mal estudiante22. Un espectador señaló durante el encuentro señaló que Einstein pronunciaba «relatividad» con dos acentos y que decía mal la palabra «ecuaciones». De hecho, parecía como si dijera «gelatividad» y «écaciones»23. Bergson, en cambio, era un orador renombrado y experimentado que hablaba francés e inglés de forma impecable.

El organizador del evento en la Société française de philosophie, Xavier Léon, introdujo al científico como el «genial autor» de la teoría de la relatividad, resaltando lo siguiente: «El 6 de abril pasará a la historia en los anales de nuestra sociedad»24. Algunos de los intelectuales franceses más importantes estaban en la sala. Langevin fue el primero en tomar la palabra tras la introducción.

Había sido uno de los primeros simpatizantes de Einstein en Francia. Presentó al científico y su teoría de un modo que a muchos ya les sonaba, incluido Einstein. Los que no sonaban tanto al alemán eran algunos filósofos presentes, como Léon Brunschvicg, que formuló una difícil pregunta sobre la relación de la teoría de Einstein con una «concepción kantiana de la ciencia». Brunschvicg quería aclarar facetas sumamente técnicas de la filosofía de Kant en relación con la relatividad, pero el físico contestó lavándose las manos. Cada filósofo tenía «su propio Kant», le dijo a Brunschvicg, así que no podía responder porque no sabía cómo interpretaba él a Kant25.

Otros que en un principio no querían hablar fueron acuciados por el organizador, que quería y esperaba un encuentro animado. Édouard Le Roy, un estudiante de Bergson, lo dejó claro: «Nuestro amigo Xavier Léon quiere que hable sí o sí [«à toute forcé»]. Ante su educada insistencia, no puedo negarme. Pero, en el fondo, no tengo nada que decir». No obstante, esas palabras pronunciadas por Le Roy atrajeron a Bergson al debate.

Le Roy creía que «los puntos de vista de filósofos y físicos eran igual de legítimos», pero no dejaban de ser diferentes: «En concreto, me parece que el problema del tiempo no es el mismo para Einstein que para Bergson». Le Roy terminó su comentario diciendo que, como Bergson estaba entre ellos, sería más apropiado que interviniera «él mismo»26.

Tras haber escuchado en silencio la conferencia que Einstein había dado el día previo en el Collège de France, Bergson respondió a regañadientes e insistió que estaba allí para escuchar. En su primera intervención, cubrió de alabanzas al físico extranjero. Lo último que pretendía era inducir a Einstein a debatir. Con respecto a la teoría de Einstein, Bergson no tenía objeciones: «No presento ninguna objeción contra su teoría de la simultaneidad, así como tampoco contra la teoría de la relatividad en general»27. Lo que quería decir Bergson era que «no todo acaba» con la relatividad. Fue claro: «Lo que quiero exponer es simplemente esto: una vez admitimos que la teoría de la relatividad es una teoría física, no todo queda cerrado»28. La filosofía, argumentó modestamente, aún tenía su lugar.

Einstein discrepó con Bergson y contestó con una frase provocativa: «El tiempo de los filósofos no existe». Se encontraba ante un auditorio conformado sobre todo por filósofos, en un coloquio conducido por filósofos. Por lo común, los filósofos se habían revelado como una de las comunidades más abiertas y acogedoras de Francia con el físico teutón. ¿Era un desaire de Einstein a su buena voluntad? ¿Qué buscaba al pronunciar esa frase? Einstein luchaba por no dar a la filosofía (y, por tanto, a Bergson) un papel predominante en asuntos relativos al tiempo. Sus objeciones se basaban en sus premisas sobre el papel de la filosofía y de los filósofos en la sociedad; premisas que diferían de las de Bergson.

El físico y el filósofo

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