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—Era un Pontiac LeMans convertible de 1967. Rojo sangre y tan modificado que dejaba atrás a cualquier maldita cosa en el camino. Y te digo que a cualquier otra.

Así era como Charlie Matthias describía siempre su coche. Luego reía con una gran carcajada como un relincho, porque sin importar cuántas veces lo dijera, pensaba que era la broma más divertida de la historia. La gente tendía a reírse con él más que de la broma, porque Charlie tenía un pecho de un metro ochenta y bíceps de sesenta centímetros, y su sudor era una sopa de testosterona, esteroides anabólicos y whiskey Jack Daniel’s. Si la gente no se reía, él se enojaba y se lo tomaba personal. Por lo común, algo feo sucedía después de que Charlie se sintiera ofendido.

Benny siempre reía. No porque tuviera miedo de Charlie, sino porque en realidad pensaba que el sujeto era hilarante. Y genial. Pensaba que no había nadie más genial en el planeta.

A Benny no le importaba que el coche del que Charlie siempre hablaba se hubiera quedado sin gasolina trece años antes y fuera un montón de metal oxidado en algún lugar de Ruina y Putrefacción. Tampoco le importaba que el hecho de que el auto pudiese siquiera avanzar contradecía la historia: tras la radiación electromagnética, eso no era posible. En las historias de Charlie, aquel coche había pasado por bombas y monstruos y otras mil aventuras, y nunca sería olvidado. Charlie decía que él había sido un auténtico guerrero de la carretera en su LeMans, cruzando el asfalto y aplastando zoms.

Todos los demás en la tienda de abarrotes Lafferty’s rieron también, aunque Benny estaba seguro de que un par de ellos podrían estar fingiendo. La única persona que no rio de la broma fue Marion Hammer, conocido por todo el mundo como el Martillo de Detroit. No era tan grande como Charlie, pero era feo como un bulldog y tenía cachas de pistola saliendo de todos sus bolsillos, así como un trozo de tubo negro que colgaba de su cinturón como una cachiporra. El Martillo no se reía mucho, pero cuando estaba de humor, sus ojos destellaban como los de un cerdo feliz, y una esquina de su boca se elevaba en lo que podría haber sido una sonrisa pero probablemente no lo era.

Benny pensaba que el Martillo también era supergenial… Aunque no tanto como Charlie. Desde luego, nadie era tan genial como Matthias. Charlie era un albino de dos metros de altura con un ojo azul y otro rosa, que era lechoso y ciego. Había el rumor de que cuando Charlie cerraba su ojo azul, podía ver el mundo de los fantasmas con su ojo muerto. Benny pensaba que eso era genial también… aunque en privado no estuviera tan seguro de que fuera cierto.

Los dos —Charlie y el Martillo— eran los cazarrecompensas más duros en todo Ruina y Putrefacción. Todos lo decían. Excepto unos pocos excéntricos, como el alcalde Kirsch, quien dejaba tal honor en Tom Imura. Benny pensaba que eso era basura, porque Charlie decía que Tom “era un poco suave con los zoms”, y lo decía de una manera que sugería que Tom o tenía miedo de una pelea real o no tenía el valor necesario para ser un cazador de zombis de primera clase, un rufián de las tierras yermas. Además, Tom no era ni la mitad de grande que Charlie ni se veía tan malo como el Martillo. No, Tom era un cobarde. Benny lo sabía de primera mano.

Trabajar como cazarrecompensas era un negocio peligroso. No había uno más duro, hasta donde Benny sabía. A la mayoría de los cazarrecompensas les pagaba el pueblo por limpiar de zoms las áreas alrededor de la ruta comercial que conectaba a Mountainside con el puñado de otros pueblos que estaban regados por las montañas. Otros trabajaban en grupo como ejércitos de mercenarios para despejar pueblos fantasma, centros comerciales, bodegas y hasta algunas ciudades pequeñas, de manera que los comerciantes pudieran saquearlos y obtener suministros. De acuerdo con Charlie, la expectativa típica de vida de un cazarrecompensas era de seis meses. La mayoría de los hombres jóvenes que probaban el trabajo permanecían un mes o dos y luego renunciaban, al descubrir que matar zoms era muy diferente de lo que habían aprendido de familiares que hubieran sobrevivido la Primera Noche, y muy distinto de lo que se les enseñaba en la escuela o en los exploradores. Charlie y el Martillo habían sido los primeros cazadores —de nuevo, según Charlie— y lo habían hecho desde el comienzo, cobrando sus primeras muertes remuneradas ocho meses después de la Primera Noche.

