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Desbrozando un nuevo enfoque para una nueva época

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Como señalamos al inicio de este capítulo, las crisis no son algo ajeno a América Latina, sino recurrentes en su historia. Sin embargo, la crisis actual, puesta en especial evidencia por la pandemia de covid-19, lejos de ser una situación puntual, a ser superada, digamos, una vez que se recuperen los precios de las materias primas, pareciera reflejar algo distinto. Lo que comienza a configurarse es un fenómeno con elementos de longue durée, esto es, del tránsito de la región de la periferia a la marginalidad. Como revelan numerosos indicadores, como tamaño de población, capacidades nacionales, volumen de comercio, relaciones diplomáticas y participación en organizaciones multilaterales, entre otros, América Latina es crecientemente irrelevante en el mundo de hoy. Está siendo desplazada en varios de estos indicadores incluso por África, continente con un nivel de desarrollo e ingreso per cápita muy inferior (Schenoni y Malamud 2021).

Es en este contexto que debe entenderse el desafío actual de la región. Este ya no se limita meramente al que, debido a su fragmentación e incapacidad de acción colectiva, sea excluida de las negociaciones y deliberaciones acerca de cómo reestructurar el orden mundial en transición. El problema es más agudo. Lo que hay es una tendencia secular a declinar en términos comparados con otras regiones.

En el primer capítulo de este libro, Jorge Heine analiza la actual coyuntura internacional y el cómo se ha creado una tormenta perfecta. Una globalización que ha favorecido más a algunos países del Sur Global que a otros del Atlántico Norte ha generado una reacción populista en estos últimos, reacción con fuertes componentes xenófobos y chauvinistas. Esto último se ha traducido en un pronunciado discurso antiinmigrantes, que en el caso de Estados Unidos se refiere en parte a latinoamericanos. Ello ha ido de la mano con tendencias proteccionistas, que se han replicado a lo largo y lo ancho del mundo. La pandemia, a su vez, en vez de aunar voluntades, solo ha acentuado el síndrome del “sálvese quien pueda” en América Latina. El triste estado de las entidades regionales latinoamericanas ha ido acompañado del pronunciado deterioro de las organizaciones panamericanas, como la OEA y el BID (González et al. 2021).

Dos importantes encuentros internacionales que se suponía hubiesen tenido lugar para mediados de 2022 no se realizaron. La Cumbre de las Américas, evento trienal que debió haber tenido lugar en abril, fue postergada para el segundo semestre. El Foro Ministerial de Cancilleres China-Celac, otro evento trienal, que correspondía realizar en enero de 2021, tampoco tuvo lugar. El mensaje de las grandes potencias es obvio. América Latina cuenta cada vez menos.

El cómo los países latinoamericanos deben desplegar una diplomacia de equidistancia (DDE) entre estas mismas potencias es el tema del capítulo de Juan Gabriel Tokatlian, vicerrector de la Universidad Torcuato di Tella y amplio conocedor de las relaciones interamericanas. Tokatlian llama a un camino intermedio entre el plegamiento y elcontrapeso en esta compleja labor, incluyendo lo que él denomina el uso del multilateralismo vinculante, la contención acotada y la colaboración selectiva. Por su parte, Barbara Stallings, prominente especialista en las relaciones Asia-América Latina, subraya el grado al cual la presencia china en América Latina contribuye a diversificar las relaciones internacionales de la región, si bien no deja de manifestar sus prevenciones respecto de los peligros que entraña caer en una excesiva dependencia del mercado chino, así como de los efectos desindustrializadores que ha tenido la relación con ese país. La enorme demanda por materias primas, sobre todo en el caso de los países sudamericanos, ha tendido a afectar el sector manufacturero en la región, como lo ha hecho la competencia de productos chinos.

