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La chaviza psicomiserable

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Gasolina

Guatemala, 2008

De Julio Hernández Cordón

Con Carlos Dardón, Gabriel Armas, Francisco Jácome

En Gasolina, inventiva y severa ópera prima con presupuesto indigente del autor total guatemalteco-mexicano de 33 años formado en nuestro CCC, Julio Hernández Cordón (cortos previos: Km 31, 2003 y Maleza, 2008; documentales: Sí hubo genocidio, 2005, y Norman, 2005), con bajísimo presupuesto e intérpretes sin mayor experiencia actoral, tres ociosos y malhablados adolescentes clasemedieros de 16 años residentes de una exclusiva colonia cercada de Guatemala capital llamados Gerardo (Carlos Dardón), Raymundo (Gabriel Armas) y Nano (Francisco Jácome) roban gasolina a los autos de los vecinos para deambular sin rumbo en el auto de la madre de uno de ellos (Patricia Orantes) y atravesar la noche, transgrediendo sus límites geográficos y de clase, hasta el atropellamiento accidental de un indígena en la carretera, la quema de su cuerpo, aún resollante, rociado con gasolina, y el distinto amanecer en una playa cercana. La chaviza psicomiserable convierte los enfrentamientos cotidianos en hábito y prácticamente en una religión, sean contra el subnormal que a punta de pistola (pronto descubierta descargada) obligaba a hacer extenuantes lagartijas, contra el guardia salvaje madreador por hacerle rola con sus llaves, contra los resentidos padres siempre amenazantes (“No me obligues”) de cuyo alcance hay que escapar bajo el auto, contra la dionisiaca turbamulta alebrestada y la propia progenitora que rodean bloqueadoras al vehículo, o entre ellos mismos, en la reclamación del embarazo de una hermanita de 14 años. La chaviza psicomiserable incide, hurga y se rebela en contra del limbo naturalista sombrío de esos chavos sin perspectivas ni futuro, a la deriva de largos planos fijos muy abiertos, carentes de música, petrificantes y empequeñecientes de todas las acciones, casi en la oscuridad absoluta (esa escena del aborigen quemado vivo donde apenas se alcanza a distinguir, a distancia noctívaga, que todavía se mueve) y en la verborrea sin concepto ni sentido, incluso en una exasperante lengua indígena que jamás merece subtítulos. La chaviza psicomiserable se agita al interior de un trayecto trabado, una vagancia / errancia motorizada de road picture ociosa-ominosa, un cine-itinerario circular, donde sólo se salva una tía que intenta dar cómicas lecciones de karate defensivo con manual a medianoche. La chaviza psicomiserable admite ¿y exige? una lectura sociopolítica radical referida a un país latinoamericano como Guatemala que, tras una irreconocida guerra civil de 36 años, sólo deja respirar desánimo, apatía y una reprimida violencia interna que parece querer estallar en cualquier instante, porque sólo conoce los ritomalvados juegos pirómanos (con gasolina) arrancados a los rostros conocidos y un simulacro de comunicación que apenas sabe dirigirse a los demás cuerpos bajo una modalidad brutal, en nuestra Era Micrológica (Onfray dixit), constreñida a sucedáneos de la (in)acción permanente contra los microfascismos dominantes (incluyendo los tuyos). Y la chaviza psicomiserable culmina en la reconfirmación del abandono, del aislamiento, la soledad sitiada, la angustia y la asfixia asmática ante el cielo gris de una espectral playa racista, sucia y ajena.

El cine actual, confines temáticos

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