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La década de 1960
ОглавлениеA principios de la década de 1960, antes de la explosión vargasllosiana acaecida con la aparición de La ciudad y los perros (1963), una línea paralela a los usos convencionales dentro de la narrativa peruana parecía haberse consolidado, gracias a los aportes de escritores que, en años precedentes, cultivaron el relato fantástico como parte de una propuesta más o menos articulada.
La década de 1960 implicó un aparente retroceso en relación al posicionamiento fructífero de los años previos. No solo debe atribuirse tal situación a la emergencia de Vargas Llosa como referente mediático, sino también a la incapacidad de la mayor parte de la crítica contemporánea para efectuar una decantación eficaz del fenómeno. Para gran parte de los académicos, lo fantástico peruano se limitaba a la condición de mero esparcimiento evasivo. Este reduccionismo intelectual trajo como consecuencia la lenta desaparición de lo fantástico como un hecho central de las letras locales, para convertirse en una práctica casi ocultista o secreta.
Los dos escritores más visibles de la tendencia en esos años, Edgardo Rivera Martínez (1933) y José B. Adolph (1933-2008), pertenecen, por edad, a la Generación del Cincuenta. El primero publicó El unicornio en 1963. El volumen pasó desapercibido y apenas aparecieron tímidas respuestas de la crítica. Este notable conjunto de narraciones solo será redescubierto en los noventa, cuando su autor alcanzó reconocimiento con la novela País de Jauja que, en parte, proseguía las búsquedas de síntesis culturales anunciadas por El unicornio.
Adolph lanzó en 1968 El retorno de Aladino, conjunto de narraciones que también avanzaba hacia direcciones transgresoras para lo que hasta ese instante dictaba el canon (controlado, en cierta medida, por una crítica de izquierda que exigía “compromisos con la realidad” y que pretendía que los textos cumplieran a cabalidad con estándares políticos a su medida).
La deliberada apuesta de este escritor por la ciencia ficción, lo absurdo y lo fantástico fue un paso por delante de los dictadores de opinión suscritos a una crítica conservadora. Eso lo transformará en un autor de “culto” quien, como ocurrió con Rivera Martínez, será revalorado tiempo después por escritores jóvenes, especialmente desde comienzos de la década de 1980. Adolph encarnó un espíritu heterodoxo. Será una influencia clave tanto para los escritores que se decidan por un camino más próximo a los tratamientos clásicos del género, como para aquellos que apuntan hacia la ciencia ficción, que por ahora preferimos considerar un capítulo de la literatura fantástica, a sabiendas de que no todos estarán de acuerdo con esta observación.
Desde el punto de vista epocal, es llamativo que ambos autores desarrollasen su trabajo en un período de crisis, enmarcados en los primeros años del gobierno de Belaunde Terry (elegido en 1963) y la caída de este, en 1968. Fueron cuatro años de tensiones sociales y políticas (movimientos guerrilleros, devaluaciones, inserción del país en la problemática global, activismo ideológico, nexos estrechos con el capital extranjero) que condujeron al régimen de facto de Juan Velasco Alvarado. Si recurriéramos a un paralelismo, deberíamos concluir que esos períodos de conflicto han sido los más propicios para el desarrollo de tendencias apartadas de lo “oficial”. Recordemos que la narrativa fantástica de los años cincuenta se articuló en un espacio similar en cuanto a las vicisitudes coyunturales; la dictadura de Odría (1948-1956) conllevó a una suerte de estabilidad económica, pero no dentro de los cauces de una democracia, sino en una vía autoritaria y conservadora, poco abierta a la convivencia de ideologías distintas o hasta contrapuestas entre sí.
Las persecuciones de las que fueron víctimas los miembros de la oposición y el activismo de los jóvenes contra la dictadura permitirán la convocatoria a elecciones, merced a las cuales la oligarquía tradicional retornó al ejercicio efectivo del poder vía Manuel Prado, cuyo gobierno también sufrió un corte abrupto en 1962. Los militares que lo depusieron convocaron a comicios, cuyos resultados, a favor de Haya de la Torre, fueron vetados por la Junta Militar. Al año siguiente, Belaunde, perdedor de las dos justas anteriores, obtuvo el triunfo con un programa progresista que desde los primeros meses fue obstaculizado por el aprismo. Su derrocamiento, en octubre de 1968, supuso la cancelación de un ciclo. Velasco inició una reforma de las estructuras económicas y de la tenencia de los medios de producción.