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EL ASCENSO Y LA CAÍDA

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Pero si fue tan sumamente famoso, ¿por qué Bergson es mucho menos conocido actualmente? La entrada de «Tiempo» en la Stanford Encyclopedia of Philosophy (2010) ni siquiera le menciona. Muchas veces, los expertos interesados en este tema recurren a autores menos controvertidos, como John McTaggart, que fueron mucho menos importantes durante esos años76.

¿Cómo se pudo borrar de la historia una figura que había sido tan prominente? La muerte de Bergson el 3 de enero de 1941 fue en particular sobrecogedora porque el mundo ya le había dado por muerto77. El debate con Einstein precipitó su vertiginosa caída. El filósofo había alcanzado la cúspide de su popularidad cuando tenía casi cincuenta años. Pero esta popularidad le abandonó tan pronto como le había llegado. Einstein, en cambio, siguió siendo un perfecto desconocido para el gran público hasta que llegó a la cuarentena, pero pudo conservar su condición de icono hasta después de morir.

La controversia afectó a la percepción y al recuerdo de ambos hombres. Einstein solía retratarse como una figura inquebrantable que luchó contra la intuición y que albergaba opiniones muy sólidas acerca del poder de la ciencia como medio privilegiado para averiguar la verdad sobre el mundo. En parte, el desarrollo y el resultado de su debate con Bergson nos suelen llevar a pensar que la teoría de la relatividad fue probada empíricamente de forma irrefutable: «Los experimentos han fallado a favor de la concepción de Einstein», explicó Hans Reichenbach, uno de los defensores más acérrimos de Einstein y, hemos de recordar, un enemigo declarado de Bergson78. A la luz de la relación personal de Reichenbach con Einstein y el concepto negativo que tenía de Bergson, podemos ver lo tendenciosa que era su formulación.

La primera vez que Einstein desarrolló su teoría en 1905 fue criticado a menudo por carecer de pruebas empíricas. Einstein continuó esmerándose mucho en ella, desarrollando una teoría más sólida, conocida como la teoría general79. Explicó con mayor claridad algunas de sus hipótesis previas, como las relativas a «la constancia de la velocidad de la luz» (aproximadamente 300.000 km/s) y a la velocidad «infinitamente grande», dos premisas que parecían contradecirse. Luego reclasificó su obra anterior como parte de la teoría «especial», que —para gran sorpresa suya— seguía siendo completamente válida con el nuevo marco de referencia. La teoría más «general» ensanchó su radio de acción, sus aplicaciones y la cantidad de comprobaciones experimentales.

El número de experimentos que han demostrado sin asomo de duda la validez de la teoría de Einstein se han ido multiplicando. En 1972 se produjo una confirmación aplastante de la teoría: los científicos hicieron dar la vuelta al mundo a un reloj atómico en dirección este y lo compararon con otro transportado en dirección oeste. El primero perdió cincuenta y nueve nanosegundos, mientras que el otro ganó doscientos setenta y tres80. Otros experimentos con muones de rayos cósmicos (partículas que penetran en la atmósfera terrestre procedentes del espacio exterior) demostraron que su esperanza de vida antes de descomponerse había aumentado notablemente. Los científicos achacaron la vida prolongada de las partículas a los efectos de la dilatación temporal producidos por viajar a velocidades próximas a la de la luz.

A la vista de esta sólida prueba experimental, ¿podemos concluir que Bergson simplemente no podía objetar… y sanseacabó? Para Bergson, lo más importante que había encima de la mesa no cuestionaba en absoluto la validez de la teoría de Einstein; concernía a la relación de la ciencia con la metafísica y a la relación de la ciencia con los experimentos en líneas generales. ¿Cómo se relacionan los conceptos científicos abstractos, como la variable t del tiempo en las ecuaciones de relatividad, con hechos experimentales concretos? ¿Hay otras teorías que puedan explicar esos mismos hechos? ¿Qué conexión existe entre la ciencia teórica (con sus leyes universales) y el trabajo experimental, las cosas concretas y los contextos locales? Estas preguntas, aducía, no se podían dejar de lado.

