Читать книгу Ruina y putrefacción - Jonathan Maberry - Страница 11
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Dos veces más, Tom sacó a Benny del sendero de modo que pudieran rodear a grupos de zombis vagabundos. Luego de la segunda vez, cuando ya estaban lejos del alcance olfatorio de las criaturas, Benny tomó del brazo a Tom y le exigió:
—¿Por qué no simplemente les disparas?
Tom se soltó con gentileza. Sacudió la cabeza y no respondió.
—¿Qué, les temes? —gritó Benny.
—Baja la voz.
—¿Por qué? ¿Tienes miedo de que un zombi te siga? ¡El gran y valiente exterminador de zoms que teme matar un zombi!
—Benny —habló Tom con paciencia—, a veces dices cosas verdaderamente estúpidas.
—Como sea —dijo Benny, y lo empujó para seguir adelante.
—¿Sabes adónde vas? —continuó Tom cuando Benny estaba a una docena de pasos de él.
—Por aquí.
—Pues yo no —dijo Tom, y empezó a trepar por la ladera de una colina que se elevaba suavemente al lado izquierdo del sendero. Benny se quedó en pie, rabiando en medio del sendero, por un minuto completo. Estuvo murmurando las palabras más ofensivas que conocía mientras ascendía la colina detrás de Tom.
Había un sendero más estrecho en la cima y lo siguieron en silencio. Para las diez de la mañana habían llegado a una serie de colinas más empinadas y valles bajo la sombra de robles enormes, de frías hojas verdes. Tom advirtió a Benny que guardara silencio mientras subían a la cima de una cresta desde la que se veía un pequeño camino rural. En una curva del camino había una pequeña cabaña con un jardín cercado y un olmo tan retorcido y antiguo que parecía que el mundo hubiera crecido a su alrededor. Dos figuras estaban erguidas en el jardín, pero eran demasiado pequeñas para reconocerlas. Tom se puso boca abajo en la cima de la cresta e indicó a Benny que se le uniera.
Tom sacó sus binoculares de un bolsillo en su cinturón y estudió las figuras por un largo minuto.
—¿Qué crees que sean? —le tendió los binoculares a su hermano, quien se los arrebató con más fuerza de la necesaria. Benny miró a través de las lentes en la dirección que Tom le señalaba.
—Son zoms —dijo Benny.
—No me digas, genio. ¿Pero qué son?
—Gente muerta.
—Ah.
—¿Ah… qué?
—Tú lo dijiste. Son gente muerta. Alguna vez fueron gente viva.
—¿Y eso qué? Todo el mundo muere.
—Es verdad —admitió Tom—. ¿Cuánta gente muerta has visto?
—¿Qué clase de muertos? ¿Vivientes, como esos, o muertos muertos, como la tía Cathy?
—De los que sea. De ambos.
—No sé. Los zombis en la cerca… y un par de personas en el pueblo, supongo. La tía Cathy fue la primera persona a la que conocí que murió. Tenía como seis años cuando falleció. Recuerdo el funeral y todo —Benny seguía mirando a los zombis. Uno era un hombre alto, el otro una mujer joven o una adolescente—. Y… El papá de Morgie Mitchell murió después de que colapsó aquel andamio. También fui a su funeral.
—¿Viste que los aquietaran?
Aquietar era el término aceptable para el acto necesario de insertar una púa de metal, llamada astilla, en la base del cráneo para cortar el tallo cerebral. Desde la Primera Noche, todo aquel que moría revivía como zombi. Las mordidas también lo causaban, pero en realidad cualquier persona recientemente fallecida resucitaba. Cada adulto en el pueblo llevaba una astilla, aunque Benny nunca había visto que las usaran.
—No —dijo—. No me dejaste quedarme en el cuarto cuando murió la tía Cathy. Y yo no estaba ahí cuando murió el papá de Morgie. Sólo fui al funeral.
—¿Cómo fueron los funerales? Es decir, para ti.
—No sé. Como rápidos. Como tristes. Y luego cada uno fue a una recepción en casa de alguien y comió mucha comida. La mamá de Morgie se empedó…
—Esa boca.
—La mamá de Morgie se embriagó —dijo Benny de una forma que sugería que el hecho de que le corrigieran el lenguaje era tan difícil como sacarle los dientes—. El tío de Morgie se sentó en la esquina entonando canciones irlandesas y llorando con los tipos de la granja.
—Eso fue hace un año, año y medio, ¿no? Durante la primera siembra de la primavera.