A su vez, Esteban Actis y Nicolás Creus, autores de un reciente libro sobre la disputa por el poder global entre China y Estados Unidos (2020), hacen su diagnóstico a partir de lo que ellos llaman el “bipolarismo entrópico” de nuestra era. Se refieren a un orden mundial marcado por una cada vez mayor incertidumbre, así como de guerras comerciales y tecnológicas, pandemias, ataques terroristas y catástrofes climáticas. La yuxtaposición de una creciente “difusión de poder” con una “transición de poder” constituye una combinación explosiva. En ese marco subrayan que, a mayor tensión entre China y Estados Unidos, menor será el margen de maniobra de los países latinoamericanos, y que una forma de incrementar este último sería fortaleciendo los procesos regionales, así como las capacidades nacionales.

Leslie Elliott Armijo, quien acuñase el término “diplomacia financiera colectiva”, para referirse al nuevo empoderamiento del Sur Global en esa materia (Roberts, Armijo y Katada 2017), argumenta que, en contra de lo que pudiese pensarse, un Estados Unidos en declive relativo debería necesitar más, no menos a América Latina, y que eso abre interesantes oportunidades para la región, siempre que esta sepa aprovecharlas. Ello requiere una cierta mentalidad de “Estados emprendedores”, con iniciativa, imaginación y capacidad de propuesta, el prototipo de los cuales se considera a Singapur. En ese marco, es revelador que, en el imaginario colectivo latinoamericano, Singapur figura poco, y si lo hace, lo es por sus logros económicos, y no por los diplomáticos, que son tanto o más significativos.

Pasando de la política exterior stricto sensu, al de la geopolítica, Monica Herz, Antonio Ruy de Almeida Silva y Danilo Marcondes indican las limitaciones que tienen actualmente los países latinoamericanos para aplicar una política de NAAen materia de seguridad. Si bien en 2008 hubo iniciativas regionales interesantes en la materia, como la creación del Consejo de Defensa Sudamericano, bajo el ámbito de Unasur, el mismo ha dejado de existir. En materia de defensa el predominio de las entidades interamericanas, lideradas por Estados Unidos, es abrumador. La presencia de China en el sector es mínima, con solo algunas ventas de armas de Venezuela, y algunos otros países, pero en cantidades muy menores. Tal vez el aspecto más novedoso en ello sea la presencia en Argentina de una estación espacial china en la provincia de Neuquén, expresión material de un tratado de cooperación estratégica espacial entre ambos países.

La Iniciativa de la Franja y la Ruta, el gran proyecto de política exterior del presidente Xi, tuvo como propósito inicial el recrear Eurasia, uniendo la zona más dinámica y de mayor crecimiento, Asia del Este, con el mayor mercado del mundo, el de la Unión Europea (Drache, Kingsmith y Qi 2019; Ye 2020). Más de alguien ha dicho que solo un Estado-civilización milenario como China podría concebir un proyecto de política exterior tan ambicioso como ese. En su capítulo, Andrés Serbin, presidente de Cries, autor de un reciente libro sobre el tema (2020) analiza el resurgimiento de Eurasia como el mega-continente que alguna vez fue, centro de la geopolítica mundial, y lugar de los grandes conflictos que han estremecido al mundo desde tiempos inmemoriales, y el porqué de su trascendencia para América Latina.

El origen del Movimiento de Países No Alineados estuvo en Bandung, la ciudad en Indonesia donde en 1955 se reunieron los líderes de lo que se llamaría el Tercer Mundo. Jawaharlal Nehru, Gamal Abdel Nasser y Sukarno, así como Zhou en Lai, estuvieron allí, “presentes en la Creación”, como dice la expresión. También estuvo allí Roberto Savio, periodista, escritor y campeón infatigable del Sur Global. En su capítulo, Savio comparte sus impresiones sobre ese encuentro, la trayectoria del NOAL y su perspectiva actual sobre el Nuevo Sur. Cabe notar especialmente cómo a su juicio el apoyo de Cuba a la invasión soviética de Afganistán en 1979 asestó un fuerte golpe a la reputación de Fidel Castro en el NOAL, hasta entonces uno de sus líderes más destacados.

