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La empresa como institución

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Por último, Andrews otorgó a la dirección general una gran responsabilidad; esta consistió en desarrollar la institucionalidad en la empresa. Tal hecho es crucial para delimitar los deberes morales de la dirección general con el bien común de la sociedad. La institucionalidad significa que la dirección tiene deberes con todos los grupos sociales (stakeholders) que integran la empresa.

Lo anterior se debe a que la empresa debe entenderse en un sentido amplio y no restrictivo. Es decir, la empresa no es un ente aislado e individual que vela por sus intereses económicos, por el contrario, una empresa es una institución que forma parte de la sociedad, vela por su desarrollo y, sobre todo, genera las condiciones de crecimiento moral y profesional de sus miembros.

En última instancia, la ética en la dirección general no es una categoría o código que debe seguirse; la ética se desarrolla en las decisiones de quien ejerce la dirección. Por eso, como creía Andrews, la alta dirección es en sí misma la depositaria última de la integridad y ejemplaridad para toda la organización. La ética, en la dirección general, no es abstracta, puesto que se encarna en la conducta y las decisiones de quien es cabeza de esa organización.

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