—Sí. Estaban construyendo un silo de maíz, y el señor Mitchell estaba usando una polea para subir herramientas al grupo que trabajaba en el techo del silo. Uno de los tubos del andamio se rompió, y un montón de cosas le cayeron encima.
—Fue un accidente.
—Pues, sí. Claro.
—¿Cómo lo tomó Morgie?
—¿Cómo crees que lo tomó? Estaba jo… digo, estaba fastidiado —Benny le devolvió los binoculares—. Todavía anda un poco fastidiado.
—¿En qué sentido se fastidió?
—No sé. Extraña a su papá. Solían pasar mucho tiempo juntos. El señor Mitchell era bastante genial, creo.
—¿Tú extrañas a la tía Cathy?
—Claro, pero yo era chico. No la recuerdo tanto. Me acuerdo de que sonreía mucho. Que era bonita. Recuerdo que ella me llevaba helado de la tienda cuando trabajaba. Media ración extra.
Tom asintió.
—¿Recuerdas cómo era?
—Como mamá —dijo Benny—. Se parecía mucho a mamá.
—Eras demasiado pequeño para recordar a mamá.
—La recuerdo —dijo Benny con enojo en su voz. Sacó su billetera y le enseñó a Tom la imagen detrás de la cubierta de plástico—. Tal vez no la recuerde realmente bien, pero pienso en ella. Todo el tiempo. Y en papá. Incluso puedo recordar lo que ella llevaba puesto en la Primera Noche. Un vestido blanco con mangas rojas. Recuerdo las mangas.
Tom cerró los ojos y suspiró, y sus labios se movieron. Benny pensó que repetía las palabras “mangas rojas”. Tom abrió los ojos.
—No sabía que llevabas eso —su sonrisa era amplia y triste—. Recuerdo a mamá. Ella fue más una madre para mí de lo que mi propia madre lo fue jamás. Estaba muy feliz cuando papá se casó con ella. Puedo recordar cada línea de su cara. El color de su pelo. Su sonrisa. Cathy era un año menor, pero podrían haber sido gemelas.
Benny se sentó y abrazó sus rodillas. Su cerebro se sentía retorcido. Había muchísimas emociones injertadas en recuerdos, viejos y nuevos. Miró a su hermano.
—Tú eras mayor de lo que soy ahora cuando, ya sabes, pasó.
—Cumplí veinte años pocos días antes de la Primera Noche. Estaba en la academia de policía. Papá se casó con tu mamá cuando yo tenía dieciséis.
—Te tocó conocerlos. Yo nunca lo hice. Desearía…
—Yo también, niño.
Se quedaron sentados, a la sombra de sus recuerdos.
—Dime algo, Benny —dijo Tom—. ¿Qué hubieras hecho si uno de tus amigos, digamos Chong o Morgie, hubiera ido al funeral de la tía Cathy y se hubiera orinado en el ataúd?
Benny se quedó tan sorprendido por la pregunta que su respuesta fue espontánea:
—Los hubiera golpeado. Los hubiera molido a palos.
Tom asintió. Benny se quedó mirándolo.
—¿Pero qué clase de pregunta es ésa?
—Dame gusto. ¿Por qué te hubieras enojado con tus amigos?
—Porque ellos habrían ofendido a la tía Cathy.
—Pero ella está muerta.
—¿Qué diablos importa? ¿Orinarse en su ataúd? Les hubiera pateado el trasero.
—¿Pero por qué? A la tía Cathy ya no podía importarle.
—¡Pero era su funeral! Tal vez ella estaba, no sé, todavía ahí de algún modo. Como siempre dice el pastor Kellogg.
—¿Qué dice?
—Que los espíritus de quienes amamos siempre están con nosotros.
—Okey. ¿Y si tú no creyeras eso? ¿Qué pasaría si tu querida tía Cathy sólo fuera un cuerpo en una caja? ¿Y tus amigos se orinaran en ella?
—¿Qué crees? —restalló Benny—. Igual les patearía el trasero.
—Te creo. Pero ¿por qué?
—Porque —empezó Benny, pero luego dudó, inseguro de cómo expresar lo que estaba sintiendo—. Porque la tía Cathy era mi tía, ¿entiendes? Mi familia. Ellos no tendrían derecho de faltarle al respeto a mi familia.
—No más del que tú tendrías de ir a defecar en la tumba del padre de Morgie Mitchell. O sacarlo de su ataúd y ponerle basura entre los huesos. ¿Harías algo así?
Benny estaba consternado.
—¿Estás enfermo? ¿De dónde sacas estas estupideces? ¡Claro que no haría nada enfermo como eso! Por Dios, ¿quién crees que soy?