“Hemos eliminado más zoms que el Ejército, la Armada, la Fuerza Aérea y los Marines juntos”, presumía el Martillo al menos una vez al mes. “Y eso incluye a los cobardes de la Guardia Nacional.”

A pesar de su arrogancia, su hedor y tendencias violentas, Charlie y el Martillo eran populares en todo el pueblo, en parte porque se veían demasiado altos y feos como para temerle a nada. Tal vez eran demasiado feos para morir. Si se podía creer en la mitad de su reputación, habían estado en más peleas cuerpo a cuerpo con los muertos vivientes que cualquier otro, y ciertamente más que los demás cazarrecompensas que trabajaban en esta parte de Ruina. Eran más duros incluso que cazadores legendarios, como Houston John, Wild Bill Fairchild, J-Dog y Dr. Skillz, o los hermanos Mekong. Claro, Benny debía comparar la reputación con la realidad exclusivamente con conjeturas, y al final tal vez no importaba quién hubiera matado más o cortado más cabezas. De acuerdo con Don Lafferty, el dueño de la tienda que llevaba su nombre, Charlie y el Martillo habían embolsado y etiquetado ciento sesenta y tres cabezas con nombre y tal vez dos mil muertos sin nombre. Cada muerte había sido, además, un trabajo remunerado.

Charlie y el Martillo también hacían “cierres”: localizar a un familiar o amigo zombificado de un cliente para ponerlos a “descansar”. El alcalde Kirsch decía que tenían un rendimiento de cierres tan alto como Tom, aunque Benny lo dudaba. No había manera de que el rendimiento de Tom pudiera estar cerca del de Charlie. Tom nunca tenía dólares extra de ración para gastar, y Charlie siempre estaba comprando cerveza, bebidas y alas de pollo frito para la multitud que se reunía a escuchar sus historias.

—¿Cuándo te vas a retirar? —preguntó Rigley Sputters, el cartero, mientras le servía a Charlie otro vaso de té helado—. Tus chicos han de ser tan ricos como Midas a estas alturas.

—¿Midas? —preguntó el Martillo—. ¿Quién es ése?

—Creo que vendía carburadores —dijo Norbert, uno de los comerciantes que usaban caballos con armadura para tirar de carros con bienes saqueados de pueblo en pueblo— y luego se compró un reino.

—Sí —dijo Charlie, asintiendo como si supiera que aquello era verdad—. Rey Midas. De Detroit, seguro. Hizo una fortuna de autopartes y cosas así.

Y todos estuvieron de acuerdo con él, porque eso era lo sensato. Benny asintió, aunque no tenía ni idea de qué fuera un carburador. Lou Chong y Morgie Mitchell asintieron también.

—Bueno, muchachos —dijo Charlie con un guiño—, no digo que sea tan rico como un rey, pero yo y el Martillo nos conseguimos una buena olla de oro. Ruina ha sido buena con nosotros.

—Así es —asintió el Martillo, con sus labios purpúreos apretados con seriedad—. Hemos eliminado muchos zoms.

—Mi tío Nick dijo que ustedes mataron a los cuatro hermanos Mengler el mes pasado —dijo Morgie desde la parte trasera de la multitud.

Charlie y el Martillo se echaron a reír.

—¡Claro que sí! Los matamos más que bien muertos. Martillo se infiltró en su casa, poco después del amanecer, y arrojó una bomba Molotov en el techo. Los cuatro muertos salieron tropezándose a la luz del día. Estaban embarrados de sangre vieja y mierda de caballo y quién sabe qué otros desperdicios. Flacos y podridos, olían peor que cerdos sudorosos, y eso que estábamos a quince metros de distancia.

—¿Qué hicieron? —preguntó Benny, con los ojos encendidos.

El Martillo soltó una risita.

—Jugamos un poco.

Charlie rio al escucharlo.

—Sí. Queríamos divertirnos un poco. En este negocio se está volviendo fácil matar a esos bichos. ¿O no?