Y es una medida de lo mucho que han cambiado las cosas desde Bandung, que el auge y crecimiento de potencias como China, India, Brasil, Turquía, Corea del Sur, Sudáfrica y la propia Indonesia, entre otras, ha llevado a utilizar el término “un Mundo PostOccidental” para describir las realidades del nuevo siglo y el rumbo que este tomará. Oliver Stuenkel, analista brasileño y autor de un libro con ese título (2016), elabora sobre el significado del término para América Latina, y la urgencia de mirar la realidad internacional bajo esa óptica. Un enfoque de NAA, como es obvio, es especialmente apropiado para un mundo de ese tipo.

Jorge Castañeda, excanciller mexicano, y uno de los intelectuales públicos más prominentes de América Latina, se aproxima a ese tema en forma clínica. A su juicio, una política de NAA sería más viable en Sudamérica que en México, Centroamérica y el Caribe, países cuyas economías y sociedades están más imbricadas con Estados Unidos. Aun en Sudamérica, no dejaría de enfrentar desafíos. Ellos incluyen las áreas temáticas a escoger para jugar la carta del NAA, así como a la voluntad para usarla en forma estratégica, para “apalancar” los intereses de la región.

La economía política internacional presenta sus propios desafíos. Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la Cepal, y Sebastián Herreros, funcionario de la División de Comercio Internacional e Integración de esa misma entidad, examinan el estado de la economía de la región ante la crisis causada por la pandemia, incluyendo la desaceleración del comercio y de la IED y los consiguientes desequilibrios que ello genera. Como Barbara Stallings, prestan especial atención a la reprimarización exportadora vinculada con la irrupción de China, y el cómo revertir esa tendencia. También se refieren a lo que denominan el “vaciamiento” del comercio intra-regional latinoamericano, palabra que se repite en materia diplomática.

En épocas de crisis, el financiamiento internacional es fundamental. Y ese es el tema que aborda Carlos Ominami. Ominami vincula los enormes problemas que enfrenta la región no solo en el plano económico sino que también en el social y medioambiental, con la urgente necesidad de mejores y más potentes instrumentos de gobernanza global, algo que a su juicio los países latinoamericanos deberían contribuir a remediar. Vinculado a ello está el lugar del comercio y la inversión en la gobernanza económica mundial, tema abordado por Carlos Fortin. La ralentización del comercio de bienes desde 2007, y el freno que se ha introducido a la tasa de expansión de la globalización desde entonces, que ha ido de la mano con la parálisis de las negociones de la Ronda de Doha de la OMC desde 2008, así como de su Órgano de Apelación a partir de 2019, le dan su impronta a nuestra era. En ese marco, Fortin señala que “la embestida de gobiernos y empresas de los países desarrollados por configurar un régimen internacional unificado para la gobernanza económica mundial que reflejara sus intereses continuó a distintos niveles”, proporcionando el trasfondo para el conflicto hegemónico de hoy.

Ese conflicto se ha expresado también en torno al reordenamiento de las cadenas de valor, algo abordado por Osvaldo Rosales, exdirector de la División de Comercio Exterior e Integración de la Cepal. Ello ha adquirido un nuevo ímpetu con la crisis provocada por la pandemia, que ha puesto sobre el tapete la importancia de la resiliencia de estas cadenas de valor en conjunción con el de los costos de producción, que había sido hasta ahora el criterio predominante. Ello abre interesantes posibilidades para un eventual traslado a América Latina de procesos productivos realizados hasta ahora en Asia, aunque el grado al cual los países de la región estén en condiciones de aprovecharlas (con la importante excepción de México) es una cuestión abierta.

Diana Tussie, prominente analista de Flacso-Argentina, a su vez, explora la intersección entre el regionalismo post hegemónico (término que ella acuñó, Riggorozzi y Tussie 2012) y el NAA. Su argumento es que ambos deben ser vistos como estructura de oportunidades, en que dinámicas “de adentro hacia afuera” a nivel micro, y en áreas funcionales específicas como salud, educación o combate al narcotráfico pueden impulsar la cooperación de los países latinoamericanos. El declinar hegemónico de Estados Unidos y la creciente presencia regional de China y de otras potencias como Rusia debe ser considerada como una ampliación de este abanico de oportunidades, y no como una reducción del mismo, pero ello requiere un cierto grado de coordinación.