—Shhh… baja la voz —le advirtió Tom—. Entonces… no le faltarías el respeto al papá de Morgie, ni vivo ni muerto.
—No, carajo.
—Esa boca.
Benny lo dijo más despacio y con mayor énfasis.
—Que no. Ca. Ra. Jo.
—Me alegra escucharlo —Tom sacó los binoculares—. Echa un vistazo a las dos personas muertas allá abajo. Dime lo que ves.
—¿Estamos de vuelta en el negocio entonces? —Benny lo miró con curiosidad—. Eres muy raro.
—Sólo mira.
Benny suspiró y tomó los binoculares de la mano de Tom, los puso delante de los ojos, miró. Suspiró.
—Sí, dos zoms. Los mismos dos zoms.
—Sé específico.
—Bien, bien. Dos zoms. Un hombre, una mujer. Parados en el mismo lugar que antes. Bostezo.
—Esa gente muerta… —dijo Tom.
—¿Qué tienen?
—Eran la familia de alguien —dijo Tom suavemente—. El hombre se ve lo bastante mayor para haber sido un abuelo. Tenía una familia, amigos. Un nombre. Era alguien.
Benny bajó los binoculares y empezó a hablar.
—No —dijo Tom—. Sigue mirando. Mira a la mujer. Ella tendría, ¿cuántos? Dieciocho años cuando murió. Pudo haber sido bonita. Los harapos que lleva pudieron haber sido un uniforme de mesera. Quizá trabajaba en un merendero al lado de la tía Cathy. Tenía gente en casa que la quería…
—Vamos, no…
—Gente que se preocupaba de que ella llegara tarde a casa. Gente que quería verla crecer feliz. Una madre y un padre. Quizás hermanos y hermanas. Abuelos. Familia que quería para ella una vida por delante. Aquel viejo podría haber sido su abuelo.
—Pero es uno de ellos. Está muerta —dijo Benny a la defensiva.
—Claro. Casi todos los que han vivido están muertos. Más de seis mil millones de personas están muertas. Y hasta la última de ellas tuvo una familia. Hasta la última de ellas fue el ser querido de alguien alguna vez. En algún momento hubo alguien como tú que hubiera pateado el trasero de quien fuera, desconocido o mejor amigo, que le hiciera daño o le faltara el respeto a aquella chica. O al viejo.
Benny sacudía la cabeza.
—No, no, no. No es lo mismo. Ésos son zoms. Matan gente. Comen gente.
—Una vez fueron gente.
—¡Pero se murieron!
—Claro. Igual que la tía Cathy y el señor Mitchell.
—No… A la tía Cathy le dio cáncer. El señor Mitchell murió en un accidente.
—Sí, pero si alguien en el pueblo no los hubiera aquietado, también se hubieran convertido en muertos vivientes. No finjas que no lo sabes. No finjas que no has pensado en que eso le pasó a la tía Cathy —giró la cabeza hacia el valle—. Esos dos allá abajo enfermaron.
Benny enmudeció. Había aprendido algo en la escuela, aunque nadie sabía con seguridad qué había sucedido realmente. Algunas fuentes decían que era un virus que había mutado por la radiación de una sonda espacial recobrada. Otras afirmaban que era un nuevo tipo de gripe proveniente de China. Chong creía que era algo que se había salido de un laboratorio en alguna parte. Lo único en lo que todos estaban de acuerdo era en que se trataba de una enfermedad.
—Aquel tipo allá abajo era probablemente un granjero —dijo Tom—. La chica, una mesera. Estoy bastante seguro de que ninguno de los dos estaba involucrado en el programa espacial. Ni trabajó en algún laboratorio de investigación. Lo que les pasó fue un accidente, Benny. Enfermaron y murieron.
Benny guardó otra vez silencio.
—¿Cómo crees que mamá y papá murieron?
No hubo respuesta.
—¿Benny? ¿Cómo crees que fue?
—Murieron en la Primera Noche —dijo Benny con irritación.
—Así fue. Pero ¿cómo?
Benny nada dijo.
—¿Cómo?
—¡Tú los dejaste morir! —dijo Benny en un murmullo salvaje. Papá enfermó y… y… y mamá trató de… y tú… ¡tú sólo te fuiste corriendo!
Tom guardó silencio, pero la tristeza oscureció sus ojos, y sacudió despacio la cabeza.
—Lo recuerdo —gruñó Benny—. Te recuerdo huyendo.
—Tú eras un bebé.
—¡Lo recuerdo!
