Читать книгу Ruina y putrefacción - Jonathan Maberry - Страница 14
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Cuando el primer estruendo reverberó en el aire, Benny se agachó, pero Tom se quedó erguido y miró a lo lejos hacia el noreste. Cuando Tom escuchó el segundo disparo, giró la cabeza ligeramente más hacia el norte.
—Pistolas —dijo—. Alto calibre. A cinco kilómetros.
Benny miró hacia él por entre sus brazos, que había colocado sobre su cabeza.
—Las balas pueden viajar cinco kilómetros, ¿no?
—Habitualmente no —dijo Tom—. Incluso así, no nos están disparando a nosotros.
Benny se irguió con cautela.
—¿Lo sabes? ¿Cómo?
—Ecos —dijo Tom—. Esas balas no llegaron lejos. Su objetivo está cerca, y lo encuentra.
—Vaya… es genial que sepas eso. Un poco raro, pero genial.
—Sí, todo esto se trata de mostrarte lo genial que puedo ser.
—Oh, sarcasmo —dijo Benny con sequedad—. Entiendo.
—Calla —replicó Tom con una sonrisa.
—No, cállate tú.
Se sonrieron el uno al otro por primera vez en todo el día.
—Vamos —dijo Tom—. Veamos a qué le están disparando —y echó a andar en dirección de los ecos de los tiros.
Benny permaneció en pie, observándolo, por un momento.
—Espera… ¿Vamos a ir hacia los disparos? —sacudió la cabeza y lo siguió tan rápido como pudo.
Tom aceleró el paso, y Benny con el estómago lleno de frijoles y odiosa carne seca, mantuvo el ritmo. Siguieron un arroyo hasta las tierras bajas, pero Benny notó que Tom nunca se acercaba a menos de mil metros del agua del arroyo Coldwater. Le preguntó a Tom al respecto.
Tom le contestó con otra pregunta:
—¿Puedes oír el agua?
Benny se esforzó por escuchar.
—No.
—Ahí está tu respuesta. El agua que fluye es un ruido constante. Enmascara otros sonidos, lo que significa que no es segura a menos que estés viajando en una canoa rápida, y esta agua no es lo bastante profunda para eso. Sólo nos acercaremos para cruzarla o para llenar nuestras cantimploras. De lo contrario, mantenernos lejos es lo mejor. Siempre recuerda que si podemos oír algo, ese algo probablemente puede oírnos a nosotros. Y si no podemos oír algo, ese algo igual puede oírnos a nosotros, y no lo sabremos sino hasta que sea demasiado tarde.
Sin embargo, mientras seguían los ecos de los disparos, su camino se fue desviando hacia la corriente. Tom se detuvo por un momento y luego sacudió la cabeza con desaprobación.
—Poco inteligente —dijo, pero no explicó su comentario. Siguieron su carrera.
Mientras se movían, Benny practicaba hacerlo en silencio. Era más difícil de lo que había pensado, y por un momento sonó —para sus oídos— como si estuviera haciendo un terrible escándalo. Las ramas se rompían bajo sus pies produciendo un estruendo de cohetes, su aliento resonó como el de un dragón, el roce de las perneras de sus pantalones parecía el ruido de una sierra. Tom le dijo que se concentrara en silenciar una cosa a la vez.
—No trates de aprender demasiadas habilidades al mismo tiempo. Elige una y concéntrate. Una vez que la hayas dominado, sigue con otra.
Para cuando estuvieron cerca de donde pensaban que se habían hecho los disparos, Benny se movía más silenciosamente y notó que disfrutaba el desafío. Era como jugar al escondite con Chong y Morgie.
Tom se detuvo e inclinó su cabeza para escuchar. Cruzó un dedo sobre sus labios e hizo un gesto para indicar a Benny que se mantuviera quieto. Estaban en un campo de hierba alta, que conducía a un denso bosque de abedules. De más allá de los árboles pudieron escuchar el sonido de hombres riendo y gritando, y ocasionalmente el tronar hueco de un disparo de pistola.
