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CAPÍTULO V
Manuel

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Desde el 01 de diciembre de 1828, oportunidad en que fue depuesto como Gobernador de la Provincia de Buenos Aires y, mientras escapa hacia el norte de la misma, el Coronel Dorrego de cuarenta y un años, nacido como Manuel Críspulo Bernabé, cada vez que puede tomarse un resuello, piensa y rememora.

No reniega de haber abrazado la carrera de las armas luego de abandonar sus estudios de jurisprudencia en la Real Universidad de San Felipe de Santiago de Chile. Eran tan incompatibles con su personalidad como el agua y el aceite.

Reflexiona y acepta que su temperamento díscolo y sanguíneo lo perjudicó. Por indisciplinado no participó en la Segunda Campaña al Alto Perú por orden de Belgrano quien posteriormente lamentó no tenerlo a su lado en Vilcapugio y Ayohuma. ¿Podría haber contribuido a cambiar el destino en esas batallas? ¿Quién podía asegurarlo? Le daba mucho crédito el general Belgrano, no era para tanto, piensa.

También fue sancionado por San Martín por faltarle el respeto a Belgrano durante una reunión de Oficiales para unificar las voces de mando. Lamentó haberse burlado de la voz aflautada del General, pero lo hizo y, por esa broma de mal gusto y la actitud inmadura e irrespetuosa que evidenció, tampoco participó de la Tercera Campaña al Alto Perú.

¡Qué noble fue su General Belgrano!, ¡íntegro como pocos!, él mismo lo ascendió a Coronel y hace diecisiete años que ostenta esta jerarquía y, según entiende, el generalato debe obtenerlo en el campo de batalla y no en un escritorio.

Su carácter poco apegado a la disciplina fue directamente proporcional a su aplomo y valentía en el campo de batalla, recuerda sus heridas en la Batalla de Amiraya y su participación en los combates de Sansana y Nazareno y en las batallas de Marmarajá, Guayabos, San Nicolás de los Arroyos, Pavón y Gamonal que, finalmente, fueron esfuerzos estériles para imponer su ideario federal.

Y recuerda también, amargamente, el día que se entrevistó con Pueyrredón y que desembocó en su arresto y posterior destierro. ¡La pucha, que ingrato! Terminar de ese modo por cantarle las cuarenta a quien presume de ser un soldado y por el temor que tiene de que se levante contra su autoridad. El diálogo entre ambos se habría producido, de forma entre altanera e irónica, más ó menos así:

-“La alternativa en que estamos es cruel, Yo declaro, señor, que nunca he de hacer armas contra el gobierno con los soldados que el gobierno a puesto bajo mis órdenes. Pero declaro también que si V.E. insiste en que marche hacia Mendoza, puede nombrar desde luego otro jefe para el batallón N° 8, porque yo no iré con él.”

-“Lo he oído a Ud. con suma atención, señor coronel, y lamento que un oficial tan importante esté sujeto a estos delirios. Le he llamado porque el gobierno y el general deseamos que Ud. coopere.”

- ¡Gracias! ¡gracias! – dijo irónicamente Dorrego – yo no aceptaré, señor, tanto favor”.

-Ud se olvida, coronel, de que habla con el Jefe del Estado, y que tiene también deber de recordar de que habla con un hombre que ha sido su jefe al frente de los enemigos.

-No recuerdo en cual campo de batalla habrá sido eso, señor director. Mis charreteras no son sino las de un coronel; pero no las he ganado convoyando cargas, sino grado a grado en acciones de guerra en que no recuerdo haber tenido jamás el honor de ver a V.E.”

El destierro en Baltimore, no hizo más que robustecer su posición republicana y federal.

El Coronel revisa su apero y sus armas y vienen a su memoria dulces recuerdos, su matrimonio con Angela Baudrix y el nacimiento de sus hijas Isabel y Angelita. ¡Qué daría por pasar un instante junto a ellas!

De repente, se le oscurece el semblante cuando piensa en Rivadavia, ese mulato engreído que ha sido un castigo para la revolución. Nos dejó en pelotas, endeudados, negoció de la peor manera la paz con el Imperio del Brasil, privó a San Martín de los recursos que tanto necesitaba y hasta pretendió expropiar los bienes de la Iglesia Católica y, ¡vaya paradoja del destino! el que dirigió la Revolución de los Apostólicos no fue otro que Don Gregorio García de Tagle, el mismo que junto a Pueyrredón firmó su destierro en 1816. Recuerda también que aunque lo tuvo aprehendido a Tagle, le permite escapar, “no soy un zaino, qué puedo ganar con su desgracia” piensa, “así aprende lo que significa la nobleza”.

El 13 de agosto de 1827, asumió el cargo de Gobernador pronunciando estas palabras:

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