En la sección de perspectivas nacionales, el ex secretario general de la OEA y hoy senador chileno José Miguel Insulza nos entrega su visión de primera mano del ingreso de Chile bajo el gobierno de Salvador Allende al Movimiento de Países No Alineados (NOAL). Como joven funcionario diplomático estuvo en la histórica Cuarta Cumbre del NOAL en Argel en septiembre de 1973, realizada en vísperas del golpe de Estado en Chile el 11 de ese mes. Fue en Argel que el NOAL dio el paso de un movimiento más bien político a uno que pondría el acento en las reivindicaciones económicas del Tercer Mundo, particularmente de los llamados a un Nuevo Orden Económico Internacional (NOEI). No deja de ser emblemático que el Chile de entonces, continuando una larga tradición de una política exterior de Estado, de mantener una posición independiente, al margen de las grandes potencias, haya formalizado su ingreso al NOAL en ese encuentro.

Por razones diferentes, el caso argentino es de especial pertinencia analítica para la conceptualización del NAA. Si hay alguien en la región que fue pionero en planteamientos en esa línea, incluso antes de la creación del NOAL, fue Juan Domingo Perón. Su articulación de lo que él denominó la “Tercera Posición”, abrió brecha en la materia. Ese es el tema que aborda el excanciller argentino y hoy ministro de Defensa Jorge Taiana en su capítulo, “Argentina y la Tercera Posición”, recordando que Argentina también se incorporó al NOAL en la Cumbre de Argel. Serían dos constantes en la política exterior argentina, la búsqueda de autonomía y la de la integración latinoamericana, las que harían al NAAespecialmente atractivo para Argentina.

El prominente intelectual y excanciller peruano, Rafael Roncagliolo, cuya prematura partida nos conmovió a todos, y a quien este libro está dedicado, y su colega Humberto Campodónico, a su vez, ponen en perspectiva la aproximación del Perú al no alineamiento. Perú, que durante el nuevo siglo ha sido de los países con una de las mayores tasas de crecimiento en América Latina, y que bajo el gobierno militar de Juan Velasco Alvarado (1968-1975) realizó ingentes esfuerzos por cultivar una mayor autonomía en materia de política exterior, ha continuado esa tradición. Ello lo ha llevado a una fuerte proyección hacia el Asia-Pacífico, incorporándose a APEC, firmando un TLC con China, haciéndose parte del CPTPP, y transformándose en un poderoso imán para la inversión asiática en la región.

De todos los países latinoamericanos, sin embargo, el que ha tenido una mayor proyección en el Sur Global, ha sido Brasil. El tres veces canciller de Brasil, Celso Amorim (una vez en el gobierno de Itamar Franco en los noventa, y de nuevo en los dos períodos de Luiz Inacio Lula da Silva), nos provee una visión panorámica de ello. Se ha dicho que la primera década del nuevo siglo fue en buena medida la década de los BRICS, y un protagonista clave en ello fue Brasil. Brasil en esos años tuvo una alta tasa de crecimiento, programas sociales exitosos como la Bolsa de Familia, y una notable capacidad de construir coaliciones internacionales y plantear iniciativas como IBSA. Cabe notar especialmente el despliegue diplomático de Brasil en África, en que en un momento dado llegó a tener 35 embajadas, un número superior al Reino Unido. La elección de Jair Bolsonaro a la presidencia de Brasil en 2018 significó un viraje radical en la materia, pero ello no será eterno. Por su tamaño y tradición en materia de política exterior y afinada diplomacia, Brasil está llamado a jugar un papel decisivo en una América Latina que impulse el NAA.

El no alineamiento activo y América Latina

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