—Debiste haberme dicho, Benny.
—¿Para qué? ¿Para que inventaras una mentira sobre por qué huiste y dejaste así a mi mamá?
Las palabras mi mamá quedaron en el aire entre los dos. Tom hizo una mueca.
—¿Tú piensas que sólo hui?
—No lo pienso, Tom. Lo sé.
—¿Recuerdas por qué corrí?
—¡Sí, porque eres un maldito cobarde!
—Dios —murmuró Tom. Ajustó la correa que mantenía la espada en su sitio y volvió a suspirar—. Benny, éste no es el lugar ni el momento, pero pronto vamos a tener que hablar en serio acerca de cómo eran las cosas y cómo son ahora.
—Nada puedes decir que vaya a cambiar la verdad.
—No. La verdad es la verdad. Lo que cambia es lo que sabemos acerca de ella y lo que estamos dispuestos a creer.
—Sí, sí, como sea.
—Si alguna vez quieres conocer mi versión de los hechos —dijo Tom—, te la diré. Hay mucho que ignoras, pero eras demasiado joven para contártelo entonces, y tal vez todavía lo eres ahora.
El silencio se extendió entre los dos.
—Por ahora, Benny, quiero que entiendas que cuando mamá y papá murieron fue por lo mismo que mató a aquellos dos allá abajo.
Benny nada agregó.
Tom cortó una hoja de hierba y la puso entre sus dientes.
—Tú no conociste realmente a mamá y papá, pero déjame preguntarte esto: si alguien se orinara en ellos o abusara de ellos, incluso ahora, considerando en lo que debieron haberse convertido durante la Primera Noche, ¿estaría bien para ti?
—Vete al carajo.
—Dime.
—No. No estaría bien con eso. ¿Estás contento?
—¿Por qué no, Benny?
—Porque no.
—¿Por qué no? Sólo son zoms.
Benny se levantó abruptamente y bajó por la colina, alejándose de la granja y de Tom. Se detuvo, mirando hacia el camino por el que habían venido, como si aún pudiera ver la línea de la cerca. Tom esperó largo tiempo antes de incorporarse e ir con él.
—Sé que esto es duro, niño —dijo amablemente—, pero vivimos en un mundo bastante duro. Luchamos por vivir. Siempre estamos en guardia, y debemos endurecernos simplemente para sobrevivir cada día. Y cada noche.
—Te odio.
—Tal vez. Lo dudo, pero eso no importa ahora —hizo un gesto hacia el sendero que llevaba de vuelta a casa—. Todo el mundo al oeste de aquí ha perdido a alguien. Tal vez alguien cercano o un primo remoto. Pero todos han perdido a alguien.
Benny guardó silencio.
—No creo que tú le fueras a faltar al respeto a nadie en nuestro pueblo ni en el oeste entero. Y tampoco creo, no quiero creer, que le faltarías el respeto a las madres y padre, hijos e hijas, hermanos y hermanas que viven aquí en la gran Ruina y Putrefacción.
Puso las manos en los hombros de Benny y lo hizo dar la vuelta. Benny se resistió, pero Tom Imura era fuerte.
—Cada persona muerta aquí afuera merece respeto. Incluso en la muerte. Incluso si les tememos. Incluso si tenemos que matarla. No son “sólo zoms”, Benny. Ése es el resultado de una enfermedad, alguna clase de radiación o algo más que no entendemos. No soy científico, Benny. Sólo soy un hombre ordinario haciendo un trabajo.
—¿Sí? Quieres sonar noble, pero igual los matas —Benny tenía lágrimas en los ojos.
—Sí —dijo Tom suavemente—. Lo hago. He matado cientos de ellos. Si soy listo y cuidadoso, y si tengo suerte, mataré a cientos más.
Benny lo empujó con ambas manos. Lo hizo retroceder solamente medio paso.
—¡No entiendo!
—No, no entiendes. Pero espero que llegues a hacerlo.
—Hablas de respeto por los muertos e igual los matas.
—Esto no se trata de matar. No se trata, ni se debe tratar nunca, de matar.
—¿Entonces qué? —se burló Benny—. ¿El dinero?
—¿Somos ricos?
—No.
—Entonces, obviamente, no se trata del dinero.
—¿Entonces qué?
—Se trata del por qué se mata. Se mata por los vivos… y por los muertos —dijo Tom—. Lo que se busca es un cierre.
Benny sacudió la cabeza.
—Ven conmigo, niño. Es hora de que entiendas cómo funciona el mundo. Es hora de que aprendas cuál es verdaderamente el negocio familiar.