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4 LA PARADOJA DE LOS GEMELOS

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BOLONIA, ITALIA

¿Cuándo descubrió Bergson la obra de Einstein? En la primavera de 1911, «bajo el paraguas del rey de Italia», se reunieron en Bolonia para el Cuarto Congreso Internacional de Filosofía científicos y filósofos de fama mundial, entre los que se contaba Bergson1. La reputación de Bergson estaba en la cúspide2 y los participantes de la conferencia se desvivían por oírle hablar. Pero otra charla dedicada a un «hecho paradójico» de la obra de Einstein —a cargo de un científico novicio y más bien desconocido— atrajo a muchos de los asistentes3.

El presentador, Paul Langevin, preguntó si entre los miembros del auditorio había alguno que quisiera «dedicar dos años de su vida a descubrir qué aspecto tendría la Tierra al cabo de doscientos años»4. Todo lo que tendría que hacer ese pertinaz voluntario sería viajar al espacio exterior a una velocidad próxima a la de la luz. Fácil, ¿verdad? Langevin no presentó esta cuestión como un vendeburras, sino como un físico puro y honrado. Si alguien acababa accediendo al viaje, defendía, regresaría para encontrarse con que el tiempo en la Tierra había pasado más deprisa. Verían el mundo doscientos años más tarde. Con plena confianza, afirmó que «los hechos experimentales más probados nos permiten afirmar que este será el caso»5. Bergson, se comenta, estaba entre el público echando espumarajos por la boca, preparándose ya para recoger el guante6.

Para los que no veían tan apasionantes los viajes en el tiempo, Langevin ofreció algo más; prometió a sus oyentes la juventud eterna: «Ahora podemos afirmar que es suficiente con estar inquietos, con acelerarnos, para envejecer más despacio». Cuando Einstein supo de la presentación de Langevin, lo primero que hizo fue tildarla de «una caricatura divertidísima»7. Pero poco después, comenzó a sopesarlo muy en serio y se dedicó a estudiar este aspecto en su propio trabajo.

A Bergson no le parecía divertido. En Bolonia presentó «L’institution philosophique», una de sus charlas más famosas, pero el rumbo de su pensamiento iba a cambiar pronto a la luz de la presentación que dio Langevin del trabajo de Einstein. Tardó casi una década en confeccionar su respuesta.

La presentación de Langevin fue simplemente brillante. Mezclando filosofía y ciencia, y haciendo referencias avispadas a cuentos populares de ciencia ficción (de Julio Verne), se metió en el bolsillo a un público entregado. Tuvo aún más éxito que la charla previa del eminente Henri Poincaré, otro participante que no veía tanto potencial revolucionario en la teoría de la relatividad8. La conferencia de Langevin, que ni siquiera nombró a Poincaré, se publicó enseguida en Scientia y apareció resumida en la Revue de métaphysique et de morale.

El congreso internacional celebrado ese año en Bolonia fue un éxito total. Sus cifras se habían disparado: de los pobres ciento cincuenta asistentes con los que empezó en 1900, pasó a tener entre quinientos y seiscientos. Las mentes más brillantes de la era estaban allí, «presentándose mutuamente» y entablando conversaciones interesantes, «aunque informales, en los pasillos»9. Acogió tanto a científicos como a filósofos. Los filósofos estaban orgullosos de poder reunirse en congresos especializados como los científicos llevaban tiempo haciendo, y de saludarles como apreciados colegas. Como señaló un asistente, «los filósofos pueden reunirse como hace tiempo que los hombres de ciencia están acostumbrados a reunirse y pueden considerar la filosofía un conjunto de conocimientos que, como la ciencia, es avanzado, crece y progresa»10. De esta forma, tal vez puedan subirse al tren del «progreso científico». Pero también estaban orgullosos de hacer incluso más que los científicos. En ese congreso, Bergson coincidió con su maestro Émile Boutroux, que dio una conferencia llamada «La relación de la filosofía con las ciencias». Ambos afirmaron que, «mientras que la ciencia valora las cosas como puramente objetivas, deshumanizadas, […] la filosofía persiste en valorarlas en conexión con la aspiración y la voluntad del hombre». Por esta razón, añadió Bergson, la ciencia solía «desafiar» la realidad y la filosofía era «amable» con ella11.

La presentación de Langevin en Italia se llevó todos los aplausos. En un visto y no visto, la obra de Einstein empezó a parecer mucho más interesante y entretenida que antes, incluso para el propio Einstein. El físico estaba como unas castañuelas. Su afinidad con Langevin era tal que, en una carta que le escribió poco antes de su viaje de 1922, no fue capaz de ocultar su entusiasmo: «Estoy como niño con zapatos nuevos de pensar que pronto podré pasear de nuevo con usted por las calles de París»12.

El físico y el filósofo

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