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Los valores personales del director general

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En cuarto lugar, Andrews consideraba que los valores personales de un director general son esenciales para la empresa porque configuran el carácter de esta y, sobre todo, las pautas de comportamiento para todos los miembros de la organización, lo cual contribuye a la creación de la cultura organizacional de la empresa.

Andrews creía en esto porque partía de la convicción de que a la empresa se le debía concebir, metafóricamente, como la “sombra alargada” del director general, lo cual significaba que la personalidad del máximo directivo ayudaba a configurar el comportamiento colectivo de los miembros de la organización. Asimismo, el proceso de dirección no podía desligarse de las preferencias y los valores personales del protagonista porque este no era un proceso impersonal, libre de valores, estilos o influencias. En consecuencia, Andrews diseñó, para los procesos de planeación estratégica, una metodología orientada a que las expectativas y las preferencias de los directores generales quedaran consignadas en los planes institucionales de la empresa.

Así las cosas, la finalidad del aprendizaje en dirección es el desarrollo y perfeccionamiento del juicio, del judgement, de quien ejerce la dirección. En el presente estudio, se denomina como prudencia a la capacidad que agrupa categorías como criterio, discernimiento, inteligencia práctica, dictamen o sensatez, entre otras. La prudencia es, pues, la recta razón al obrar de acuerdo con unas circunstancias. Esa finalidad confirma, entonces, que la dirección general es una tarea compleja; no es una teoría y, por tanto, se trata de un saber que requiere de capacidades políticas desarrolladas a partir del conocimiento prudencial de la realidad, es decir, aquel saber práctico que se enfrenta continuamente a la contingencia, la incertidumbre y el azar.

Este aprendizaje tan especial debe desarrollarse de manera práctica y situacional. Por esto, la dirección general no se debería enseñar en el plano teórico, especulativo ni analítico; por el contrario, ha de enfocarse en el desarrollo de la prudencia, o sea de la capacidad de tomar decisiones justas y convenientes, según las circunstancias. En consecuencia, la metodología adecuada para este tipo de aprendizaje es el método del caso porque es específico y situacional, ayuda a desarrollar habilidades decisionales y, sobre todo, se nutre de la experiencia como fuente de aprendizaje.

Naturalmente, así como el método del caso es la mejor alternativa para este tipo de aprendizaje, lo anterior no basta para considerar aquellas metodologías que desarrollan habilidades prácticas de la dirección, como los talleres, las simulaciones, los juegos de rol y la resolución de problemas, entre otros.

De igual modo, de la mano del sistema de aprendizaje surge el enfoque de aproximación a la realidad que debe preservar los elementos inductivos que desarrollaron Andrews y su grupo. En suma, la visión de la empresa con una mirada clínica de su realidad única y particular es una gran aportación de Andrews a la dirección general para evitar recetas y fórmulas cerradas.

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