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LLAMADA POR DIOS

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Ella era una humilde servidora, joven en edad pero sabia en los caminos del Señor. Los días de su juventud habían estado llenos de plegarias, anticipación y fiel adherencia a la Ley de Moisés. María (o “Miriam”, como ella era llamada en hebreo) sabía que el Mesías vendría. Aunque el momento de Su llegada permanecía un misterio, ella esperaba con paciencia y fiel expectación, llevando a cabo las tareas propias de su estado, ansiosa por que se cumplieran las palabras de los profetas.

Durante esos años de esperanzadora anticipación, mientras ella se dedicaba a sus rezos, alabando al Señor, cuidando de aquello que le había sido encargado, ella no tenía manera de saber que figuraría de manera tan profunda en la realización de la profecía Mesiánica. No tenía manera de saber que había sido específicamente escogida por Dios el Padre como Theotokos, o “Portadora-de-Dios”, aquella cuyo vientre se llenaría de la Palabra de Dios. No tenía manera de saber que, como consecuencia de su “sí” a Dios, las puertas del cielo se abrirían mediante el don de la gracia redentora.

Debió haber sido un día como cualquier otro, ese día específico en que la plenitud del tiempo llegó. Quizás cayó lluvia del cielo como tantas bandas de cintas grises. O quizás el sol azotó con una intensidad salvaje, capaz de penetrar las frías capas del corazón de la humanidad. En ese día ordinario el fulgor de los cielos encendieron el día y un ser angelical se le apareció.

Llena de Gracia.

No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios: concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y reinará eternamente sobre la casa de Jacob y su Reino no tendrá fin… El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que nacerá Santo será llamado Hijo de Dios. (Lc 1: 31–33, 35).1

Y fue así como esta humilde niña-mujer vino a saber que ella era la elegida de Dios desde todos los tiempos para portar la redención al mundo. Los primeros Padres de la Iglesia nos dicen que todo el cielo contuvo la respiración en espera de su respuesta, pues la salvación del mundo dependía de ella. Y con qué gratitud y alivio suspiró el cielo cuando la Virgen María respondió, “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1:38). Su respuesta afirmativa, proclamada en humilde sumisión a la voluntad del Señor, permitió que la gracia redentora entrara en el mundo y alterara el destino de la humanidad.

Llenas de Gracia

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