—Quédate aquí —murmuró Tom, y se movió tan rápida y silenciosamente como una brisa repentina, desvaneciéndose entre la alta hierba. Benny le perdió la pista casi de inmediato. Más disparos resonaron en el aire seco.
Pasó un minuto entero, y Benny sintió una abrasadora presión en el pecho: estaba conteniendo la respiración. Exhaló y volvió a inhalar.
¿Dónde estaba Tom?
Otro minuto. Más risas y gritos. Unos pocos disparos, dispersos. Un tercer minuto. Un cuarto.
Entonces algo grande y oscuro se movió rápidamente hacia él por entre la alta hierba.
—¡Tom! —Benny casi gritó el nombre, pero Tom lo hizo callar. Su hermano se acercó y se inclinó para murmurar.
—Benny, escúchame. Del otro lado de esos árboles hay algo que necesitas ver.
—¿Qué es?
—Mercenarios. Tres de ellos. Los he visto antes, pero nunca tan cerca del pueblo. Quiero que vengas conmigo. Muy silenciosamente. Quiero que veas, pero no digas ni hagas nada.
—Pero…
—Esto va a ser feo. ¿Estás listo?
—Yo…
—¿Sí o no? Podemos ir al noreste y continuar nuestro camino. O regresar a casa.
Benny negó con la cabeza.
—No… Estoy listo.
Tom sonrió y le apretó el brazo.
—Si las cosas se ponen serias, quiero que corras y te escondas. ¿Entendido?
—Sí —dijo Benny, pero sus palabras fueron como una espina atorada en su garganta. Correr y esconderse. ¿Era la única estrategia que Tom conocía?
—¿Lo prometes?
—Lo prometo.
—Bien. Ahora, sígueme. Cuando me mueva, tú te mueves. Cuando me detenga, te detienes. Pisa sólo donde pise yo. ¿De acuerdo? Bien.
Tom lo guio a través de la hierba alta, moviéndose despacio, cambiando de posición a tiempo con las fluctuaciones del viento. Cuando Benny lo notó, encontró más sencillo igualar los movimientos de su hermano, paso a paso. Se adentraron entre los árboles, y Benny pudo escuchar más fácilmente la risa de los tres hombres. Sonaban alcoholizados. Luego escuchó el relinchar de un caballo.
¿Un caballo?
Los árboles se espaciaban, y Tom se acuclilló y tiró de Benny hacia abajo. La escena ante ellos era propia de una pesadilla. Incluso mientras observaba, una parte de la mente de Benny le murmuraba que nunca iba a olvidar lo que estaba viendo. Pudo sentir cada detalle grabándose a fuego en su cerebro.
Más allá de los árboles había un claro bordeado en dos extremos por las curvas de un torrente de agua profunda. Éste desaparecía alrededor de un acantilado de piedra arenisca que se elevaba diez metros por encima de las copas de los árboles y reaparecía en el lado opuesto del claro. Sólo un estrecho sendero de tierra llevaba a los árboles donde los hermanos Imura se agachaban sobre la extensión de tierra enmarcada por la corriente y el acantilado. Era un claro natural que le daba a los hombres una buena vista de quien se acercara por cualquier lado. Una carreta con dos grandes caballos descansaba bajo la sombra de los abedules. En la parte trasera de la carreta había una alta pila de zombis que se revolvían y se retorcían en un esfuerzo inútil por huir o atacar. Inútil, porque junto a la carreta había un gran montón de brazos y piernas cortados. Los zombis en la carreta habían sido desmembrados.
