Читать книгу Ruina y putrefacción - Jonathan Maberry - Страница 10
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Tom y Benny salieron al amanecer y se encaminaron a la puerta sureste. El guardia hizo que Tom firmara el documento habitual que absolvía al pueblo y al personal de guardia de cualquier responsabilidad si algo malo sucedía una vez que pasaran a Ruina. Un comerciante le vendió a Tom una docena de botellas de cadaverina, que ambos echaron sobre sus ropas, y un frasco de pasta de pimienta que se untaron en el labio superior, para matar su olfato.
—¿Esto detiene a los zoms?
—Nada los detiene —dijo Tom—. Pero esto les quita velocidad, hace que la mayoría dude antes de morder. Incluso ahuyenta a algunos de ellos. Te da un poco de ventaja y un poco de espacio, pero no creas que puedes pasar a través de una multitud de ellos sin riesgo.
—Gracias por los ánimos —dijo Benny para sí mismo.
Se habían vestido para una larga caminata. Tom había instruido a Benny para que llevara buenos zapatos de caminar, pantalones de mezclilla, una camiseta resistente y un sombrero para impedir que el sol le hirviera el cerebro.
—Si aún no es demasiado tarde —dijo Tom.
Benny hizo una seña obscena cuando Tom no estaba mirándolo.
A pesar del calor, Tom vestía una chamarra ligera con muchos bolsillos. Tenía un viejo cinturón del ejército alrededor de su cintura delgada, con una pistola metida en una vieja funda de cuero. Benny aún no tenía permiso de llevar pistolas.
—Con el tiempo —dijo Tom, y luego agregó—: Tal vez.
—Aprendí a manejar armas de manera segura en la escuela —protestó Benny.
—No lo aprendiste de mí —dijo Tom de modo terminante.
Lo último que Tom cargó fue una espada. Benny observó con interés mientras Tom se ajustaba una larga bandolera en diagonal sobre el cuerpo, del hombro izquierdo a la cadera derecha, con la empuñadura de la espada sobresaliendo por detrás de su hombro, de modo que pudiera desenfundarla rápidamente con la mano derecha.
La espada era una katana, una espada larga japonesa con la que Benny había visto practicar a Tom cada día desde que tenía memoria. La espada era lo único que le parecía genial de su hermano. La mamá de Benny, que era la madre adoptiva de Tom, era irlandesa, pero el padre de ambos había sido japonés. Tom le dijo a Benny una vez que la familia Imura se remontaba a los días de los samuráis en el Japón antiguo. Le mostró a Benny libros con ilustraciones de japoneses con expresión fiera y vestidos con armaduras. Guerreros samurái.
—¿Tú eres un samurái? —le preguntó Benny cuando tenía nueve años.
—Ya no existen los samuráis —dijo Tom, pero incluso entonces Benny pensó que Tom tenía una expresión extraña en el rostro al decir aquello. Como si tal vez hubiera más que decir sobre el asunto, pero él no quería decirlo en aquel momento. Cuando Benny volvió a mencionar el asunto, un par de veces más desde entonces, la respuesta fue siempre la misma.
Aun así, Tom era bastante bueno con la espada. Podía desenfundarla con la rapidez del rayo, y Benny lo había visto hacer un truco una vez, cuando Tom pensaba que nadie estaba mirando. Tom echó un puñado de uvas al aire, desenfundó su espada y cortó a la mitad cinco de ellas antes de que cayeran al suelo. La hoja apenas podía verse. Luego, después de que Tom saliera a una tienda, Benny contó las uvas. Tom había tirado seis al aire. Sólo se le había escapado una. Aquello fue hermoso.
Desde luego, Benny comería vidrio molido antes de decirle a Tom lo impresionante que le había parecido.
—¿Para qué traes eso? —preguntó mientras Tom se ajustaba la bandolera.
—No hace ruido —dijo Tom.
Benny comprendió. El sonido atraía a los zoms. Una espada era más silenciosa que una pistola, pero también exigía acercarse más. Benny no pensó que fue muy buena idea. Lo dijo, y Tom se encogió de hombros.
—¿Y por qué traes la pistola entonces?
—Porque a veces el ruido es lo menos preocupante —Tom tocó sus bolsillos para hacer un rápido inventario y asegurarse de que traía todo lo necesario—. Bien —dijo—, vámonos. Estamos desperdiciando luz de día.
Tom pagó a dos exploradores para que hicieran sonar tambores a seiscientos metros al norte, y tan pronto como alejaron a los zoms vagabundos, Tom y Benny pasaron a la gran Ruina y Putrefacción y se encaminaron al borde de una zona boscosa.
Chong los saludó desde la torre de la esquina.
—Necesitamos movernos deprisa los primeros ochocientos metros —le advirtió Tom, y empezó un trote que era lo bastante rápido para sacarlos del alcance del olfato zom, pero lo bastante lento para que Benny lo igualara.
Unos pocos zombis se tambalearon tras ellos, pero los exploradores volvieron a tocar sus tambores y los zombis, incapaces de atender más de una reacción a la vez, giraron hacia el ruido. Los hermanos Imura desaparecieron en las sombras bajo los árboles.
Cuando finalmente bajaron la velocidad, Benny estaba sudando. Era un comienzo caluroso de lo que sería un día abrasador. El aire estaba lleno de mosquitos y moscas, y los árboles del canto de pájaros. Muy por encima de ellos, el sol era un agujero blanco en el cielo.
—No nos están siguiendo —dijo Tom.
—¿Quién dijo que nos seguían?
—Bueno… desde que salimos has volteado a ver la cerca.
