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ÉDOUARD LE ROY: CIENCIA, RELIGIÓN Y MAGIA

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El filósofo «bergsoniano» Édouard Le Roy, que acabaría fichando a Bergson para el debate con Einstein, ya estaba escuchando con atención31. Poniendo punto final a su largo silencio, se ofreció a ayudar a los asistentes a superar sus discrepancias. «Permitidme que adopte momentáneamente el rol de intérprete», intervino con educación.

Le Roy tenía una idea fantástica para superar el enroque: ¿por qué no limitarse a usar diferentes términos para referirse a lo que los físicos y los filósofos tenían en mente al hablar del tiempo? ¿Por qué no usar «hora» para el tiempo de la física y «tiempo» para el de la filosofía? De este modo, Le Roy intentó delimitar y atenuar las pretensiones filosóficas de físicos como Langevin.

Ese día, tras escuchar atentamente las objeciones de Le Roy, Brunschvicg y otros, Langevin se batió en retirada. Matizó algunas de sus conclusiones más categóricas de su conferencia en Bolonia y admitió con modestia que no tenía «la pretensión de hablar desde el prisma de un filósofo». Lo cierto es que estas cuestiones, explicó, debían resolverlas ellos: «Es potestad de los filósofos decir cuáles son los elementos de la noción del tiempo que hay que modificar»32.

Las diferencias entre Langevin y Le Roy se ensancharon con el paso de los años. La relación del primero con Einstein se reforzó de forma inversamente proporcional a la distancia que le separaba de Le Roy y otros filósofos bergsonianos. Le Roy y Bergson, en cambio, se hicieron íntimos. Después de sustituirlo durante años en el Collège de France, en 1921 Le Roy acabó haciéndose con la cátedra de Bergson. ¿Qué papel desempeñó Le Roy a la hora de crear y ahondar las divisiones entre Einstein y Bergson? Un autor importante que se vio envuelto en el debate entre ambos describió a Le Roy como el «germen del error de Bergson»33.

Le Roy era más católico que la Iglesia y más bergsoniano que Bergson. Su fascinación por el filósofo nació al leer Materia y memoria (1896). Le comparó incluso con Sócrates, aduciendo que ambos habían revolucionado en la misma medida nuestra teoría del conocimiento. En las obras siguientes, atribuyó a la ciencia un papel enorme —pero no pleno— en los asuntos humanos. La ciencia nos aportaba «el patrón esquemático del mundo y sus elementos», pero también era importante no perder de vista «lo específico, lo concreto y lo vivo». Se tenía a sí mismo por una persona que amaba «la ciencia positiva, pero que no podía resignarse a sacrificar la riqueza del pensamiento, la representación de la unidad del saber y las relaciones mutuas entre las diferentes órdenes de indagación»34. Se convirtió en un miembro clave del modernismo católico, un influyente movimiento reformista que nació dentro del catolicismo pero que acabó siendo repudiado por la Iglesia por su radicalidad. El primer artículo que puso a la Iglesia en contra de Le Roy se tituló «¿Qué es un dogma?». En él, sostenía que la razón era en sí misma suficiente para entender a Cristo. Por culpa de este artículo, se le marginó del catolicismo. Le Roy empezó a discrepar de la corriente e hizo aún más hincapié en la vida y lo vivo. En ese momento, en la doctrina católica oficial imperaba el racionalismo tomista, cuyos principios generales emanaban de la reinterpretación de Santo Tomás de Aquino de la filosofía aristotélica. Contra Tomás de Aquino, Le Roy invocaba a San Pablo, un adalid claro del amor y la vida; contra Descartes apoyaba a Pascal, un crítico del racionalismo impasible; y contra Einstein, defendía a Bergson.

En Duración y simultaneidad, Bergson desarrolló una de las ideas que Le Roy lanzó una década antes, durante el primer encuentro con Langevin en la Société française de philosophie. Para él, la opción de encontrar otras palabras para los conceptos temporales usados por los científicos era perfectamente satisfactoria35. Al hablar sobre cómo Einstein usaba «esta palabra común [simultaneidad] en ambos casos», Bergson lo describió como un truco del físico para que la ciencia pudiera «hacer magia». Era su deber como filósofo señalar la diferencia entre el uso que hacía Einstein del término y su significado cotidiano. Instó a los científicos a «inventar otra palabra para ello, la que fuera»36. Exasperado por que los físicos usaran conceptos relacionados con el tiempo en sentidos confusos y ambivalentes, preguntó: «¿Acaso la ciencia no nos influye como la magia antaño?»37.

En los cincuenta Le Roy compendió las obras completas de Bergson y decidió no incluir Duración y simultaneidad en la colección, con lo que muchos tuvieron la impresión de que ni siquiera el propio Bergson suscribía el libro. Pero este no era el caso, ni de lejos38. Bergson nunca se retractó de una palabra escrita o dicha sobre la teoría de la relatividad de Einstein.

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