Unas pocas personas sonrieron o asintieron vagamente, pero nadie dijo algo en específico. Era una de esas veces en que no estaba claro cuál sería la respuesta correcta.

Charlie continuó:

—Así que yo y el Martillo decidimos hacerlo un poco más justo.

—Justo —asintió el Martillo.

—Dejamos de lado las armas.

—¿Todas? —se asombró Chong.

—Hasta la última. Pistolas, cuchillos, el tubo favorito de Martillo, los chacos, hasta las estrellas ninja que Martillo le quitó a aquel zom muerto que tenía una escuela de karate en el otro lado del valle. Nos quedamos en jeans y camisetas y los enfrentamos mano a mano.

—¿Mano a mano? —preguntó Morgie.

—Quiere decir “cara a cara” —dijo Chong.

—Quiere decir “hombre a hombre” —restalló Charlie.

Hasta Benny sabía que Charlie mentía, pero no lo dijo. No en la cara de Charlie, en cualquier caso. Nadie era tan tonto.

Charlie le dedicó a Chong un vistazo rápido y desagradable y volvió a su historia.

—A puño limpio los golpeamos tanto que se murieron de sorpresa, se levantaron y se volvieron a morir de la vergüenza.

Todo el mundo echó a reír.

Alguien se aclaró la garganta, y todos voltearon a mirar a Randy Kirsch, el alcalde del pueblo, allí de pie, con los brazos cruzados, la cabeza calva inclinada a un lado mientras miraba de Benny a Chong y a Morgie.

—Pensé que estaban buscando trabajo, muchachos.

—Conseguí trabajo —dijo Chong deprisa.

—Yo tengo catorce —se excusó Morgie.

—Sólo nos detuvimos por una bebida refrescante —replicó Benny.

—Que ya se terminaron, Benjamin Imura —continuó el alcalde Kirsch—. Ahora, fuera de aquí, los tres.

Benny pensó que Charlie objetaría, pero el cazarrecompensas simplemente encogió los hombros.

—Sí… Ustedes tienen que ganarse sus raciones como la gente grande, niños. ¡Largo!

Benny y los otros se pusieron en pie y se encogieron al pasar junto al alcalde. Antes de que llegaran a la puerta, Charlie ya estaba otra vez a toda marcha, contando otra de sus historias, y todos reían. El alcalde escoltó a los muchachos afuera.

—Benny —dijo con voz calmada, con el sol destellando en la cima pulida de su cabeza afeitada—. ¿Sabe Tom que has estado viniendo aquí?

—No sé —adujo Benny, evasivo. Sabía muy bien que Tom no tenía idea de que él pasaba un rato cada tarde escuchando las historias de Charlie y el Martillo.

—No creo que a él le gustara —dijo el alcalde Kirsch.

Benny sostuvo su mirada.

—Creo que en realidad no me importa mucho qué le agrada y qué no a Tom —dijo, y luego agregó—: Señor —como si la palabra pudiera mejorar de algún modo el tono de voz que acababa de usar.

El alcalde Kirsch se rascó su barba negra y espesa. Abrió la boca para decir algo y volvió a cerrarla. Lo que hubiera querido decir se lo guardó. A Benny le pareció bien porque no estaba de humor para una reprimenda.

—Váyanse ya, muchachos —dijo Kirsch al fin. Se quedó de pie en el porche de la tienda por un rato, pero cuando Benny estaba en el otro extremo de la calle y miró hacia atrás, vio al alcalde volver a entrar en la tienda.

El alcalde y su familia vivían en la casa contigua a la de Benny, y él y Tom eran amigos. El alcalde Kirsch siempre estaba hablando de lo duro que era Tom y de lo buen cazador que era y del buen ejemplo que ponía a todos los cazarrecompensas. Bla, bla, bla. Benny se sentía vomitar. Si Tom era tan buen ejemplo como cazarrecompensas, ¿por qué los otros cazarrecompensas nunca contaban historias sobre él? Ninguno presumía de haber visto a Tom patear el trasero de cuatro zombis a la vez. Ni siquiera Tom hablaba de eso. Jamás le había hablado a Benny acerca de lo que hacía afuera, en Ruina. ¿Qué tan aburrido podía ser? Benny pensaba que al alcalde le faltaba un tornillo. Tom no podía ser modelo para nadie.

