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PREFACIO

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«No me entra en la cabeza —escribió Einstein— que [los últimos treinta años] representen 10-9 segundos». ¿Qué hace que un momento sea destacable, que persiga nuestro pasado y nuestro futuro? El 6 de abril de 1922 fue una fecha destacable para Einstein; fue el día que conoció a Henri Bergson, uno de los filósofos más reputados de su época.

En un encuentro en París anunciado a bombo y platillo, el filósofo felicitó al físico por haber descubierto una teoría fascinante, pero le reprendió por haber omitido aspectos del tiempo que revisten para nosotros una importancia intuitiva. Sobrecogido por que una teoría ignorara qué canalizaba nuestra atención hacia ciertos sucesos y no hacia otros, Bergson esbozó los principios de una cosmología alternativa que no cayera presa de la precisión impávida de la ciencia, pero que tampoco se relamiera en la retórica poética. Aplaudido por su noción «vigorosa» del tiempo, sus objeciones inspiraron a generaciones enteras.

Durante el cara a cara entre el mayor filósofo y el mayor físico del siglo XX, el público aprendió a ser «más einsteiniano que Einstein». Bergson no refutó ningún resultado experimental, sino que acusó al físico de hincar sobre la ciencia una «metafísica» peligrosa. El físico respondió enseguida, invocando a aliados para hacer frente a un hombre que se negaba a conceder a la ciencia —y a la física— la potestad de revelar el tiempo del universo.

«El tiempo del universo» descubierto por Einstein y «el tiempo de nuestras vidas» asociado con Bergson cayeron en dos espirales peligrosamente destinadas a colisionar; escindieron el siglo en dos culturas y enemistaron a científicos con humanistas, y al conocimiento experto con la sabiduría popular. Con repercusiones sobre el pragmatismo norteamericano, el positivismo lógico, la fenomenología y la mecánica cuántica, hay una serie de tramas y alianzas que explican por qué hay eternas rivalidades entre la ciencia y la filosofía, entre la física y la metafísica, o entre la objetividad y la subjetividad, que siguen férreamente atrincheradas. Al final de su vida, Bergson cambió de parecer respecto a Einstein y Einstein respecto a Bergson, pero sus premisas seguían siendo irreconciliables.

El físico y el filósofo está dividido en cuatro grandes partes. La primera empieza con tres capítulos que nos retrotraen directamente al encuentro entre Einstein y Bergson. La segunda parte se centra en los hombres en sí y detalla los diversos contextos en que las contribuciones de Einstein se valoraron comparándolas directamente con la crítica de Bergson. Seguiremos los efectos del debate desde Francia a Inglaterra, Alemania y Estados Unidos. En cada uno de estos sitios encontramos algunos de los principales actores que participaron en el conflicto, como la Iglesia católica, y vemos cómo afectó el desacuerdo a diversos movimientos científicos y filosóficos, como el pragmatismo norteamericano, el positivismo lógico y la mecánica cuántica. Algunos de estos capítulos hacen hincapié en momentos clave previos y posteriores al 6 de abril de 1922, cuando se anticiparon argumentos similares a los esgrimidos aquel día.

La tercera parte se centra en las cosas. Indaga en el motivo por el que Einstein y Bergson se mantuvieron tan divididos, analizando a fondo los ejemplos concretos que salían de forma explícita y repetitiva en sus propios debates y en los debates que celebraban sus interlocutores. Hubo varias cosas que desempeñaron papeles descollantes, como el telégrafo, el teléfono, la radio, las películas y las grabadoras automáticas. En sus discusiones también se colaron partículas microscópicas, microbios diminutos, observadores ciclópeos, seres superrápidos, animales y fantasmas.

La cuarta parte termina con palabras: los últimos comentarios que hizo cada uno respecto al otro. Por aquel entonces, Bergson tenía casi ochenta años y fue testigo del auge del nazismo en Alemania, de la ocupación de París y de una nueva era de conflicto y agitación. Einstein también se acercaba a la ochentena. Se había jubilado del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton y se acordó de Bergson unos meses antes de que los norteamericanos detonaran la primera bomba de hidrógeno del mundo. Al final, descubrimos una historia del apogeo de la ciencia en un siglo dividido, una historia de desacuerdo y desconfianza y de las cosas cotidianas que nos desgarran.

El físico y el filósofo

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