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CUESTIONANDO EL ESTATUS DE LA CIENCIA: FENOMENOLOGÍA Y «CRISIS DE LA RAZÓN»

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«Opino que ya no hay ningún problema filosófico con el Tiempo», observó el filósofo y matemático Hilary Putnam en 196733. Casi seguro que los científicos todavía coincidirían con su afirmación; los filósofos no. A medida que fue apartándose a Bergson, la autoridad de la ciencia en las cuestiones del tiempo escaló hasta nuevas cotas.

Más de tres décadas después del debate, el filósofo Maurice Merleau-Ponty se preguntó si acaso debíamos «acudir únicamente a la ciencia en busca de la verdad sobre el tiempo y todo lo demás»34. El fundador de la fenomenología francesa tenía bien asegurada la cátedra de Bergson en el Collège de France. Siguiendo la tradición de rendir homenaje a sus predecesores, el nuevo profesor habló sobre Bergson en su discurso inaugural. Como íntimo amigo de Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir y parte de un grupo de intelectuales que se reunía en la cafetería Les Deux Magots en Saint-Germain-des-Prés, coeditor de la influyente revista Les Temps modernes, siguió aludiendo al filósofo durante toda su vida.

Merleau-Ponty nos retrotrajo nuevamente a ese encuentro: «El 6 de abril de 1922, Einstein conoció a Bergson en la Société française de philosophie». Merleau-Ponty expuso que «Bergson había ido “a escuchar”, pero que, al llegar, la discusión decayó»35. Según él, vista a través de la filosofía de Bergson, la ciencia generaba una auténtica «crisis de la razón». Las lecciones que dio el filósofo en 1955 y 1956 pusieron el acento en la contestación de Bergson a la teoría de la relatividad de Einstein36.

Según Merleau-Ponty, la interpretación mayoritaria del debate daba a Einstein como vencedor respecto a Bergson, lo cual había producido un efecto peligroso. Había un cientificismo que lo impregnaba todo e invalidaba la experiencia: «La experiencia del mundo percibido con sus hechos obvios no es más que un titubeo que precede al discurso diáfano de la ciencia»37. Merleau-Ponty continuó escribiendo sobre Bergson. En 1959 dio una charla al final del «Congreso Bergson», que acogió presentaciones de autores como Gabriel Marcel, Jean Wahl y Vladimir Jankélévitch38. A lo largo de su trayectoria, trató de reintroducir la percepción corpórea a las teorías del conocimiento, inspirando a una generación de científicos, escritores y artistas del futuro. Aunque los científicos hablaban a menudo de líneas y círculos, en la vida real nunca encontrábamos estas formas en una expresión geométrica perfecta, sostenía. Lo mismo podía decirse de las mediciones del tiempo. Al excluir el entorno realmente percibido por nosotros, seguía diciendo, la ciencia moderna ha perdido el contacto con la realidad. ¿Cómo sería la ciencia si reintrodujera el mundo tal y como se ve, se oye y se siente? Durante décadas, se dedicó a responder a estas preguntas.

Mientras que muchos autores de preguerra consideraron peligrosa la filosofía de Bergson, en la posguerra Merleau-Ponty vio un potencial peligro en el racionalismo desenfrenado de su época: «Sin contar a los neuróticos, el mundo tiene a un buen número de “racionalistas” que son un peligro para la razón viva». Para Merleau-Ponty, recuperar la «razón viva» no significaba abandonar la ciencia, sino dar un papel renovado a la filosofía dentro de la ciencia: «Y en cambio, el vigor de la razón está ligado al renacimiento del sentido filosófico que, por supuesto, justificará la expresión científica del mundo, pero en su categoría y lugar adecuados en el conjunto del mundo humano»39. Aunque nunca fue un enemigo de la ciencia e inspiró a menudo a los científicos (sobre todo a los neurofenomenólogos), Merleau-Ponty intentó igualmente volver a colocar al racionalismo en el «lugar que le correspondía».

Merleau-Ponty se preguntó por qué todo el mundo buscaba respuestas en la física y en los físicos. ¿Por qué se les consultaba acerca de todo como si fueran intelectuales públicos, en cuestiones que iban desde la moda al gobierno? Se burlaba de:

Las extravagancias de los periodistas que consultan al genio sobre cuestiones alejadísimas de su campo. Al fin y al cabo, dado que la ciencia es taumaturgia, ¿por qué no debería llevar a cabo un milagro más? Y dado que fue precisamente Einstein quien demostró que, a una gran distancia, un presente es contemporáneo con el futuro, ¿por qué no hacerle a él las preguntas que se le formulaban al oráculo de Delfos?40

En los cincuenta y los sesenta, el debate entre Einstein y Bergson estaba tan en boga como siempre. «Hoy, como hace treinta y cinco años, los físicos recriminan a Bergson que introdujera al observador en la física relativista, que dicen que puede convertir el tiempo en relativo solo con los instrumentos de medición o un sistema de referencia», explicó Merleau-Ponty41. Pero el observador, según él, no debería ser nunca irrelevante; los instrumentos por sí mismos nunca desmitificarían por completo el tiempo.

En los sesenta, el péndulo se balanceaba a toda prisa. La «razón» pasó de estar estrechamente ligada a la ciencia a convertirse en una aliada íntima de la filosofía, pues muchos pensadores huyeron de una fascinación inicial por Einstein y se aproximaron a Bergson. En Fenomenología de la percepción, Merleau-Ponty insistió en la importancia de nuestras apreciaciones individuales del tiempo. Para recalcar que el tiempo dependía de la conciencia corpórea y que no era una mera cantidad física de un universo incorpóreo, exclamó: «Yo mismo soy tiempo»42. A fin de cuentas, él había aprendido de Bergson que «no nos acercamos al tiempo exprimiéndolo dentro del punto de referencia de la medición, como si usáramos unas tenazas». Al contrario, «para hacernos una idea de él, debemos dejar que crezca libremente, acompañando el nacimiento continuado que lo hace siempre nuevo y, precisamente en este sentido, igual»43.

¿La filosofía se limitaba a estudiar el «titubeo que precede al discurso diáfano de la ciencia»?44 ¿Los filósofos deberían aceptar el nuevo papel de la ciencia de posguerra? Los simpatizantes de Einstein responderían masivamente que sí, pero en París, una nueva generación de jóvenes escritores no aceptó esta función subalterna. Los fenomenólogos no eran los únicos interesados en el rol de la filosofía en un siglo caracterizado por el auge de la ciencia.

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