Читать книгу Ruina y putrefacción - Jonathan Maberry - Страница 15
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No hablaron durante varios kilómetros. Benny no dejaba de mirar hacia atrás, pero ni siquiera él sabía si estaba verificando que no los siguieran o mirando con remordimiento porque no habían hecho algo al respecto. Su mandíbula dolía de tanto apretarla.
Llegaron a la cima de la colina que separaba el campo de hierba alta de una ladera que hacía una curva alrededor del pie de una enorme montaña. Había allí una carretera, una ruta asfaltada de dos carriles y cubierta de hierbajos. El camino se separaba hacia una cadena montañosa que se veía a la distancia y se desvanecía entre espejismos de calor hacia el sureste. Había huesos viejos entre las hierbas, y Benny no dejaba de detenerse para mirarlos.
—Ya no quiero hacer esto —dijo Benny.
Tom siguió caminando.
—No quiero hacer lo que tú haces. No quiero hacerlo si significa hacer… ese tipo de cosas.
—Ya te lo dije. Yo no hago ese tipo de cosas.
—Pero las tienes cerca. Las ves. Es parte de tu vida —Benny pateó una roca y la hizo saltar de la carretera y caer en la hierba. Unos cuervos graznaron mientras echaban a volar, dejando atrás los restos del conejo que habían estado devorando.
Tom se detuvo y miró atrás.
—Si regresamos ahora, sólo sabrás parte de la verdad.
—No me importa la verdad.
—Ya es demasiado tarde para eso, Benny. Ya has visto una parte. Si no ves el resto, vas a quedar…
—¿Quedarme cómo? ¿Desequilibrado? Te puedes meter esas porquerías zen por el…
—Esa boca.
Benny se inclinó y levantó un largo hueso, blanco y pulido por los carroñeros y el clima. Lo arrojó a Tom, que dio un paso a un lado para evitarlo.
—¡Vete al carajo tú y tu verdad y todo esto! —gritó Benny—. Tú eres como esos tipos de allá atrás! ¡Vienes y te haces el noble y sabio y toda esa mierda, pero no eres diferente. ¡Eres un asesino! ¡Todos en el pueblo lo dicen!
Tom se acercó a él, lo tomó por la camiseta y lo obligó a levantarse.
—¡Calla! —dijo con un rugido—. ¡Calla la maldita boca!
Benny se quedó en silencio, consternado.
—Tú no sabes quién soy —Tom sacudió a Benny con tanta dureza que hizo entrechocar sus dientes—. No sabes lo que he hecho. Ignoras las cosas que he tenido que hacer para mantenerte a salvo. Para mantenernos a salvo. No sabes lo que yo…
Se interrumpió y empujó a Benny lejos de sí. Benny se tambaleó hacia atrás y cayó con fuerza sobre su trasero, con las piernas abiertas entre los hierbajos y los huesos viejos. Con los ojos muy abiertos por la conmoción, vio a Tom erguido ante él, con diferentes expresiones peleando en su cara. Ira, consternación ante sus propias acciones, terrible frustración. Incluso amor.
—Benny…
Benny se levantó y sacudió el polvo de sus pantalones. Una vez más miró hacia atrás a la dirección de la que habían venido y se puso en pie frente a Tom, mirando a su hermano mayor con una expresión que era a la vez indecisa y conflictuada.
—Lo siento —dijeron ambos.
Se miraron el uno al otro.
Benny sonrió.
La sonrisa de Tom tardó más en formarse.
—Eres un completo dolor en el trasero, hermanito.
—Tú eres un tarado de clase mundial.
La brisa cálida sopló a su lado.
—Si quieres regresar —dijo Tom—, regresamos.
Benny sacudió la cabeza.
—No.
—¿Por qué no?
—¿Debo tener una respuesta?
—¿Ahora mismo? No. ¿Con el tiempo? Probablemente.
—Sí —dijo Benny—. Está bien, creo. Sólo quiero una cosa. Sé que ya la dijiste, pero realmente necesito saber. De verdad, Tom.
Tom asintió.
—Tú no eres como ellos, ¿verdad? Júralo, o algo así —sacó su billetera y sostuvo en alto la fotografía—. Júralo por mamá y papá.
Tom asintió.
—Lo juro, Benny.
—Por mamá y papá.
—Por mamá y papá —Tom tocó la foto y asintió.
—Bien —dijo Benny—. Entonces, vamos.
La tarde pasó, ardiente, y ambos siguieron por la carretera de dos carriles alrededor del pie de la montaña. Ninguno habló durante cerca de una hora y entonces Tom dijo:
—Esto que estamos haciendo no es sólo una caminata, niño. Vengo a hacer un trabajo.
Benny le echó una mirada.
—¿Vas a matar un zom?
Tom encogió los hombros.
—No es la forma en la que yo lo diría, pero… Sí, eso es.
Caminaron otro kilómetro.
—¿Cómo funciona eso? Quiero decir, lo del… trabajo.
—Viste parte de eso cuando hiciste tu solicitud con el artista de erosión —dijo Tom. Metió la mano en el bolsillo de su chamarra y sacó un sobre, lo abrió, y extrajo un trozo de papel que desdobló y tendió frente a Benny. Había una pequeña foto a color fijada con un sujetapapeles a una esquina que mostraba a un hombre sonriente de unos treinta años, con cabello color arena y una barba rala. El papel al que estaba fijada la foto era un gran retrato del mismo hombre, como podría ser ahora en su etapa zombi. El nombre “Harold” estaba escrito a mano en otra esquina.
—Es por esto que los retratos de erosión son tan útiles. La gente manda hacer retratos de esposas, esposos, hijos… cualquier ser querido que hayan perdido. Algunas veces pueden recordar incluso lo que una persona vestía en la Primera Noche, y eso lo facilita porque, como dije, los muertos rara vez se alejan demasiado de donde vivieron. O trabajaron. Gente como yo los encuentra.
—¿Y los mata?
Tom respondió encogiendo los hombros. Pasaron una curva en la carretera y vieron las primeras casas de un pequeño pueblo construido en la ladera de la montaña. Incluso desde unos cuatrocientos metros, Benny pudo ver zombis de pie en los jardines o las aceras. Uno estaba erguido a mitad de la carretera con su cara inclinada hacia el sol.
No se movía.
Tom dobló el retrato de erosión y lo puso en su bolsillo, y luego sacó el frasco de cadaverina y roció un poco sobre sus vestiduras. Se lo tendió a Benny. Luego puso un poco de gel de menta sobre su labio superior y le pasó el frasco a su hermano.
—¿Listo?
—Ni remotamente.
Tom aflojó su espada dentro de la funda y encabezó la marcha. Benny sacudió la cabeza, inseguro de cómo, exactamente, el día lo había dirigido a este momento, y lo siguió.