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DURACIÓN Y «ÉLAN VITAL»

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¿Qué impulsaba a los alumnos de Bergson a llamarle «mago»? ¿Qué llevaba a los burgueses a enviar sirvientes para que les guardaran un asiento para sus conferencias? ¿Por qué le leían religiosamente presidentes y primeros ministros? ¿Por qué sus enemigos querían asesinarle? ¿Por qué otros sopesaban el suicidio antes de que leer a Bergson los salvara? ¿Por qué sus libros se introdujeron en el índice de textos prohibidos? ¿Por qué los filósofos y polemistas más importantes de Francia escribieron monografías enteras sobre él? ¿Cómo se convirtió su filosofía en un movimiento, a menudo llamado «le Bergsonisme», que a veces escapaba a las intenciones del propio filósofo? ¿Por qué su obra afectó tantos campos aparte de la filosofía, desde la musicología a la teoría del cine? ¿Por qué su obra fue relevante para todo el espectro político, complaciendo por igual a anarquistas, sindicalistas y fascistas? ¿Cómo pudieron algunas de sus citas más relevantes terminar en los juicios de Núremberg, en anuncios y en novelas contemporáneas?

Tras la Segunda Guerra Mundial, durante el juicio de destacados criminales de guerra alemanes, el fiscal general de la República Francesa citó un fragmento de uno de los últimos libros de Bergson:

«La humanidad», dice nuestro insigne Bergson, «gime, medio aplastada por el progreso que ha logrado. […] El cuerpo no deja de crecer y aguarda la adición de un alma, y la máquina exige una fe mística».

¿A qué se refería Bergson con la «fe mística» y qué relación guardaba con su filosofía del tiempo? Ambas surgían de un impulso vital que te propulsaba con fuerza hacia delante. El fiscal lo explicó a las claras: esta «fe mística» era presuntamente la misma fuerza que impelió a los antiguos a crear la civilización y a los modernos a defender los derechos humanos y la democracia:

Sabemos lo que es, esta fe mística en la que pensaba Bergson. Estaba presente en el cénit de la civilización grecorromana, cuando Catón el Viejo, el más sabio de los sabios, escribió su tratado sobre economía política.

[…] Es esta la fe mística que, en el reino de la política, ha inspirado todas las constituciones escritas o tradicionales de todos los países civilizados desde que el Reino Unido, la madre de las democracias, garantizó a cada hombre libre, en virtud de la carta magna y la Ley del Habeas Corpus, que no sería «ni arrestado ni encarcelado, salvo por un veredicto de sus iguales emitido conforme a los cauces previstos en derecho».

Es esta la fe que inspiró la Declaración de Independencia de Estados Unidos de 1776:

«Consideramos evidentes estas verdades: que todos los hombres han sido dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables».

Es lo que inspiró la Declaración francesa de 1791:

«Los representantes del pueblo francés […] han decidido estipular en una declaración solemne los derechos naturales, inalienables y sagrados del hombre. En consecuencia, la Asamblea Nacional reconoce y declara, en presencia y bajo el auspicio del Ser supremo, los siguientes derechos del hombre y el ciudadano»63.

La misma cita, que a mediados de los cuarenta inculcaba enseñanzas igual de importantes que las legadas por la carta magna, la Ley del Habeas Corpus, la Constitución del Reino Unido y las declaraciones hechas en Estados Unidos y Francia, se expandió a finales de los cincuenta para un anuncio comercial de la Rand Corporation, consagrado a la seguridad nacional norteamericana:

La humanidad gime, medio aplastada por el progreso que ha logrado. Los hombres no están suficientemente concienciados de que su futuro depende de sí mismos. Primero deben decidir si quieren seguir viviendo. Luego deben preguntarse si simplemente quieren vivir o si quieren hacer el esfuerzo extra necesario para cumplir —incluso en nuestro ingobernable planeta— la función esencial del universo, que es una máquina para fabricar dioses.

En su popular novela Kafka en la orilla (2002), Haruki Murakami cita a un Bergson diferente y anterior durante el clímax de una escena de sexo explícito: «El presente puro es el progreso escurridizo del pasado devorando el futuro. En verdad, toda sensación es ya un recuerdo»64.

¿Cómo podía uno citar literalmente a Bergson tanto en tribunales penales como en dormitorios, en los momentos de más excitación erótica? ¿Por qué era tema de debate en tantas conversaciones, en Europa central y más allá? ¿Por qué su obra fascinó a algunos de los paladines principales de la descolonización francesa? ¿Por qué escritores de China y Japón le citaron como modelo de la modernidad europea? ¿Por qué encandilaba a los jóvenes intelectuales de Latinoamérica, que acudían febrilmente a sus conferencias nada más llegar a París?65 ¿Por qué se formaban clubs de lectura en todo el mundo con el propósito explícito de hablar sobre él?66 Incluso en la cafetería imaginaria descrita en Saatleri Ayarlama Enstitüsü [El instituto para la sincronización de los relojes], una novela de 1954 escrita por el autor turco Ahmet Tanpinar, las conversaciones se centraban en «la historia, la filosofía de Bergson, la lógica de Aristóteles y la poesía griega»67.

Durante los años siguientes, el debate entre los dos hombres se produjo principalmente por vía de otros. Einstein no estaba satisfecho. Él y sus adeptos no dejaban pasar al filósofo ni un comentario sin cuestionarlo. Bergson acabó descubriendo que Einstein tenía «discípulos radicales que iban acercando más y más sus opiniones a la filosofía y montaban sobre ella una doctrina extravagante»68. Tenía a su lado un grupo de «bailarines de ballet» que enviaba a «comer la oreja del público» y promover sus teorías69. Pero tampoco puede decirse que Bergson estuviera precisamente solo.