Chong dijo que debía prepararse para el trabajo. Estaba programado para un turno de seis horas en la torre y se veía contento por eso. Benny y Morgie encontraron a su amiga Nix Riley, una chica pelirroja con más pecas de las que nadie podía contar, sentada en una roca junto al arroyo, escribiendo en su libreta con cubiertas de cuero. Se había quitado los zapatos y tenía los pies en el agua. El esmalte carmín en las uñas de sus pies relucía como rubíes bajo el agua ondulante.

—Hola, Benny —dijo Nix con una sonrisa, observándolo debajo de sus rizos alborotados, rojos y áureos—. ¿Qué tal va la búsqueda de trabajo?

Benny gruñó y se retiró los zapatos. El agua fría era como una fiesta alegre en sus pies acalorados. Morgie se agachó y se sentó al otro lado de Nix, y comenzó a desatarse sus pesadas botas de trabajo.

Le contaron acerca de Charlie y el Martillo, y la reprimenda del alcalde.

—Mamá no me deja acercarme a esos tipos —dijo Nix. Ella y su madre vivían solas en una casita junto a la muralla occidental, en la parte más pobre del pueblo. Hasta aquel último invierno, Nix había sido una pequeña flaca y desgarbada, un chico más y no tanto una niña. Como Chong, Nix era una ñoña y siempre tenía varios libros en su morral, pero al contrario de Chong, Nix quería escribir sus propios libros. Siempre estaba garabateando poemas y cuentos en su libreta. De entre todos, ella siempre había sido la verdadera geek, pero aquello había cambiado en los últimos diez meses, Ahora Nix no era más una figura sin curvas, y Benny comenzaba a incomodarse a su lado. Especialmente en días calurosos en los que ella vestía una blusa ajustada y pantalones cortos. Entonces le era difícil dejar de mirarla —y especialmente a lo que se tensaba bajo aquella blusa— y lo hacía sentirse extraño. Nix antes era como Morgie y Chong. Ahora era una chica. Ya no había manera de ignorarlo.

Lo que lo hacía peor era que Benny estaba bastante seguro de que Nix estaba encaprichada con él. A él también le gustaba ella, aunque hubiera preferido cortarse un brazo antes que decirlo. Incluso a Chong. Salir con una amiga era un viejo tabú en su grupo. Él y Chong habían hecho un juramento de sangre cuando tenían nueve o diez años. Nix era realmente linda, y a él le gustaba mirarla, pero salir con ella hubiera sido como salir con Chong. Además, con una chica a la que conocía desde que los dos habían dejado de usar pañales, no había oportunidad alguna de que ella pensara que él era interesante. Sí, a ella ya le gustaba él, pero ¿qué pasaría si empezaban a salir y ella intentaba descubrir sus secretos, sólo para enterarse de que no tenía ni uno? O peor, ¿qué pasaría si él la invitaba a salir y resultaba que Nix realmente no tenía interés en él? Benny no se podía imaginar lidiando con el rechazo de alguien que sabía todo acerca de él y a quien vería a diario. Todo el asunto hacía que Benny quisiera golpear su cabeza contra una pared.

—¿Cómo es eso? —preguntó Morgie. La pregunta devolvió a Benny a la conversación.

—Es complicado —dijo Nix, mirando la luz del sol reflejada en el agua—. Y mamá no me quiere decir todo, pero creo que ella y Charlie tienen alguna clase de rencilla pasada o algo así. A ella realmente no le agrada. No tengo permiso de estar cerca a menos que Mamá lo esté. O el alcalde Kirsch o Tom.

Ella empujó a Benny con el pie mientras hablaba.

Benny fingió no darse cuenta.

—¿Por qué Tom? —preguntó.

—A mi mamá le gusta.

—¿Le gusta? ¿Quieres decir que le agrada como le simpatiza Pirata, el perro de ustedes, o le gusta, le gusta?

—Le gusta, le gusta —ella lo miró de reojo—. Tom es apuesto.

—Eso está mal —dijo Benny.

—Ustedes dos se parecen mucho, ¿sabes? —continuó Nix.

—Ya mátenme, por favor —pidió Benny a los cielos.

