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El inicio del gobierno de Biden y su relación con Rusia y con China
ОглавлениеMás allá del episodio sobre el tratado de protección de inversiones China-UE, a poco andar del inicio del gobierno del presidente Biden, dos incidentes, casi simultáneos, ilustraron el grado al cual el legado de la administración anterior, con sus luces y sus sombras, sigue marcando la política exterior de los Estados Unidos, para bien o para mal. El inicio de un nuevo gobierno constituye una gran oportunidad para replantear las relaciones con otros países e instalarlas en términos distintos, y, presumiblemente, más favorables a los anteriores. Esto es válido tanto para las relaciones con aliados como con adversarios. Dada la compleja relación del gobierno de Trump con el resto del mundo, uno pensaría que esto habría sido sencillo de lograr, a lo que contar con un equipo de política exterior y de seguridad nacional mucho más experimentado y profesional que el de Trump, debería ayudar. Sin embargo, lejos de ser así, tanto las relaciones con Rusia como con China, los dos adversarios principales de Estados Unidos en el mundo de hoy, partieron en un mal pie, dificultando su desarrollo futuro.
En una entrevista en la cadena de televisión ABC, a una pregunta del periodista George Stephanopoulos, sobre si él consideraba que el presidente de Rusia, Vladimir Putin, era un asesino, Biden respondió que sí. La reacción en Moscú no se hizo esperar. El Kremlin mandó llamar a su embajador en Washington, Anatoli Antonov (algo que no hacía desde 1998), y Putin respondió con un dicho ruso, señalando “el que lo dice, lo es” (Sahuquillo 2021). Para muchos, ello llevó a la peor situación en las relaciones ruso-estadounidenses en treinta años.
Al día siguiente, en la primera reunión de alto nivel entre autoridades del nuevo gobierno de los Estados Unidos y las de China en el área de política exterior y seguridad nacional, realizada en Anchorage, Alaska, se produjo un altercado rara vez visto en encuentros diplomáticos. En respuesta a la intervención inicial del secretario de Estado Anthony Blinken, quien reiteró los reclamos de Estados Unidos a China en cuanto a la situación de los derechos humanos en Hong Kong, Sinkiang y el futuro de Taiwán, el director de la Comisión de Relaciones Exteriores del Comité Central del Partido Comunista Chino, Yang Jiechi, señaló que China no estaba dispuesta a ser tratada en forma condescendiente por los Estados Unidos (Wright 2021). Subrayó que la continua injerencia de Washington en los asuntos internos chinos era inaceptable, y que bastantes problemas tenía Estados Unidos en materia de derechos humanos, incluyendo la discriminación racial que había llevado al movimiento Black Lives Matter, como para criticar a otros. El que veinticuatro horas antes de la reunión en Anchorage, Estados Unidos haya anunciado sanciones en contra de una veintena de funcionarios chinos por el papel que han jugado en la represión de las protestas en Hong Kong, no ayudó.
Al final, como señala el dicho, “la sangre no llegó al río”, y las tres reuniones programadas duraron bastante más que las tres horas previstas para cada una de ellas. El encuentro concluyó con la formación de varios grupos de trabajo, incluyendo uno sobre cambio climático, el desafío global más significativo, y que requiere atención urgente de ambas potencias, que juntas representan un 40% del producto mundial, y por ende son claves para resolverlo.
Con todo, ambos incidentes reflejan un problema más de fondo. La pregunta no es si el gobierno ruso manda o no a matar personas en el extranjero. En 2006 se aprobó en Rusia una ley para esos efectos, y el asesinato de adversarios extranjeros ha sido una práctica habitual tanto de los Estados Unidos como de Israel, entre otros países, que lo hacen en forma rutinaria. Asimismo, las violaciones de los derechos humanos en Sinkiang y las limitaciones a las libertades civiles en Hong Kong son una realidad indudable. La pregunta es otra.
¿Contribuye el poner estos temas en el centro de las relaciones bilaterales y airearlos en público a mejorar las relaciones entre Estados Unidos y China y Rusia, especialmente al inicio de un nuevo gobierno en Washington?
Muchos dirían que ello no es así, y que sería más productivo tratarlos en privado, o al menos no instalarlos como temas centrales de la agenda. La perspectiva europea sobre ello es distinta (Crowley y Erlanger 2021). En esos términos, la interrogante que surge es por qué ello ocurre, lo que nos lleva a nuestro planteamiento anterior, sobre el volcamiento hacia el interior tanto de los Estados Unidos como del Reino Unido. Desde la elección del presidente Trump, la preocupación en los Estados Unidos ha dejado de ser la política exterior como tal, no digamos ya la mantención y cuidado de un determinado orden internacional. La meta es otra: cómo desplegar la política exterior para afianzar apoyo electoral interno, al margen del daño que ello pueda causar a la posición internacional de Estados Unidos. El abandono de los Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico en enero de 2017, proyecto al cual tres administraciones anteriores en Washington habían dedicado nueve años de negociaciones, dio la pauta. Ello ha seguido sin grandes variaciones desde entonces.
La acusación hecha a Putin responde a la necesidad de diferenciar al nuevo gobierno de la curiosamente estrecha relación que Trump tuvo con el líder ruso. La línea dura con China, a su vez, intenta competir con las denuncias anti-China del mismo Trump, por mucho que ellas hayan contribuido a crear un peligroso clima antiasiático en los propios Estados Unidos y a numerosos atentados en contra de ciudadanos de ese origen en el país (Cai, Burch y Patel 2021).