Otra docena de zombis estaban junto a la pared de arenisca del acantilado, y cada vez que alguno se dirigía hacia uno de los hombres, era rechazado con una fuerte patada. A Benny le quedó claro que dos de los hombres dominaban alguna clase de arte marcial, porque lanzaban elaboradas patadas con saltos y vueltas. Cuanto más dinámica era la patada, más reían y aplaudían los otros. A medida que Benny escuchaba, entendió que cuando uno se acercaba a enfrentar a un zombi, los otros dos hombres decían el nombre de una patada. Los hombres gritaban apuestas unos a otros y luego evaluaban la ejecución otorgando puntos. Los dos pateadores se turnaban mientras que el tercero llevaba la puntuación dibujando los números en la tierra con una vara.
Los zombis tenían pocas posibilidades de concretar un ataque. Estaban congregados en una sección estrecha y rodeada por completo de agua del claro. Peor que eso, todos y cada uno de ellos estaban ciegos. Sus órbitas eran masas chorreantes de carne desgarrada y sangre casi incolora. Benny miró a los zombis en la carreta y vio que todos ellos estaban ciegos también.
Sintió náuseas, pero apretó su mano sobre su boca para enmudecer el sonido.
Los zombis que estaban en pie eran todos masas golpeadas, apenas capaces de mantenerse erguidas, y estaba claro que el juego había estado en marcha por un buen rato. Benny sabía que los zombis estaban ya muertos, que no podían sentir dolor ni padecer humillación, pero lo que veía dejó una marca en su alma.
—¡Ése ya está muy dañado! —gritó un hombre de piel oscura con un parche sobre un ojo—. Hay que subirlo.
El hombre que aparentemente no sabía dar patadas vistosas levantó una espada con una hoja pesada y curva. Benny había visto imágenes de una espada así en el libro Las mil y una noches. Una cimitarra.
—Bien —dijo el espadachín—, ¿cuáles son los números?
—Denny hizo el suyo con cuatro cortes en tres punto un segundos —dijo Parche.
—Oh, demonios… Lo venceré. Toma el tiempo.
Parche sacó un cronómetro de su bolsillo.
—En sus marcas… listos… ¡fuera!
El espadachín corrió hacia el zombi más cercano, un adolescente que parecía haber tenido la edad de Benny en el momento de su muerte. La hoja se movió hacia arriba trazando una línea destellante que cortó el brazo derecho del zombi a la altura del hombro, y luego desvió su trayectoria y cortó el otro brazo. De inmediato, el hombre cambió de posición y lanzó un mandoble lateral que cercenó ambas piernas, a centímetros de la ingle. El zombi cayó al suelo y una pierna, de modo improbable, se quedó erguida.
Los tres hombres se echaron a reír.
—¡Tiempo! —gritó Parche, y leyó el cronómetro—. Carajo, Stosh. ¡Dos punto nueve segundos!
—¡Y tres cortes! —gritó Stosh—. ¡Lo hice en tres cortes!
Aullaron de risa, y el tercer hombre, Denny, se agachó, rodeó con sus brazos fuertes el torso sin miembros del zombi, lo levantó con un gruñido y lo llevó a la carreta. Parche le aventó los miembros —uno, dos, tres, cuatro— y Denny los fue añadiendo a la pila.
El juego de patadas empezó otra vez. Stosh sacó una pistola y disparó en el pecho a uno de los zombis que quedaban. La bala no le hizo daño, pero la criatura se giró en dirección del impacto y comenzó a caminar hacia allá. Denny gritó:
—¡Patada hacia atrás con salto y giro!
Y Parche saltó, giró en el aire y dio una patada salvaje al vientre del zombi, derrumbándolo hacia atrás, a donde estaban los otros. Todos cayeron, y los hombres rieron y se pasaron una botella mientras los zombis volvían a incorporarse torpemente.
Tom se inclinó para acercarse a Benny y murmuró:
—Es hora de irnos.
Empezó a alejarse, pero Benny lo alcanzó y lo tomó por la manga.
—¿Qué diablos estás haciendo? ¿A dónde vas?
—Lejos de esos payasos —dijo Tom.
—¡Tienes que hacer algo!