Siguiendo el debate y su resolución podemos entender por qué Einstein se alzó como el hombre que distinguió la ciencia de la metafísica y por qué se consideraba un científico profano, aunque fuera profundamente espiritual. Einstein dijo en múltiples ocasiones que creía en Dios, aunque era una deidad que no se entrometía directamente en los asuntos humanos. El físico acostumbraba a insertar referencias a la religión en debates científicos, como cuando profirió su famosa exclamación contra la mecánica cuántica: «Dios no juega a los dados con el universo». Una vez, un amigo suyo recordó: «En muchas ocasiones, cuando una nueva teoría le parecía forzada, [Einstein] señalaba que “Dios no hace cosas así”»81. Cuando el poeta Paul Valéry, que en su día había hecho de nexo entre Einstein y Bergson, le preguntó qué prueba podía presentar a favor de la unidad de la naturaleza, Einstein contestó que consideraba esta unidad «un acto de fe»82.

Aunque ahora recordamos a Einstein como un revolucionario que destronó teorías previas, a muchos observadores coetáneos les parecía que la teoría de la relatividad tenía más semejanzas que diferencias con la física clásica, como la ciencia de Newton o la filosofía de Descartes83. El propio Bergson propagó la idea de que Einstein era un conservador, más que un revolucionario. A menudo se le acusó de haber introducido la cuestión del «relativismo» en la ciencia y el conocimiento en general. Con todo, él se oponía directamente a cualquier descripción genérica de su teoría, uniéndola a otras formas de «relativismo» artístico o cultural. Bergson, en cambio, no tenía reparos en ensalzar las virtudes de concebir el mundo como una red de relaciones cambiantes y criticó a Einstein por producir una teoría basada en conceptos absolutos.

Si bien solemos recordar a Einstein como un pacifista, tendemos a olvidar que no apoyaba la Sociedad de las Naciones y que renunció a su pacifismo una vez los nazis se alzaron con el poder. La famosa carta de 1939 que le envió al presidente Roosevelt, instándole a respaldar la investigación de armas nucleares, fue escrita solo un mes después de que el físico dimitiera del CIC, una institución de la Sociedad de las Naciones que había encabezado Bergson y que abogaba por una política completamente diferente respecto al control de armamento. Bergson, a quien se acusó de belicista durante la Gran Guerra, promovió el control armamentístico y la diplomacia durante el resto de su vida.

Tal vez nuestro mayor error con Einstein es asociarle tanto con el desarrollo de la bomba atómica. Esta vinculación quedó incrustada en el imaginario colectivo tras aparecer en la portada de la revista Time, en julio de 1946, con una nube en forma de seta en el fondo y la inscripción de la ilustre ecuación «E = mc2». Pero Einstein nunca trabajó en el proyecto Manhattan. Para comprender en su totalidad la postura de Einstein con respecto a la investigación armamentística y el abandono de su tempranero pacifismo, resultan esenciales su debate y su animadversión con Bergson (y con la entidad de la Sociedad de las Naciones que Bergson lideraba).

También existe la percepción general de que el trabajo de Einstein tuvo un efecto decisivo en el arte moderno. Se cree que las perspectivas multidimensionales de la realidad descritas por la teoría de la relatividad asentaron los cimientos de importantes transformaciones en las artes plásticas, afectando a artistas importantes como Matisse o Picasso y a movimientos enteros, como el cubismo84. Pero ahora parece que se pueden descubrir influencias más fuertes directamente en la filosofía de Bergson85. En la literatura, la tesis del influjo de Bergson es aún más fuerte que en el caso de las artes plásticas. Su influencia sobre En busca del tiempo perdido de Marcel Proust no solo se valora en términos de organización o enfoque temático, sino que puede atribuirse a relaciones propiamente dichas, pues Bergson se casó con la prima de Proust. El escritor fue un celoso seguidor de la obra de Bergson y relató cómo se prohibía a los curas católicos leer sus libros y frecuentar sus seminarios86. «El grueso de la obra de Proust es una exposición de la filosofía de Bergson», señaló un renombrado crítico literario87.

