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América Latina y el mundo

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De ahí la urgencia de re-evaluar la forma en que América Latina se ha relacionado con el entorno internacional y cómo ha reaccionado a sus desafíos. Desde los inicios de la independencia, los países latinoamericanos aspiraron a una mayor autonomía, para gestionar su propio desarrollo y avanzar hacia un mejor nivel de vida para sus pueblos. Ello no siempre ha sido posible, y, desde un comienzo, esta aspiración enfrentó los obstáculos propios de una relación desigual, y, en algunos casos, dependiente, de potencias como los Estados Unidos en las Américas, y como el Reino Unido, España, Alemania y Francia.

Y como han señalado Deciancio y Tussie (2019), el regionalismo no fue inventado en Europa. Lo fue en la América morena. Desde los albores de la independencia, a comienzos del siglo XIX, el proyecto regional fue visto como plataforma para esa tan ansiada autonomía. La noción de Patria Grande corre como hilo conductor desde entonces hasta nuestros días, con alzas y bajas, sufriendo embates de todo tipo, pero siempre resurgiendo con renovado ímpetu. En su expresión más reciente, esto es, en las últimas seis décadas, este regionalismo ha tenido ciertas características sui generis, que le han dado su sello (Briceño Ruiz, 2019). Si bien la vocación regionalista ha fluctuado, y la regla ha tendido a ser que es bien vista por los gobiernos progresistas y mirada con recelo por los conservadores, no dejan de darse ciertos elementos comunes.

La primera de ellas es la afirmación de la identidad latinoamericana. En contra de una escuela que tiende a negar incluso la propia existencia de tal cosa, sosteniendo que todo lo que hay es un puñado de países vecinos, muy distintos entre sí, los impulsores de las distintas entidades regionales parten de la base de la existencia de una comunidad que comparte una historia, un pasado colonial, una condición mestiza, y, en la mayoría de los casos, una lengua y una religión –el “extremo Occidente”, en la expresión de Alain Rouquié (1989).

Otra, es la desconfianza hacia organismos supranacionales, con una clara preferencia por entidades intergubernamentales. Bajo el pretexto de una mal entendida austeridad presupuestaria, y, en estas últimas décadas, abrazando el dogma neoliberal, las entidades de integración económica regional, así como las de cooperación política, han operado sin secretariado permanente, o, si lo han tenido, uno de minimis.

A su vez, la estrategia seguida por los entes regionales latinoamericanos ha sido más bien defensiva que ofensiva. En otras palabras, de lo que se ha tratado es de proteger el espacio latinoamericano, más que de incursionar en objetivos más ambiciosos como, por ejemplo, el logro de la paz mundial (Deciancio y Tussie 2019). Ello parecería reflejar un reconocimiento implícito de las limitaciones inherentes a la condición de la región en el orden internacional.

Finalmente, el accionar internacional latinoamericano ha tenido un fuerte énfasis en los aspectos legales, subrayando la vigencia del derecho internacional y del multilateralismo, como escudos de protección ante las grandes potencias.

En este marco, la confluencia de dos factores nos llevó a la reflexión inicial y propuesta que ha dado origen a este libro. Por una parte, la creciente disputa por la primacía entre Estados Unidos y China, en la cual América Latina aparece cada vez más como el proverbial “jamón del sándwich”, presionada para escoger entre Washington y Beijing. Por otra, la severidad de la crisis actual, en que la región aparece como Zona Cero de la pandemia a nivel mundial, con la mayoría de los gobiernos dando palos de ciego para enfrentar el desafío sanitario que gobiernos en otras latitudes han manejado tanto mejor. Sin duda que hay muchos factores que inciden en esta tragedia épica que afecta a la región (y que al escribir estas líneas significa que América Latina, con un 8% de la población mundial, sufra un 30% de las muertes por la pandemia), pero al menos uno de ellos se origina en una inadecuada comprensión y gestión de las fuerzas de la globalización en el mundo de hoy.

De consuno con esta difícil coyuntura y tragedia humanitaria, se da un verdadero “eclipse diplomático” de América Latina (Rouquié 2020). Para todos los efectos, esta ha dejado de existir como actor internacional relevante, lo que a su vez no hace sino profundizar la crisis. El contraste en la forma en que el mundo reaccionó ante el segundo brote del virus de covid-19 en India en abril de 2021, y la ecuanimidad (sino indiferencia) con que lo hizo ante la situación en América Latina (que, con la mitad de la población de India, tiene, hasta mayo de 2021, según las cifras oficiales, cuatro veces el número de muertes por el virus que India) es decidor.

De ahí nuestra propuesta de NAA para América Latina. Ha llegado la hora de poner fin a la creciente marginalidad de la región, marginalidad que se alimenta a sí misma y autoperpetúa una involución que para muchos pareciera no tener remedio. Por nuestra parte, creemos que sí tiene remedio. Este conlleva asumir su propio destino y no dejarlo en manos de otros.

El no alineamiento activo y América Latina

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