Tom lo encaró.
—¿Qué esperas que haga?
—¡Detenerlos! —dijo Benny en un susurro urgente.
—¿Por qué?
—Porque son… porque… —tartamudeó Benny.
—¿Quieres que salve a unos zombis, Benny? ¿Es eso?
Benny, atrapado en el fuego de su propia frustración, lo miró con rabia.
—Son cazarrecompensas, Benny —dijo Tom—. Les dan un pago por cada zombi que matan. ¿Quieres saber por qué no sólo les cortan la cabeza? Porque tienen que probar que fueron ellos quienes mataron a los zombis, y que no sólo recogieron cabezas de zombis que alguien más mató. Así que llevan los torsos de regreso al pueblo y los matan delante de un juez de recompensas, que les paga media ración diaria por cada muerte. Parece que tienen suficiente para conseguir casi cinco raciones diarias completas para cada uno.
—No te creo.
—Baja la voz —siseó Tom—. Y sí, sí me crees. Lo veo en tus ojos. El juego que estos tipos practican… es feo, ¿verdad? Te hizo enojar tanto que querías que yo fuera con ellos e hiciera algo. ¿No es así?
Benny enmudeció. Sus puños estaban apretados como dos nudos en sus costados.
—Pues bien, con todo lo malo que es esto… he visto cosas peores. Muchísimo peores. Por ejemplo, peleas donde ponen a un chico, tal vez alguien de tu edad, en un agujero excavado en el suelo, y luego echan a un zom. Si el chico tiene suerte, tal vez le darán un cuchillo o una estaca afilada o un bate de beisbol. A veces el chico gana, a veces no, pero los corredores de apuestas ya hicieron su fortuna. ¿Y de dónde salen los chicos? Ellos mismos se ofrecen a participar.
—Eso es una mi…
—No, no lo es. Si yo no hubiera estado presente, si tú hubieras vivido con la tía Cathy cuando ella se enfermó de cáncer, ¿qué hubieras hecho? ¿Cuánto hubieras arriesgado para asegurarte de que ella tuviera suficiente comida y servicio médico?
Benny sacudió la cabeza, pero la cara de Tom era de piedra.
—¿Me vas a decir que no intentarías ganarte tal vez un mes de raciones, o una caja llena de medicamentos, por noventa segundos en una pelea con un zom?
—Eso no pasa.
—¿No?
—Nunca he oído algo semejante.
Tom rio.
—Si hicieras algo así… ¿se lo dirías a alguien? ¿Se lo dirías siquiera a Chong y Morgie?
Benny no respondió. Tom señaló a los mercenarios.
—Puedo ir allá y tal vez detener a esos tipos. Tal vez incluso hacerlo sin matarlos y sin que me maten, pero ¿de qué serviría? ¿Crees que son los únicos que hacen este tipo de cosas? Ésta es la gran Ruina y Putrefacción, Benny. Desde la Primera Noche, aquí no hay ley. Lo que la gente hace aquí es matar zoms.
—¡Eso no es matarlos! Es enfermizo…
—Sí, lo es —dijo Tom suavemente—. Lo es, y no puedo decirte lo aliviado y feliz que me siento de escuchar tus palabras. De saber que lo crees.
Hubo más disparos y risas. Y otro disparo.
—Puedo detenerlos si quieres que lo haga. Pero eso no evitará lo que está pasando aquí.
Las lágrimas ardían en los ojos de Benny, y golpeó a Tom con fuerza en el pecho.
—¡Pero tú haces estas cosas! Tú matas zombis.
Tom sujetó a Benny y lo atrajo hacia él. Benny se resistió, pero Tom apretó a su hermano contra su pecho y lo retuvo ahí.
—No. Vamos… Te enseñaré lo que yo hago.
Soltó a Benny, puso una mano con suavidad en la espalda de su hermano, y lo guio de regreso a través de los árboles hacia la hierba alta.