A Bergson, se le suele recordar como un reaccionario, aunque los principales responsables de este cargo poseían opiniones políticas extremistas: el escritor radical francés Julien Benda y el autor fascista Charles Maurras. Estos extremistas eran como la noche y el día, pero les unía su odio hacia Bergson. Maurras pertenecía a la extrema derecha católica y Benda era un intelectual judío de la izquierda anticlerical. Era «lo que unía a Benda y Maurras, dos personas que, por lo demás, chocaban diametralmente» y respaldaban dos visiones políticas opuestas88.

Sabemos que Einstein fue víctima de ataques constantes por ser judío y algunos autores han especulado que el propio ataque de Bergson encaja con este tipo de acometidas genéricas fascistas. Pero Bergson también fue atacado por este mismo motivo89. El Action française, un foro racista de derechas, se opuso a su candidatura para la Academia Francesa solo por su origen. El antisemita Maurras tachó a Bergson de maestro de «la Francia judía», un «meteco [métèque]» al que había que combatir por esa simple razón90. Cuando se presentó la candidatura de Bergson en 1914, Maurras lo achacó a un «complot judío para colocar a Bergson en la Académie»91. De modo similar, otro escritor afirmó: «Todo Israel tiene sus ojos clavados en esta elección, considerada por esta raza enemiga nuestra como un episodio importante de la guerra francojudía»92.

Tras los ataques vertidos por la derecha católica, Bergson recibió los de la izquierda judía. Benda acusó a Bergson de no pertenecer a la corriente ideológica judía «adecuada». Según él, por lo común había dos tipos de judíos: los hebreos que veneraban a Yahvé y cuyo líder moderno era Spinoza; y los «hedonistas» cartagineses, que veneraban a Belfegor y cuyo líder moderno era Bergson93. La inquina de Benda era tal que, presuntamente, una vez afirmó que habría «matado de buen grado a Bergson»94 si hubiera sido la única forma de quebrar su influencia. Léon Daudet, un periodista y amigo del alma del antisemita Maurras, se refirió despectivamente a Bergson como «pequeño judío ornamentado»95.

No solo se atacó a Bergson por ser judío o por no ser un judío «de bien», sino que se le acusó de propagandista del catolicismo. En una ocasión afirmó que sus reflexiones le habían ido acercando más y más al catolicismo, que consideraba «la culminación absoluta del judaísmo»96. Sí es cierto que tuvo un entierro católico y que llegó a sopesar el bautizo. Sin embargo, hemos de reconsiderar su asociación habitual al catolicismo. Bergson se sentía atraído sobre todo por el misticismo cristiano, en especial el que representaban Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz. La Iglesia católica solía ver con recelo el misticismo. Era un movimiento que a veces formaba parte del catolicismo, pero era mucho más amplio y podía suponer una amenaza grave para la propia Iglesia. Aquello que más fascinaba a Bergson eran los místicos que se solían considerar más radicales y que la Iglesia católica había condenado, como Jeanne Guyon. El misticismo precristiano también le llamaba la atención97. Se le añadió oficialmente al Índice de Libros Prohibidos en junio de 1914.

Era habitual describir y recordar a Bergson como alguien que despreciaba la ciencia y que sentía un odio irracional por los hechos científicos, una impresión que Einstein trató de inculcar activamente. En el prefacio de Duración y simultaneidad, tuvo cuidado de declarar que no se opondría a ningún hecho observado: «Cogemos las fórmulas […] término a término y averiguamos a qué realidad concreta, a qué cosa percibida o perceptible, corresponde cada uno»98. Bergson quería dar más peso a los experimentos y las matemáticas, no quitárselo. Quería regresar a los resultados del experimento de Michelson-Morley, capital para los debates sobre la teoría de la relatividad99. Impugnó la acusación de antiintelectualismo y tildó su proyecto filosófico textualmente de «supraintelectual».

