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6 ¿VALE LA PENA MENCIONARLO?

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UNIVERSITY COLLEGE, LONDRES

El 4 de mayo de 1912, dos meses antes de su muerte, Henri Poincaré, un renombrado científico y filósofo de la ciencia, fue a Londres a dar un discurso sobre la teoría de la relatividad. Sería su última manifestación importante sobre la cuestión. Poincaré ni siquiera mencionó a Einstein, pero sí a Bergson. «El tiempo de los científicos sale de la duración bergsoniana», explicó1.

La relación entre Einstein y Poincaré es una de las más fascinantes de la historia de la ciencia y está envuelta en un halo de misterio y controversia2. Poincaré contribuyó tanto a la teoría de la relatividad que muchos han afirmado que merece cierto reconocimiento por ella. Einstein leyó con avidez la obra de Poincaré antes y después de escribir su famoso artículo de 1905. Tal vez solo se saltó uno o dos ensayos3. En 1921 un amigo íntimo advirtió a Einstein que un colega francés estaba pregonando a los cuatro vientos que sus descubrimientos [los de Einstein] no eran suyos: «Supuestamente Poincaré lo había inventado todo y tú solo tuviste que desarrollar sus ideas»4. La obra más antigua de Poincaré sobre esta materia se adelantó muchos años a la de Einstein, pero difería de la del alemán en aspectos destacados. ¿Por qué un experto de ese calado en la teoría de la relatividad hablaba de las opiniones de Bergson sobre el tiempo y del espacio, pero no consideraba digno de mencionar ni siquiera el nombre de Einstein, ni siquiera en una charla sobre esta materia…? ¿Por qué algunos científicos se quedan tan cerca de los grandes avances pero no terminan de dar el paso?

Poincaré tenía muchísimos lectores que devoraban sus libros y los numerosos artículos que escribía para reputadas revistas. Provenía de una familia de élite, acostumbrada a ocupar las vacantes más codiciadas de prestigiosas instituciones. Su primo Raymond Poincaré fue primer ministro de Francia en cinco ocasiones no consecutivas y presidente de Francia entre 1913 y 1920. Poincaré no tuvo problemas en compaginar cargos de servicio público (sobre todo como consultor del sector de la minería, el transporte y las telecomunicaciones) con la investigación fundamental, contribuyendo a las ciencias aplicadas y teóricas en ingeniería, matemática, física, astronomía e incluso filosofía.

Aunque Poincaré fue uno de los científicos más eminentes en trabajar en la teoría de la relatividad, no aceptó las conclusiones de Einstein. Aceptaba de buen grado todos los hitos experimentales de la teoría, pero decidió adherirse a la «mecánica ordinaria». En Londres, Poincaré preguntó: «¿Cuál será nuestra postura con respecto a estas nuevas concepciones?». Los físicos que decidían adoptarlas no estaban «obligados a hacerlo», respondió. Los que lo hacían, actuaban de ese modo porque para ellos era «más cómodo. Eso es todo». La actitud de quienes las rechazaban era igual de «legítima». Poincaré creía que, a la larga, la mayoría de los científicos optaría por desechar el sistema de Einstein5. Estaba equivocado, pero no viviría para verlo. Unos meses después de su viaje a Inglaterra, el gran matemático murió por unas complicaciones tras una operación de próstata.

Bergson admiraba profundamente a Poincaré, a quien se refirió como «el gran matemático y filósofo»6. Pasados diez años de la muerte de Poincaré, la tarde que Einstein conoció a Bergson su presencia seguía palpándose en el ambiente. Después de introducir a Einstein, el organizador de la velada recordó a los asistentes que «la Société française de philosophie tuvo entre sus miembros fundadores a otro genio científico: se llamaba Henri Poincaré»7. En el debate consiguiente, las referencias a Poincaré no dejaron de aflorar. Francia, a fin de cuentas, contaba con una fuerte tradición de colaboración entre científicos y filósofos. La Société française de philosophie usaba incluso el término «ciencias filosóficas» para describir su propósito de permitir «el consenso y albergar reuniones periódicas entre científicos y filósofos»8. Bergson respaldaba esta misión: «La estrecha interacción entre filosofía y ciencia es un hecho tan constante en Francia que podría bastar para caracterizar y definir la filosofía francesa»9.

La principal diferencia de Poincaré con Einstein (y este es el motivo por el que Einstein se colgó merecidamente la medalla de haber revolucionado la física) era que el primero no creía que estos efectos relativistas fueran tan revolucionarios. Para él, no había que repensar por completo los conceptos de tiempo y espacio. Trabajó codo con codo con Hendrik Lorentz, que había inventado las ecuaciones de la relatividad que Einstein usó más tarde y que bautizó como tiempo «local» y longitud «aparente» las magnitudes alteradas previstas por la teoría. Pero para Einstein no había nada único, y menos aún local o aparente, sobre ellos. Einstein consagró su genialidad a reinterpretar la noción del tiempo, una contribución que fue esencial y novedosa para su trabajo.

Los historiadores han coincidido habitualmente en que Poincaré, como Bergson, nunca llegó a entender del todo la teoría de la relatividad10. Pero la historia de su relación con Einstein y con la teoría de la relatividad es mucho más compleja. El problema no era que no la entendiera; el problema era que no quería aceptarla. En este sentido, pronto se quedaría en minoría y recibiría el calificativo de retrógrado.

Varios años antes, Poincaré había presentado una tesis particularmente radical que, aunque diferente, recuerda a los supuestos que luego descubriría Einstein: «De dos relojes, no podemos decir que uno vaya bien y el otro vaya mal; solo podemos decir que nos conviene regirnos por las indicaciones del primero»11. En 1900 hizo una interpretación física clara de las ecuaciones de transformación de Lorentz usando relojes ralentizados y varas de medir acortadas12. También consideró la idea de redefinir el patrón de longitud según el tiempo que tardaba la luz en recorrer cierta distancia. En El valor de la ciencia, un libro muy leído publicado en 1905, Poincaré describió de forma notoria una «nueva mecánica» en que «ninguna velocidad podía superar a la de la luz» y en que, «al aumentar la inercia con la velocidad, la velocidad de la luz sería un límite insuperable»13. Estas frases describían conceptos muy aproximados a los de la obra de Einstein, que salió ese mismo año. En todos estos textos, desarrolló ideas «sorprendentemente similares» a las de Einstein, a veces con años de adelanto14. Pero para Poincaré, su relevancia era totalmente diferente: esta «nueva mecánica» nunca sería el no va más de la física.

Al margen de Einstein, Poincaré explicó que si uno cambiaba la forma en que los físicos solían concebir el tiempo, se produciría un cataclismo comparable al que «sobrevino al sistema de Ptolomeo tras la contribución de Copérnico»15. Estas líneas denotan con qué claridad previó las lecciones potencialmente revolucionarias que podían extraerse de las ecuaciones de Lorentz. Pero, a diferencia de Einstein, no quería propugnar una teoría tan radical. Al mismo tiempo que Einstein daba alas a una revolución, Poincaré luchaba contra otra.

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