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2.-Vida, pasión y muerte de Miguel Ragone
ОглавлениеEn la provincia de Salta, “la linda”, anida desde hace 45 años la certeza de una muerte injusta y diabólica que se llevó para siempre al Dr. Miguel Ragone. Desapareció entre gritos y balazos, en medio de la promiscua relación entre el poder político de turno, la justicia corrupta y complaciente y uniformados matarifes venales, que acordaron poner fin a la vida de uno de los hombres más extraordinarios que se recuerde.
Miguel Ragone nació el 21 de enero de 1921, en el seno de una familia muy humilde, de origen napolitano, residente en Tucumán. A los cinco años se fueron todos a Salta. Luego de sus estudios secundarios, pasó a la facultad de medicina de la UBA donde se graduó en 1948. Pronto comenzó a militar en el justicialismo. “Ser joven y no ser de izquierda es casi una contradicción biológica” había dicho Salvador Allende y se aplicaba muy bien a Miguel. Él no era un marxista ni nada que se le pareciera. Había adoptado la doctrina social de la Iglesia, como una forma de vida y comulgaba con los postulados más claros que había explicitado la propia Eva Perón en su corta vida. No era un revolucionario teórico, de escritorio, era un servidor social comprometido, a la sazón con un título de médico que vio en la función pública el atajo más inmediato para poner en práctica su “buena praxis” política, que consistía ni más ni menos que en tratar de achicar la enorme brecha entre pobres y ricos que en una provincia como Salta había alcanzado distancias escandalosas. Y por eso no fue perdonado.
El 11 de marzo de 1973, la fórmula presidencial del Frente Justicialista de Liberación (FREJULI) se imponía a nivel país con total comodidad. En Salta, Miguel Ragone y Olivio Ríos ganaban la gobernación y vice, con el 58 % de los votos, un triunfazo impresionante que hubiera permitido gobernar para los desposeídos de una forma cabal y firme. Pero veremos que no pudo ser.
El nuevo gobierno salteño fue identificado desde el comienzo con el grupo de gobernadores ligados al “camporismo” (“La Opinión” 27/05/73), es decir, afines a ese fugaz presidente Héctor Cámpora, que duró menos de dos meses en el cargo para ser reemplazado por Raúl Lastiri, que llamaría a elecciones en las cuales el binomio Juan Domingo Perón-María Estela Martínez de Perón se impusiera por amplia mayoría. Esos gobernadores supuestamente “rebeldes” no estaban identificados con la burocracia sindical ni con los sectores reaccionarios del P.J., ni mucho menos con José López Rega, ese verdadero “Rasputín”, que creció en Madrid a la sombra del general exiliado como un absceso molesto y maligno dentro del justicialismo.
Desde la hora cero del mandato de Ragone, un grupo de la CGT local, protagonizaría los primeros embates contra el flamante gobernador, con la toma de la casa de gobierno a principios de setiembre de 1973, al grito de “Fuera los marxistas” (“El Tribuno” 27/09/73). Y ello ocurrió con el aval expreso del vicegobernador Ríos, verdadero “caballo de Troya” de la administración, que aprovechó la ausencia de Ragone, que se encontraba en Buenos Aires por gestiones oficiales, para pedir la renuncia de varios ministros que luego tuvieron que ser repuestos.
Miguel Ragone no sólo era un mandatario honesto y ejecutivo, también poseía por formación y vocación una sensibilidad especial para con las clases más humildes y los aborígenes, y su figura había crecido de manera exponencial en la consideración popular. Por fin, un gobernador ponía la mirada allí donde la necesidad se hacía más evidente, por fin alguien escuchaba los reclamos colectivos, y resolvía para bien del conjunto, por fin un gabinete de gente decente administraba el presupuesto estatal con mesura, dedicación y solidaridad. Como dijimos, el salteño siempre fue vinculado doctrinariamente a sus pares de Buenos Aires (Oscar Bidegain), Córdoba (Ricardo Obregón Cano), Mendoza (Alberto Martínez Baca), y Santa Cruz (Jorge Cepernic). Para el sector reaccionario del P.J., todos ellos eran “montoneros”, parte de la “Tendencia”, cuasi “guerrilleros” que había que exterminar mientras sus detractores eran los inmaculados popes de la “ortodoxia peronista”, una especie de “Opus Dei” o “templarios”, custodios de la pureza partidaria donde pululaba cómodamente el nefasto López Rega, y que a la postre tiñó de sangre gran parte de la Argentina.