Читать книгу Historias cortas de magnicidios y de sangre - Jorge Osvaldo Bazán - Страница 18
Pesadilla y encerrona
ОглавлениеMuy temprano, pongamos un nombre, tal vez Doña Chela, vieja empleada de la vicepresidencia comenta a sus compañeras que ha tenido un mal sueño. Una pesadilla. “Soñé que le mataban al Dr. Argaña”, les cuenta. A todo esto, Luis María, de buen ánimo, termina el desayuno en compañía de su esposa y siendo las 8,25 llama a sus colaboradores que se encuentran en la calle. La camioneta Nissan Patrol roja estaba ya lista para partir desde la residencia del barrio Las Carmelitas, hasta su despacho. Su chofer Víctor Barrios le abre la puerta y el Doctor se acomoda en el asiento trasero; su custodio, el policía Francisco González se ubica adelante. Argaña realiza un par de llamadas desde su celular, mientras el vehículo se acerca a la calle Diagonal Molas. Mañana apacible en Asunción. La madre de ciudades, fundada en 1537, aún conserva vestigios de su impronta colonial, con numerosas calles empedradas, con sus casas de techos rojizos y sus verjas de hierros negros, que han resistido el paso del tiempo. La gente laboriosa se encamina a su trabajo. Los vendedores de chipa se ubican en las esquinas, con sus pequeñas canastas calientes, los colectivos repletos pasan como una exhalación, mientras completa la geografía la sintonía de verdes de los lapachos, los guavirá, los yurupary ra, los kurupa’y kuru, las palmeras y otras tantas especies añosas que apenas se mecen ante la suave brisa matutina.
En un instante, un auto Fiat Tempra oscuro se coloca en el costado izquierdo y empieza a adelantarse. Son las 8,35 hs. al llegar a una pequeña lomada, en la calle Sargento Gauto casi Venezuela, el Fíat le cierra el paso a la camioneta, que debe frenar al instante; dos hombres descienden armados de una escopeta calibre 12, armas cortas y una granada. Otro sujeto queda al volante con el motor en marcha. Los dos visten uniformes y comienzan a disparar frenéticamente. El policía es herido, como el chofer que pretende escapar marcha atrás pero se incrusta en la pared de una vivienda, con una rueda reventada. A duras penas puede salir de la camioneta y refugiarse. El vicepresidente queda agachado en el asiento, cuando uno de los sicarios mete el revólver por la ventanilla y dispara cuatro veces. El primer impacto da en el antebrazo de Argaña, otros dos proyectiles en el pecho y el último ingresa por la espalda y le destroza el corazón. Consumado el magnicidio, arrojan la granada dentro de la camioneta, pero no llega a explotar.