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El Milagro de la Maternidad Física

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Con una precisión que inspira asombro, las hormonas femeninas dirigen el proceso de producción de vida. Una vez que los ovarios liberan los huevos, tan pequeños como la punta de un lápiz, su camino hacia la vida da comienzo. Huevo y espermatozoide se unen en un acto de auto-donación mutua, dando así paso a algo más—una nueva vida, elegida por Dios.

El vientre se entrega a la nueva vida, creciendo y expandiéndose a medida que la criatura en él crece y se expande. Y en el momento adecuado, el vientre comienza a contraerse, suave e insistentemente al principio, pero avanzando e intensificándose de manera consistente, hasta que, en un momento explosivo de agonía y éxtasis, la criatura nace. Dios eligió encerrar dentro del cuerpo de la mujer el espectro entero de la humanidad. En los ovarios de la mujer han residido y residirán los orígenes de todas las generaciones de seres humanos que hayan vivido y vivirán. Así, en el microcosmos del cuerpo femenino yace la totalidad de la realidad humana creada.4 A pesar de que el hombre participa en el proceso creativo, éste es simplemente el medio por el que la posibilidad de vida atraviesa. Es en el interior de la mujer que la semilla de la vida germina, sienta raíces, y crece. En un acto de auto-donación, la mujer entrega toda su persona para el beneficio del otro que crece dentro de su vientre. Primero, ella entrega su cuerpo para que sirva de resguardo y albergue a la nueva vida. Ella experimentará sus cambios de apariencia, su expansión física, su reorganización interior. Su piel se estirará; sus órganos internos se moverán; su tejido se hinchará a medida que su cuerpo se vaya acomodando a la nueva vida que crece en su interior.

La mujer también entrega su estructura emotiva. Navegando en una corriente de hormonas cambiantes, ella intenta mantenerse firme a medida que los impredecibles flujos y reflujos la empujan de estados de anticipación nerviosa a estados de exaltación voluble, luego a estados de complacencia pacífica, y luego a estados de tristeza inexplicable.

En medio de todos estos cambios físicos y emocionales, la mujer da aún más. Le da a su criatura el regalo del amor—un lazo que une a madre y criatura más íntimamente que lo que cualquier conexión física jamás podría unirles. Todo lo que la mujer elige hacer es visto a la luz de este amor. Sus dietas, actividades e itinerarios pueden cambiar. Sus prioridades se reordenan. Sus planes, presentes y futuros, son reconsiderados. Se interesa por la salud y el bienestar de la criatura, y por su nacimiento y su futuro.

A medida que pasa el tiempo, la mujer está cada vez más involucrada con esta criatura que en su cuerpo engendra. Ella llega a conocerla, y a conocerla bien. Ella conoce sus hábitos y sus maneras. La mujer sabe cuando su criatura está inquieta, y cuando está en paz. La mujer le habla a su criatura, arrullando su hinchado vientre para ofrecerle palabras y canciones confortantes. Ella reza por su criatura, invierte esperanzas y sueños en ella, y solicita la ayuda de Dios para que la ayude a criar el bebe y para nutrirlo hasta la plena madurez.

Ella ama a su bebe de forma completa y total. Ella vive no ya para sí misma, un ser autónomo, sino para otro, su criatura. Meses antes de que el bebe le sea depositado en sus brazos, la mujer, que ya se ha convertido en madre, descubre que su relación con su criatura, su descendencia, el fruto de su vientre, es única y especial.

Llenas de Gracia

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