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La Realidad de la Maternidad Espiritual

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Dado que “Todo en el ser femenino está dominado por su constitución, que le hace capaz de crear y formar otro ser que comienza dentro del suyo”7, la realidad espiritual de nuestra feminidad nos habla de la influencia en el mundo que Dios tiene en mente para la mujer.

Si la función preeminente de nuestro cuerpo femenino es dotar de vida, como ya hemos argumentado, la función preeminente de nuestra alma femenina—nuestro espíritu y psiquis femenino —debe ser también dotar de vida. Nuestro ser completo está creado para ser dador-de-vida, productor-de-vida. Nuestro llamado para dar vida a otros, por tanto, no se restringe al nivel físico, sino que es ahí donde comienza.

Por virtud del regalo de nuestro género, cada una de nosotras está destinada a ser “madre”. Al igual que nuestros cuerpos han sido creados con la capacidad de dotar vida a nivel físico, nuestras almas han sido creadas de forma especial por Dios para dotar de vida espiritual al mundo. Por tanto, nuestro llamado a la maternidad en ninguna forma se ve disminuido o negado por la vida en celibato o una inhabilidad física de tener hijos. Todas las mujeres están destinadas a dotar vida.

De la misma manera que una vida física hecha raíces y crece en el interior del cuerpo femenino cuando el espermatozoide y el huevo se juntan, de esa misma manera la vida espiritual hecha raíces y crece en el interior del alma femenina cuando la semilla de la fe es plantada en el sacramento del bautismo.

De la misma forma que nuestros cuerpos son impregnados de vida nueva cuando concebimos una criatura, así nuestras almas deben ser impregnadas de la vida de Dios. De la misma forma que nuestra matriz se agranda y crece con el crecimiento y desarrollo de la criatura, así la matriz de nuestro corazón se expande con el amor y la misericordia de Dios. De la misma forma que vida nueva emerge de nuestros cuerpos en un asombroso momento de misterio y maravilla, así cada una de nuestras palabras y actos deben ser un conducto de gracia y nueva vida para otros.

Y de la misma manera que nosotras amamos a nuestra criatura desde lo más profundo de nuestro ser, así el amor de Dios debe fluir a través de nosotras hacia el mundo, como si fuera un bálsamo curativo y reconfortante. De esta forma, nuestras almas y corazones se convierten en conductos de vida espiritual.

Llenas de Gracia

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