Ambos tenían aliados y enemigos en comités profesionales, determinando quién se haría con codiciadas vacantes académicas y abriendo o cerrando puertas a profesionales que respaldaban uno u otro bando. Publicaron libros, artículos, manifiestos y renombrados periódicos de gran formato para defender o atacar a uno de los dos hombres. Para salir del punto muerto en que se encontraba el debate, se idearon sistemas filosóficos enteros.

Las repercusiones de su confrontación se expandieron por todo el globo. El viaje de Einstein a París fue solo uno de los tantos que emprendió durante esos años: Chicago, Washington, Londres, Río de Janeiro, Japón, España y Jerusalén fueron algunas de sus destinos70. Bergson también recorrió todo el mundo, pero por razones bien diferentes. Las reputaciones volaron todavía más deprisa. Los libros, artículos, conferencias, noticias y cartas sobre ellos se desplazaron más deprisa y más lejos que los hombres en sí. El teléfono, el telégrafo, la radio y el cine (y después hasta la televisión, en el caso de Einstein) transmitieron textos, imágenes y voces promoviendo su obra y, a veces, mencionando el debate.

Tres años después de su encuentro, un científico y célebre escritor sobre ciencia de Barcelona dijo que esperaba que sus lectores fueran «conocedores de las objeciones de Bergson» a Einstein y de la ocasión concreta en que el filósofo había desatado «toda su ira»71. En España, el filósofo José Ortega y Gasset y el escritor y político Ramiro Ledesma Ramos escribieron sobre los dos personajes. En Latinoamérica, Alfonso Reyes, un joven intelectual mexicano encargado de nacionalizar el sector petrolero de su país, explicó esto en sus notas sobre Einstein: «Un día habrá que reconciliar el tiempo de la física, el tiempo de la psicología y el concepto de “duración real” de Bergson, dado que por ahora se ha dejado aparcado»72. En verano de 1947, en la Maison Franco-Japonaise de Japón, el físico Satosi Watanabe dio una charla ahondando en las conexiones entre la obra de Bergson y la mecánica cuántica73. Aludiendo a menudo a los propios protagonistas, hubo pensadores de Europa central a África Septentrional, pasando por Oriente Próximo, que abordaron uno de los «temas principales» del siglo: que el «tiempo vivido que experimentan es diferente del tiempo medido por un reloj»74.

El debate entre ambos pronto se subsumió en discusiones más amplias sobre el auge del fascismo en Europa y sobre el papel que deberían desempeñar la filosofía y la ciencia en las sociedades tecnológicas. Los pensadores rescataban constantemente el debate en discusiones de alto voltaje entre intelectuales que trabajaban bajo el paraguas del nuevo régimen nacionalsocialista y aquellos que tuvieron que emigrar. En todos estos contextos, durante las décadas comprendidas entre la Belle Époque y la Guerra Fría, las interpretaciones cambiaron de manera tan radical como el propio mundo.

La filosofía de Bergson apelaba al corazón, no solo a la mente. Por tanto, aspiraba a ser más exhaustiva que el conocimiento científico. Más allá del corazón y la mente, hablaba a las manos, los ojos y los oídos, inspirando a numerosos artistas. En cuanto fue tecnológicamente viable, se registraron sus textos en LP y CD. Su filosofía abarcaba mucho, desde la ética a la estética. Revertía los excesos de un racionalismo frío y calculador asociado con el universo mecanicista de René Descartes y las rígidas jerarquías del conocimiento descritas por Auguste Comte. Su filosofía era un antídoto contra la comprensión matemática y estática del universo, cuya rigidez era objeto común de desprecio, asociada como estaba al racionalismo vacío y los excesos violentos de la Revolución francesa. Corregía el optimismo ingenuo de algunos representantes de la Ilustración, como el marqués de Condorcet (que, irónicamente, decidió suicidarse después de redactar un tratado sobre el progreso) y Jean-Jacques Rousseau, cuyas ilustres descripciones de los «buenos salvajes» simplemente no concordaban con las reyertas imperiales en los albores del siglo XX. Era tan profunda como la religión, aunque liberada del control de una Iglesia frecuentemente reaccionaria, antimoderna y cada vez más distanciada del mundo. Representaba una nueva espiritualidad basada en unos principios éticos nuevos y no dogmáticos. En vez de ofrecer una filosofía que negaba la existencia de Dios, proporcionaba una en que apenas se mencionaba a Cristo (y cuando se le nombraba, era en compañía de otras figuras religiosas). Notoriamente aconfesional, fue adoptada en gran medida por ciudadanos que seguían siendo bautizados, confirmados, unidos en matrimonio y enterrados por párrocos; por ciudadanos que iban a misa los domingos y que ayunaban durante la Cuaresma, pero que preferían leer a Bergson en vez de la Biblia.

En todo lo que ofrecía no solo había explicaciones útiles sobre la naturaleza del tiempo, sino tratados íntegros consagrados a las preocupaciones más imperiosas de los representantes de carne y hueso del nuevo siglo, asuntos que eludían la fría lógica de la ciencia y el estéril academicismo filosófico de las universidades. Bergson era el filósofo por antonomasia de los recuerdos, los sueños y el humor75.

El físico y el filósofo

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