—¿Por qué no puedes estar cerca de Charlie sin tu mamá o Tom? —preguntó Morgie. Al contrario de Benny, Morgie estaba encaprichado con Nix. Y más que por su nueva figura. De hecho le gustaba. Morgie no había hecho un juramento de nunca salir con amigos, y Benny no podía comprender cómo era capaz de fijarse en Nix sin sentirse raro al respecto.

—Ella dice que él a veces no trata como se debe a las chicas.

—¿Qué se supone que significa eso? —preguntó Benny, con voz más dura de lo que se había propuesto.

Nix lo miró largamente.

—A veces puedes ser muy ingenuo.

—Repito, ¿qué se supone que significa eso?

—Significa que tipos como Charlie parecen creer que cualquier cosa en la que ponen las manos les pertenece. Mi mamá tiene miedo de quedarse sola con cualquiera de ellos, y yo tampoco querría encontrármelos en un callejón oscuro.

—Estás loca.

—Tú no eres una chica —dijo Nix—. O déjame decírtelo de otro modo: eres un chico, así que probablemente eres incapaz de entenderlo.

—Yo entiendo —dijo Morgie, pero Nix y Benny lo ignoraron.

—¿Tu mamá sólo habla por hablar, o algo pasó en realidad? —preguntó Benny. Su voz estaba cargada de escepticismo, y Nix simplemente sacudió la cabeza y apartó la mirada. Se quedó viendo hacia la remota línea de la cerca.

—Bueno, pues yo creo que Charlie y ellos son realmente geniales —dijo Benny.

El momento se alargó mucho más de lo debido y ya no podía sostener la conversación, al menos no sobre aquel tema, así que lo dejaron ir y no dijeron más. Después llegó una brisa fresca, y los tres se tendieron de espaldas y cerraron los ojos. La brisa se llevó la tensión, como finos granos de arena.

Sin mirar a Benny, Nix habló:

—¿Ya encontraste trabajo?

—No.

Él le contó de todos los trabajos que había solicitado.

Nix y Morgie no cumplían aún los quince años. Odiaban la idea de buscar trabajo casi tanto como Benny odiaba el proceso de encontrar uno, pero al menos les quedaban un par de meses de vagancia.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Nix, incorporándose apoyada en sus codos. La luz del sol en el agua se reflejaba como hebras de oro en sus ojos verdes, y cuando Benny se encontró pensando en eso, se obligó a apartar la mirada.

—No sé.

—¿Por qué no le pides trabajo a tu hermano?

—Preferiría que me ataran encima de un hormiguero.

—¿Qué se traen ustedes dos?

—¿Por qué todo el mundo me pregunta eso? —estalló Benny—. Tom es un perdedor, ¿sí? Va por ahí como si fuera el Más Poderoso, pero yo sé qué es en realidad.

—¿Qué? —preguntó Morgie.

Benny casi lo dijo, casi llamó a su hermano un cobarde delante de sus amigos. Pero aquella era una línea que nunca había cruzado. En cierto sentido, pensaba que si llamaba cobarde a Tom podría hacer que la gente se preguntara si él lo era también. Sólo eran medio hermanos, pero igual tenían parentesco, y Benny no sabía si la cobardía era algo que se pudiera transmitir por la sangre.

—Ya olvídalo —fue todo lo que dijo. Se puso en pie y comenzó a buscar por la ribera piedras que arrojar. Encontró algunas, pero ninguna era lo bastante plana para rebotar, así que las echó todas lejos, a la corriente. Morgie escuchó el ruido, se incorporó y se le unió.

Nix abrió su libreta y escribió por un rato. Benny hizo grandes esfuerzos para no mirarla. En general tuvo éxito, pero le costó trabajo.

—Bueno —dijo Nix algún tiempo más tarde—, ya casi se acaba el verano, y si no consigues un trabajo para cuando empiece la escuela, van a cortar…

—Mis raciones —ladró él—. Ya sé, ya sé. Diablos.

Nix se quedó callada. Morgie fingió patearle el pie, pero ella le devolvió la patada con fuerza y empezaron a discutir a gritos. Benny, enojado con ellos y con todo, se levantó y se marchó, con las manos en los bolsillos y los hombros encorvados bajo el calor de agosto.

Ruina y putrefacción

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