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2.2. Producción y valor añadido

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La simplificación de la que se ha partido en el subepígrafe previo es admitir que coincide el valor de los bienes y servicios generados y las rentas pagadas por el servicio de los factores productivos que se han utilizado. Semejante coincidencia solo tiene lugar en ausencia de consumos intermedios. Este es un supuesto que resulta poco plausible porque en la mayor parte de los casos las empresas requieren materias primas o componentes, consumos intermedios en suma, en su proceso productivo. Es claro que el valor de estos consumos intermedios se desplazará al valor de los bienes y servicios finales que los contienen. Lo que sugiere la conveniencia de distinguir entre el valor de la producción efectiva (o total), que es el valor de los bienes y servicios generados por la empresa, y el valor añadido, que es la parte de valor agregada por ese proceso productivo, respecto del que aportan los input intermedios consumidos. Así, por ejemplo, si para producir 1 euro de pan se requiere consumir 10 céntimos de harina, 1 céntimo de agua y 4 céntimos de energía eléctrica, el valor de la producción efectiva del panadero será equivalente a 1 euro, pero el valor añadido de su proceso será 85 céntimos. Es decir, el valor añadido bruto (VAB) es equivalente a la diferencia entre el valor de la producción efectiva –o valor de la producción total (VPT)– y el coste de los consumos intermedios (CI) utilizados en esa producción. Esa diferencia irá destinada bien a la remuneración de los asalariados (RA), a través de sueldos y salarios, bien a retribuir el capital empleado –alquileres, intereses o dividendos–, que representan el excedente bruto de explotación (EBE). En términos generales:

VAB = VPT – CI = RA + EBE (1)

Para entender el problema que plantea la existencia de consumos intermedios conviene trasladarse desde la visión de un proceso productivo concreto al de la economía en su conjunto. Si el valor de lo producido por una economía fuese estimado a través de la agregación de la producción total de todos y cada uno de los procesos productivos se estaría incurriendo en una doble contabilización, ya que los consumos intermedios formarían parte del valor de la producción final tanto de quienes generan esos bienes como de quienes los consumen. Para evitar este problema se puede recurrir a dos procedimientos que conducen a resultados estrictamente equivalentes: bien se considera el valor de los bienes y servicios finales (omitiendo el de los consumos intermedios empleados), o bien se recurre a sumar los valores añadidos por cada uno de los sectores de una economía. Cuando estos cálculos se refieren al conjunto de una economía dan lugar al concepto de Producto Interior Bruto o PIB. El PIB nace como macromagnitud económica que trata de estimar el valor de los bienes y servicios generados por una economía sin incurrir en doble contabilización, por lo que considera solo los bienes y servicios finales (que es lo mismo que considerar la suma de los valores añadidos de todos y cada uno de los sectores productivos).

Antes de analizar el PIB conviene advertir que el valor añadido se puede aproximar a través de diversos criterios de valoración, de acuerdo con el tratamiento que se le dé a los impuestos. Hasta el momento, para determinar el valor añadido se estaba considerando que solo existían productores y consumidores: no obstante, la presencia de las Administraciones Públicas incorpora impuestos y subvenciones que pueden alterar el valor de los bienes y servicios producidos. Esos impuestos se denominan, de forma agregada, impuestos (y subvenciones) sobre la producción y las importaciones. A su vez, dentro de este amplio grupo cabe distinguir dos tipos de figuras que participan de forma diferente en los criterios de valoración: los impuestos (y subvenciones) sobre los productos, que se pagan en función de la cantidad o del precio de los bienes y servicios producidos o importados (estarían dentro de esta categoría figuras como el IVA, los impuestos especiales sobre la gasolina, el tabaco o las bebidas alcohólicas o los aranceles); y los otros impuestos (y subvenciones) sobre la producción, que se pagan por la actividad en sí, con independencia de la cantidad o precio de los bienes y servicios producidos (que acoge figuras como el impuesto sobre la actividad económica, sobre bienes inmuebles o las licencias).

A partir de esta diferencia, la contabilidad establece tres criterios básicos de valoración:

• Precios básicos: corresponde al valor con que el producto sale de la unidad económica que lo genera. Es equivalente, por tanto, a la suma de la retribución de los factores y el importe correspondiente a otros impuestos (netos de subvenciones) sobre la producción. Si el importe de estos impuestos no se tuviese en cuenta se daría lugar a la antigua valoración a coste de factores, que ya no existe en los criterios contables actualmente vigentes.

• Precios de productor: resultan de agregar a los valores a precios básicos los impuestos (netos de subvenciones) sobre productos e importaciones, con la excepción del IVA. Se corresponde con el antiguo criterio de valoración de precios de salida de fábrica.

• Precios de adquisición: se corresponde con los precios efectivamente pagados por los consumidores en el mercado: al precio de productor en este caso ha de sumarse el IVA que grava los productos en el momento de su adquisición y los márgenes correspondientes a la distribución y transporte de los bienes y servicios. Esta valoración recibe también el nombre de precios de mercado.

De estos tres criterios, dos son los que se suelen utilizar para determinar el valor añadido: precios básicos y precios de adquisición (o de mercado). Conviene advertir que cuando se determina el valor añadido, cualquiera que sea el criterio de valoración empleado, los consumos intermedios se deducen del valor de la producción total valorados a precios de adquisición: no en vano para el productor ese es el coste que le supone obtenerlos en el mercado.

Para cerrar este apartado conviene hacer una última precisión: antes se aludió al valor añadido bruto, sin explicar su significado y sin distinguirlo del valor añadido neto. La diferencia entre ambos radica en el consumo de capital fijo que, si bien entra en el primero de los conceptos, se excluye del segundo. Parte de las rentas de la propiedad derivadas del proceso de producción (el excedente bruto de explotación) han de dedicarse a reponer el capital empleado (amortización), sea por su deterioro físico, sea por su obsolescencia técnica. Cuando este coste se deduce del valor añadido bruto, se obtiene el valor añadido neto (de igual forma, si se deduce ese componente del excedente bruto de explotación se obtiene el excedente neto de explotación).

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