El filósofo puso la proa a subrayar que no tenía nada contra Einstein como persona y que no se oponía al cariz físico de la teoría de Einstein. Así apartó su postura de los ataques racistas y nacionalistas con que se topó Einstein en Alemania. Solo puso en cuestión ciertas extensiones filosóficas de la relatividad. «La física podía ayudar a la filosofía abandonando ciertas expresiones que la inducían al error y que se arriesgan a confundir a los propios físicos sobre el significado metafísico de sus opiniones»100. Estas expresiones confusas, argumentaba, provenían de personas como Einstein, que querían «transformar esta física, telle quelle, en filosofía»101. Bergson abanderó la cruzada contra lo que se veía como una invasión de la física en tierra de la filosofía, una lucha que imantó enseguida a jóvenes reclutas.

Bergson recalcó que determinar el tiempo era una operación compleja. «Para conocer el tiempo», no bastaba con leer un número (la hora) que da un instrumento (el reloj). Había que evaluar el significado general de ese momento. El significado amplio de ciertos sucesos explicaba por qué los relojes «funcionan», por qué se «fabrican» y por qué la gente los «compra». Pero durante aquellos años Einstein no tenía mucho interés en estas cuestiones, pues creía que el tiempo era lo que medían los relojes o no era nada en absoluto. En su mente no cabía la idea de explorar los motivos por los que los relojes podrían haberse inventado siquiera. El caso de Bergson era justo el contrario. Él quería saber qué nos impelía a vivir una existencia condicionada por los relojes y descubrir cómo romper las cadenas: «El tiempo para mí es el que es más real y necesario; es la condición fundamental de la acción: ¿Pero qué estoy diciendo? Es la acción en sí misma»102.

Al principio de su carrera, Einstein era muy modesto respecto de sus conocimientos filosóficos. De hecho, declinó una oferta para ser coeditor jefe de Annalen der Philosophie debido a su limitado conocimiento en ese campo. También era reticente a publicar artículos en revistas de filosofía, aunque se lo pidieran. En 1919 se describió a sí mismo como alguien «demasiado poco versado en filosofía», como un mero «receptor pasivo» de ella103. Pero al enfrentarse a Bergson, su modestia brilló por su ausencia.

Aunque a menudo se les catalogaba en categorías opuestas (como el mecanicismo versus el vitalismo y la objetividad versus la subjetividad), ninguna de estas dicotomías hace justicia a las complejidades de la obra de ambos individuos. En los debates vertebrados en torno a grandes divisiones, Bergson se negaba siempre a tomar partido porque consideraba que su filosofía se basaba en explicar conexiones104. En especial, siempre se negaba a tomar aquel partido del que se le acusaba a menudo, el del espiritualismo. Su interés era claro: exponer «el punto de contacto entre la conciencia y las cosas, entre el cuerpo y el espíritu»105. Einstein también hizo comentarios frecuentes que hacen que sea imposible confinarlo a posturas específicas. Cuando empezó a acumular apoyos a su trabajo, las opiniones personales del físico sobre su obra previa y sobre la ciencia en general cambiaron. Se volvió más reservado acerca de cómo conciliaba con otras formas de conocimiento. Al final de su vida, el físico ponía el vocablo «verdad» entre comillas, dado que lo veía limitado y ceñido por «sistemas conceptuales» (Begriffsystem) mucho más amplios. Según su explicación, la «“verdad” científica» solo era diferente de la «fantasía vacua» en grado, pero no en esencia. Simplemente diferían en la cantidad de certeza que podían lograr106. Si analizamos rigurosamente el debate entre Einstein y Bergson, encontramos dificultades para separar estos términos y, en particular, para encasillar a uno y otro exclusivamente en una categoría. Nuestro propósito es cuestionar estas divisiones —es decir, revocar la simplificación de la postura de ambos hombres— y esbozar alternativas.

Bergson fue el último en hablar durante el coloquio en la Société française de philosophie. Cuando presentaba sus observaciones finales, dijo a la concurrencia que se estaba haciendo tarde. Para demostrar que el tiempo no era patrimonio total de los físicos, adujo las razones por las que iba a acortar su intervención: «Porque no podemos hablar sobre el tiempo sin reparar en la hora y en que se hace tarde. Me limitaré a comentar brevemente un par de cuestiones»107. Tal vez fue el ardid de un gran orador, pero al menos para parte del público pareció surtir efecto.

El físico y el filósofo

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