Читать книгу El físico y el filósofo - Jimena Canales - Страница 23

EN PARÍS

Оглавление

Pasados unos meses de su esplendorosa presentación en Italia, la Société française de philosophie convocó a Langevin para hablar a un público formado mayormente por filósofos, pero también por algunos científicos ilustres. El filósofo Abel Rey fue el primero que habló tras escuchar la presentación de Langevin en París.

Rey especuló inmediatamente en lo que podía pensar Bergson. Expuso cómo, en su teoría original, Bergson había revocado «la tradición de Aristóteles, Descartes, Leibniz e incluso Kant», cuyas teorías sobre el tiempo lo habían considerado uniformemente en términos de distancias espaciales, según él. La teoría de Einstein había llevado «mucho más lejos que nunca la noción de un paralelismo entre espacio y tiempo». Casi con toda probabilidad, Bergson rechazaría este paralelismo. «Cierto, con su sistema Bergson tiene el derecho de no ver en ella [en la teoría de Einstein] más que un nuevo intento de la ciencia por ubicar el tiempo en el espacio». Pero tal vez Bergson también extraería otra conclusión. Según la especulación de Rey, quizás el filósofo estaría aún más inquieto por la hipótesis de Einstein de que el espacio y el tiempo absolutos no existían, por más útiles que fueran estos conceptos y por más que los científicos los buscaran con afán. La filosofía de Bergson consideraba la ciencia una técnica extraordinariamente provechosa para lidiar con el «mundo material». Así pues, ¿cómo explicaría el filósofo el postulado en la teoría de Einstein de que uno nunca puede saber qué tiempo es el correcto de sistemas rivales, por lo que debe considerarlos ambos igual de válidos? Rey conjeturó que Bergson «podía mostrarse reticente a ver en el universo, así como en el conocimiento, niveles inaccesibles [plans irréductibles21.

En París, la presentación de Langevin en la Société hizo que muchos oyentes se hicieran cruces. La incredulidad de los asistentes se debía a la tesis de Langevin de que los efectos de la relatividad descritos por Einstein también afectarían a los seres biológicos y a los procesos psicológicos, con lo que afectarían «la concepción habitual del tiempo». Langevin comenzó con atrevimiento, recalcando que los efectos sobre el tiempo vaticinados por la teoría de la relatividad afectaban tanto los procesos mecánicos como los biológicos: «El principio de la relatividad consiste en admitir que incluso si en otros medios (mecánicos, biológicos, etc.) se pudiera conseguir un nivel de precisión comparable con las primeras [mediciones del tiempo y el espacio calculadas por medios ópticos y electromagnéticos], también se obtendrían los mismos resultados»22. Creía a pies juntillas que, «por tanto, desde el punto de vista del principio de la relatividad, es necesario que todos los procesos mecánicos, eléctricos, ópticos, químicos y biológicos usados para medir […] el tiempo produzcan resultados concordantes»23.

La elección de palabras de Langevin también fue controvertida. Describió la dilatación del tiempo diciendo que, «de los dos relojes, hay uno que envejece más que el otro», aduciendo que la equivalencia entre los procesos físicos y biológicos que describía «casi seguro» que era precisa. Tras escuchar cómo algunos colegas se plantaban ante la extrapolación directa del reino de lo físico a lo biológico, concluyó con una afirmación sugerente: «Pero si nosotros mismos somos relojes»24.

Pero espera, ¿de veras somos simples relojes? El filósofo Brunschvicg fue uno de los primeros en discrepar25. Recordó a los presentes que, para que las hipótesis de Langevin fueran correctas, antes los científicos tendrían que demostrar que los procesos biológicos experimentaban las mismas transformaciones temporales que los físicos: «Todavía está por corroborar que la vida del relojero está conectada al movimiento del reloj y que los fenómenos biológicos o físicos dependen de los fenómenos físicos que se utilizan para medir el tiempo»26. E incluso si uno pudiera aceptar cierta conexión entre los procesos del reloj y los biológicos, los científicos no deben olvidar que fueron los propios humanos los que fabricaron los relojes y que estos simplemente no existirían si no los hubiesen compuesto las personas: «No solo eres uno de esos relojeros unidos a un reloj; eres un fabricante de relojes»27. No somos relojes, argumentaba Brunschvicg. Somos fabricantes de relojes. Brunschvicg subrayó las cualidades inventivas, productivas y volátiles de los humanos respecto a las predecibles y mecánicas. También remarcó su voluntad de poder.

Si un viajante es lo bastante tozudo, egocéntrico o chovinista, podrá seguir argumentando que solo su reloj muestra la hora real. ¿La dinámica de poder entre los dos viajantes podría tener su relevancia? Brunschvicg puso encima de la mesa la cuestión de la «dominación» y destacó que los físicos no debían obviar que el «observador» de la teoría de la relatividad «querría dominar los distintos grupos de observadores, que eran incapaces de poner en acuerdo los relojes, en vez de confundirse entre ellos»28. Brunschvicg, en suma, no concedía a Einstein el haber iniciado una revolución29.

Después de los comentarios de Brunschvicg, otros se abalanzaron contra la afirmación de Langevin de que los relojes «envejecen» y «se hacen mayores». «¿Y por qué no? Llamad “envejecer”, si queréis, a la aceleración de las agujas de un reloj», expresó un miembro exasperado. El físico Jean Perrin, un apasionado partidario de Einstein y amigo de Langevin, añadió irónico: «Cuando los físicos dicen “envejecer”, es un término que me gusta especialmente»30.

El físico y el filósofo

Подняться наверх