Читать книгу El Mulato Plácido o El Poeta Mártir - Joaquin Lemoine - Страница 10
VI
ОглавлениеBerta, que así se llamaba la niña, leia una mañana a "Rafael" de Lamartine, en un pequeño retrete que le servia de costurero i de escritorio; i Raquel, su madre, junto a una ventana i delante de una máquina de coser, bordaba una papelera de esterilla con hebras de seda, dibujaba con ellas las iniciales del nombre de su esposo, i escuchaba atenta i conmovida la lectura de su hija.
Un alfombrado verde que armonizaba por su color con las cenefas del empapelado, las cortinas i el tapiz de los muebles; una mesa central ovalada; un escritorio mui laboreado de madera de nogal que hacia juego con un pequeño estante de libros que se alzaba sobre la mesa i sostenido por la muralla; un divan que cruzaba uno de los ángulos de la habitacion; un confidente colocado con estudiado descuido al costado derecho de la puerta de entrada; algunos cuadros al óleo pintados en láminas de metal i con marcos dorados; algunos libros abiertos, esparcidos aquí i allí, como el Werther de Gœthe, Pablo i Virjinia de Saint-Pierre, Atala i los Mártires de Chateaubriand estaban desparramados ya sobre una mesa, sobre un divan o sobre una máquina de costura.
Berta hojeaba, con la mano trémula de emocion, las pájinas de ese libro platónico, sobre las que hai un soplo constante de armonia, de ternura i de amor; esa leyenda romántica que podria llamarse el libro de los jóvenes i de las niñas, impresionaba de tal manera a Berta que parecia cortarle a ratos la respiracion, encender sus descoloridas mejillas i abrillantar sus lánguidos ojos, cuya mirada besaba de entusiasmo el libro que tenia abierto, delante de sí i entre sus blancas i pequeñas manos.
Cuando llegó a un párrafo en que decia lo siguiente, la voz de Berta se puso trémula i la palidez de su castísimo rostro tornóse en rosa encendida:
"Algunas veces Julia lloraba de repente con una estraña tristeza. Estas lágrimas provenian de verme condenado por aquella muerte, siempre oculta i constantemente presente a nuestros ojos, a no tener delante de los mios mas que ese fantasma de felicidad que se evaporaría en el momento que quisiese estrecharlo contra mi corazon. Oraba, se acusaba de haberme inspirado una pasion que jamás podria hacerme feliz.—¡Oh! Yo quisiera morir, morir pronto, morir jóven i amada, me decia Julia.—Sí, morir; puesto que no puedo ser a la vez mas que el objeto o la ilusion amarga del amor i de la felicidad para contigo. ¡Tu delirio i tu suplicio reunidos! ¡Esta es la mas divina de las felicidades i el mas cruel de los castigos, confundidos en un mismo delirio! ¡Ojalá que el amor me mate i que tú me sobrevivas para amar segun tu naturaleza i segun tu corazon! ¡Yo seria menos desgraciada muriendo, de lo que soi, conociendo que vivo a espensas de tu dolor!...."
Con estas últimas palabras cayó el libro de Lamartine sobre las faldas de Berta, inclinó ésta la cabeza i una lágrima tierna tembló en los párpados de sus ojos i se deslizó surcando sus mejillas hasta caer sobre esa pájina apasionada i palpitante.
—¡Oh! ¡madre mia! esclamó en seguida: la muerte o la desesperacion son los únicos caminos de un amor imposible, i sobre todo, cuando se anida en el ardiente corazon de un jóven i lo que es mas, ¡de un jóven poeta! ¡Si Rafael no hubiera sido poeta no habria amado tanto! Si su amor por Julia no hubiera sido un amor imposible, habria sido un amor triste pero no desesperante.
—En efecto, si la realizacion de ese amor no hubiera sido imposible, no habria sido tan grande, hija mia, repuso la madre, sonriendo con esa frialdad de los años, al ver con aire de sincera estrañeza las juveniles impresiones de su hija.
—De todos modos, si yo no quisiera ser Julia, menos querria ser Rafael, porque a juzgar por lo poco que he leido en mi vida, las pasiones de los hombres son mas vehementes i menos pasajeras que las pasiones de las mujeres i porque ante todo, el poeta parece un ser condenado al sufrimiento i predestinado a la desgracia. I como dice, mamá, aquel autor español que leíamos una tarde en el cenador del jardin:
«El poeta en su mision
Sobre la tierra que habita
Es una planta maldita
Con frutos de bendicion.»
—Por eso, mi querida Berta, no aspires a ser ni Rafael, ni Julia i conténtate con ser la hija tierna i amorosa que concentra en su amor filial todos los perfumes de su alma sensible, todos los latidos de su impresionable corazon.
—Tiene usted razon, madre, dijo Berta, precipitándose a colgarse del cuello materno: ¡tiene usted razon! usted será siempre el único objeto de mi cariño. Hizo resonar un beso en la frente de su madre i agregó:
—Yo la amo a usted tanto como Rafael a Julia. ¿Para qué aspirar a un nuevo amor, si el que a usted le profeso me hace feliz, si constituye la delicia de mi vida? I si he de decirle la verdad, hai en el fondo de mi alma un sentimiento vago e indefinible que me inspira cierto miedo al amor: me parece que huiría de él si lo encontrase en mi camino.
En ese momento la entrada de un perro negro i hermoso anunció la llegada de Manfredo, padre de Berta. Mientras el perro se tendia a los piés de ésta, batiendo la cola i restregando la frente en los pliegues de su vestido, como para acariciarla, llegó Manfredo de la calle i pisó el umbral de la habitacion, en que permanecian abrazadas madre e hija.