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María Lleva la Bendición de Dios

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La tradición del Viejo Testamento nos enseña que cuando una persona es bendecida por Dios, esa persona transporta la bendición de Dios a otros. La presencia misma de esa persona se convierte en fuente de sanación, de esperanza, de nueva vida.

Esto se hace evidente en el momento en que María vista a Isabel. San Lucas nos dice que cuando Isabel escuchó la voz de María, exclamó: “Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mí tanto bien, que venga la madre de mí Señor a visitarme? Pues en cuanto llegó tú saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno; y bienaventurada tú, que has creído, porque se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor”. (Lc 1: 42–45)

En esta exhortación, Isabel confirma las palabras del Arcángel Gabriel de que María cargaba en su vientre la bendición de Dios. Y de hecho, el Dios Encarnado se hizo carne en el vientre de María. Nótese que el saludo de María a Isabel no aparece en el texto; es la mera presencia de María la que provoca la bendición de Isabel. María, impregnada de la Palabra de Dios, irradia la presencia de Jesucristo.

Hoy María permanece como la misma imagen de su Hijo, Jesucristo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Dondequiera que ella esté presente, Él lo estará también. Ella permanece siempre llevando a su Hijo a otros, y llevando a otros a su Hijo. Éste es su munus, su llamado divino. Ella es la Madre Espiritual por excelencia, siempre dotando de Salvación al mundo. Llena de gracia, María está impregnada del Espíritu del Evangelio, e irradia esa energía divina que inicia a los otros en la vida de Dios.

Igual que María, nosotras también estamos llamadas a entregarnos a la vida de Dios, que permanece activa dentro de nosotras a través de la gracia. Nosotras, también, tenemos que entregarnos a nuestro Señor y Salvador, ser impregnadas del Espíritu del Evangelio, y conformarnos a Su Imagen, que crece en el vientre de nuestros corazones. Nosotras, también, tenemos que estar llenas de gracia para que la vida abundante de Jesucristo viva en nosotras y a través de nosotras. Es así que nosotras cumpliremos con nuestro munus de maternidad espiritual de “ayudar tanto a la humanidad a no degenerar”.

Llenas de Gracia

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