—No es cierto.
—¿O estás mirando a ver si alguno de tus amigos vino a verte partir? Es decir, aparte de Chong. ¿Tal vez cierta pelirroja?
Benny lo miró.
—Estás totalmente loco.
—¿Me vas a decir que Nix Riley no te interesa?
—Un gran no.
—¿Cómo es que encontré una hoja de papel con su nombre escrito como un millón de veces?
—Debe de haber sido Morgie.
—Era tu letra.
—Entonces supongo que estaba practicando mi caligrafía. ¿Qué te pasa? Ya te dije que Nix no me interesa. Olvídalo.
Tom apartó la mirada sin decir otra palabra, pero Benny notó que sonreía. Maldijo para sí mismo durante el siguiente kilómetro y medio.
—¿Qué tan lejos vamos? —preguntó Benny.
—Lejos. Pero no te preocupes, hay estaciones de resguardo donde podemos quedarnos si no regresamos para la noche.
Benny lo miró como si acabara de proponer que se prendieran fuego y fueran a nadar en gasolina.
—Espera… ¿Estás diciendo que podríamos estar fuera toda la noche?
—Claro. Tú sabes que yo vengo aquí a veces por varios días. Tendrás que hacer lo que yo hago. Además, fuera de algunos vagabundos, esta área ha sido limpiada desde hace mucho. Cada semana tengo que ir más lejos.
—¿No vienen ellos hacia ti?
Tom sacudió la cabeza.
—Hay vagabundos… lo que los guardias de la cerca llaman “noms”, es decir, zombis nómadas. Pero la mayor parte no viaja. Ya verás.
El bosque era viejo pero sorprendentemente lozano para aquel calor de finales de agosto. Tom encontró árboles frutales, y ambos comieron peras dulces hasta saciarse mientras caminaban. Benny empezó a llenarse los bolsillos de frutos, pero Tom sacudió la cabeza.
—Son pesadas y te van a hacer más lento. Además, elegí una ruta que nos va a llevar a través de lo que era un territorio de granjas. Habrá mucha fruta silvestre. Y vegetales también. Frijoles y cosas así.
Benny miró todas las frutas en sus manos, suspiró y las dejó caer.
—¿Cómo es que nadie viene a recoger todo esto?
—La gente está asustada.
—¿Por qué? Debe haber como cuarenta tipos trabajando en la cerca.
—No, no son los muertos a lo que temen. La gente en el pueblo cree que hay una enfermedad que lo infesta todo. La comida, el ganado que se ha vuelto salvaje en los últimos catorce años, todo.
—Sí… —dijo Benny tímidamente. Había oído hablar así—. Entonces ¿no es verdad?
—Te comiste aquellas peras sin pensar.
—Tú me las diste.
Tom sonrió.
—Ah, ¿entonces ya confías en mí?
—Eres un cretino, pero no creo que quieras convertirme en zom.
—No tendría que obligarte a limpiar tu cuarto, así que no lo descartemos.
—Eres tan gracioso que casi me orino en mis pantalones —dijo Benny sin expresión. Luego siguió—: Espera, no entiendo. Los comerciantes traen comida todo el tiempo, y todas las vacas y pollos y demás… Fueron traídos por viajeros y cazadores y gente así, ¿no? Así que…
—¿Así que por qué la gente cree que es seguro comer eso y no la comida de aquí?
—Sí.
—Buena pregunta.
—Bueno, ¿cuál es la respuesta?
La gente del pueblo confía en lo que está dentro de la cerca. Actualmente dentro de la cerca. Si llegó de afuera, lo comentan. Como el segundo miércoles de cada mes, que dicen: “¿No es hora ya de que lleguen las carretas?”, pero no reconocen realmente de dónde vienen las carretas ni por qué están cubiertas de metal y los caballos envueltos en alfombras y tela de malla. Lo saben, pero no lo saben. O no lo quieren saber.
—Eso no tiene el menor sentido.
Tom caminó un rato antes de continuar:
—Está el pueblo y luego está Ruina y Putrefacción. La mayor parte del tiempo no pertenecen al mismo mundo, ¿sabes?
Benny asintió.
—Supongo.
Tom se detuvo y miró hacia delante con los ojos entrecerrados. Benny nada pudo ver, pero Tom lo tomó del brazo y tiró de él, sacándolo deprisa del sendero, para guiarlo a un amplio claro. Benny miró por entre los cientos de árboles y finalmente pudo divisar a tres zoms, avanzando despacio por el sendero. Uno estaba entero; los otros dos tenían carne desgarrada, donde otros zoms se habían dado un festín mientras ellos aún estaban vivos.
Benny abrió la boca y casi le preguntó a Tom cómo había sabido que estaban allí, pero su hermano hizo un gesto para silenciarlo y siguió adelante, caminando sin hacer ruido sobre el suave pasto veraniego.
Cuando ya estaban lejos, Tom lo llevó de vuelta al sendero.
—¡Ni siquiera los vi! —se asombró Benny, mirando hacia atrás.
—Yo tampoco.
—¿Entonces cómo…?
—Acabas aprendiendo a sentir cosas así.
Benny se quedó inmóvil, mirando hacia atrás.
—No entiendo. Sólo eran tres. ¿No podrías haberlos… ya sabes…?
—¿Qué?
—Matado —dijo Benny, sin emoción—. Charlie Matthias dice que él siempre aprovecha la situación para matar un zom o dos. No le huye a nada.
—¿Eso es lo que dice? —murmuró Tom, y continuó por el sendero.
Benny encogió los hombros y lo siguió.